El 22 de abril millones de personas acudieron a las urnas en Sudáfrica en las cuartas elecciones democráticas del país desde el fin del apartheid. Los resultados volvieron a mostrar el inmenso apoyo del pueblo sudafricano al ANC y al programa electoral que defendía. Durante los meses previos a las elecciones en Sudáfrica se ha […]
El 22 de abril millones de personas acudieron a las urnas en Sudáfrica en las cuartas elecciones democráticas del país desde el fin del apartheid. Los resultados volvieron a mostrar el inmenso apoyo del pueblo sudafricano al ANC y al programa electoral que defendía.
Durante los meses previos a las elecciones en Sudáfrica se ha desarrollado una campaña política y mediática para intentar acabar con el apoyo popular que sustenta los gobiernos del Congreso Nacional Africano (ANC).
La constitución de un nuevo partido, presentado como la alternativa al ANC y que estaría formado por cuadros y militantes escindidos del mismo, ha sido uno de los pilares de esa campaña. El Congreso del Pueblo (COPE) es fruto de una campaña elitista de antiguos dirigentes del ANC que vieron cómo el giro estratégico que supuso la conferencia de Polokwane acababa con las ansias de poder personal de ciertos miembros de la clase política dispuestos a aprovechar el apoyo popular en beneficio propio y de una minoría social privilegiada.
Algunos medios locales y extranjeros activaron la campaña a través de acusaciones, que hasta la fecha se han demostrado falsas, contra la nueva dirección del ANC y centrada, sobre todo, en su presidente, Jacob Zuma.
La controvertida figura de Zuma ha sido el eje del discurso contra el ANC, y buena parte de las acusaciones de corrupción por parte de los medios de comunicación, así como los errores que el propio ANC ha cometido en el pasado, son una clara muestra del cinismo de esos medios, ya que la política del ANC en los últimos años ha estado dirigida por esos mismos políticos que han abandonado la coalición y que han sido los verdaderos protagonistas de lo que ahora se pretende achacar a Zuma.
Tras el congreso de Polokwane y la conferencia política que le precedió, las cumbres de mayo y octubre de 2008 han supuesto una clara respuesta a las maniobras conspirativas de los disidentes, al tiempo que se ha aprobado una serie de principios políticos en apoyo a las clases más desfavorecidas de Sudáfrica y que se han incorporado al manifiesto reciente del ANC.
En este contexto, el propio Zuma se ha convertido, en cierta medida, en el símbolo de ese movimiento destinado a poner fin a las políticas y ambiciones personales de personajes como Thabo Mbeki. En estos momentos nadie duda de que el próximo hombre fuerte de Sudáfrica es Zuma, una persona que contrasta con su predecesor, lo que probablemente haya contribuido a su triunfo electoral. Así, no oculta el color de su piel, a la vez que reconoce abiertamente su modesto pasado. Su educación y autoformación se labró en los años que estuvo preso en Robben Island durante el apartheid.
Su pasado en la guerrilla del ANC, en la que llegó a ser el responsable de Inteligencia, le ha dotado de un importante carisma, al tiempo que se ha mostrado como un astuto negociador durante el conflicto con los zulúes (etnia a la que pertenece y que en esta ocasión ha votado mayoritariamente por él).
Sin embargo, los que no han ocultado su rechazo al ANC no se han dado por derrotados. Si primero fue la campaña contra Zuma, luego apuntaron a cierta debacle electoral del partido sudafricano y, sobre todo, no dudaron en confundir sus deseos con la realidad. Ahora, tras la victoria abrumadora del ANC vuelven a la carga tergiversando datos.
Pretenden presentar el apoyo del 66% como muestra del «retroceso del ANC» y de la pérdida de apoyo entre determinados sectores del país, ocultando que en 1999 el apoyo fue del 64%. También pretenden mostrar el no haber logrado dos tercios de los escaños parlamentarios como un claro fracaso en el intento del ANC de alcanzar la mayoría para reformar la Constitución (algo que han negado públicamente sus dirigentes).
Incluso deforman la realidad de Sudáfrica para situarla dentro de su estrategia contra el ANC. Así, aluden al supuesto hecho estratégico del voto étnico, cuando la realidad de Sudáfrica se muestra mucho más compleja, y si bien Zuma ha sido capaz de aglutinar el voto de su propia etnia, no ha ocurrido lo mismo con el grupo de Mbeki, los xhosa, (a los que en algunos círculos sudafricanos se referían irónicamente en el pasado como la «xhosa nostra»), entre quienes el apoyo al ANC ha rondado el 70% en esta ocasión.
Algunos cambios en el escenario sudafricano antes de las elecciones eran evidentes. Y también aquí esos sesudos analistas buscaban contradicciones en el ANC. El aumento del censo entre los más jóvenes, la llamada generación del móvil que no habría vivido directamente el apartheid, era un factor para restar votos al ANC. Como también querían poner en el debe las carencias que todavía afronta Sudáfrica (desempleo, sida…) e incluso pretendían presentar los síntomas de la crisis mundial como un error más de las políticas del ANC.
La alianza de fuerzas progresistas en torno al ANC -el Partido Comunista de Sudáfrica (SACP), el sindicato COSATU y las propias juventudes del ANC-, ha venido impulsando desde hace meses ese giro hacia políticas progresistas, tal y como demanda la sociedad sudafricana en su mayoría. La necesidad de movilizar a las masas del país y de mantener el pulso movilizador han sido y serán claves en el futuro del gigante africano a medio plazo.
Se ha querido poner fin a la acumulación de poder en manos de esa élite que hasta hace poco ha controlado el partido y Sudáfrica en beneficio propio, y para ello se ha llamado a la creación de comités locales en las ciudades y pueblos con el fin de que sean quienes impulsen las transformaciones que Sudáfrica todavía tiene que afrontar.
La lucha contra la corrupción y el crimen organizado, la asistencia sanitaria para la población, acabar con el analfabetismo, hacer de la educación un asunto social y profundizar la reforma agraria con un reparto más justo de la tierra y un mayor control de la producción alimenticia para combatir el hambre, son algunos de los desafíos del nuevo gobierno sudafricano.
Y es ahí donde se hace imprescindible la participación popular, para influir a través de esos comités y plataformas en las decisiones gubernamentales, de forma que el propio Gobierno sea consciente de que sin su participación no se pueden llevar adelante los retos marcados.
El ANC representa los deseos y aspiraciones de millones de personas, ninguna otra realidad política o social en el país tiene una conexión tan directa con el pueblo. Frente a quienes abandonan el proyecto cuando sus propuestas han sido derrotadas, las bases del ANC han dado innumerables muestras de democracia interna y, sobre todo, han optado por Zuma, pero dejando claro que si éste no cumple lo que las bases piden «no dudarán en optar por otra persona», porque por encima de proyectos personalistas están los hombres y mujeres del ANC.
Como decía un político local, tras varios años postapartheid, «la primera década ha beneficiado principalmente al capital, ya es hora de que la segunda década de libertades sea la de los pobres y de la clase trabajadora».
http://www.gara.net/paperezkoa/20090502/135121/es/Sudafrica-tras-victoria-ANC