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Claudia Grace, hoy embajadora de Namibia en Cuba, cuenta cómo logró sobrevivir a la matanza de Cassinga, en el sur de Angola

Sufrí el infierno de Cassinga y del apartheid

Fuentes: Rebelión

Claudia Grace Uushona, hoy embajadora de Namibia en Cuba, logró sobrevivir a la matanza de Cassinga, en el sur de Angola. Los internacionalistas cubanos salvaron su vida. Altos jefes militares racistas que participaron en aquel genocidio están realizando una campaña de tergiversación en algunos medios de prensa sudafricanos diciendo que aquello fue un combate contra fuerzas de la SWAPO. Este testimonio denuncia aquella triste realidad

El amanecer del 4 de mayo de 1978 parecía presentarse como un día normal en el campamento de refugiados de Cassinga. El ir y venir de niños, mujeres y ancianos, unos preparándose para recibir clases culturales y otros para realizar labores domésticas o manuales, denotaba que la actividad comenzaba para sus habitantes en ese paraje de la geografía angolana a 250 kilómetros de la frontera con Namibia.

El bombardeo indiscriminado de la aviación sudafricana contra el campamento y el asesinato posterior de cientos de sus pobladores a manos de tropas especiales del apartheid han pasado a la historia como uno de los mayores genocidios realizados por el desaparecido régimen y que desde entonces se conoce como La Matanza de Cassinga.

Las imágenes de los exterminios masivos cometidos por el régimen de segregación racial implantado por Sudáfrica en Namibia, aparecen imborrables en la memoria de Claudia Grace Uushona, quien con un melódico acento cubano narra algunos de aquellos sucesos.

Breve historia

Claudia Grace nació en Bloofontein, en la región norte central de Namibia, donde los sudafricanos tenían cuatro bases militares. La más grande era Betamibia, que coordinaba todas las operaciones militares y se ubicaban los aviones de mayor capacidad. El pueblo siempre estaba rodeado de militares y a las 6 de la tarde no podían caminar por las calles, ni encender leña para cocinar.

En las áreas segregadas (bantustanes) donde vivían los negros, no había electricidad, agua potable ni alcantarillado. Se cocinaba con leña, fuera de la casa. Si lo hacían después de las 6 p.m., llegaban los militares en vehículos blindados y reprimían a los «infractores» con golpes y culatazos.

El movimiento de la SWAPO creció bastante, narra Claudia, y mi papá, que era profesor, tenía un pequeño radio de pilas, mediante el cual oíamos la emisora del movimiento que radicaba en Tanzania. Muchos jóvenes nos fuimos concientizando para integrarnos a la lucha.

La discriminación era total. Las clases eran en africans y solo nos enseñaban la geografía y la historia de Sudáfrica desde que llegaron los invasores blancos. Nada sabíamos de Namibia.

Nos organizamos e íbamos escondidos a las reuniones de la SWAPO. Por radio orientaban que debíamos unirnos al movimiento guerrillero para luchar contra el apartheid. Varios jóvenes partimos a la frontera norte para intentar llegar a Angola. Si los sudafricanos se enteraban que alguno de la familia había huido, daban golpes a los familiares y quemaban sus viviendas.

Una noche salimos en un vehículo hacia una escuela católica llamada Mgriabron, a 5 kilómetros de Bloofontein. De ahí, seguimos a Oshivelo donde exigían tener un pase o un documento para continuar viaje. Eran fronteras dentro de Namibia, dividida en Bantustanes . Allí dormimos dos días. Pasamos esa frontera escondidos en unos vehículos cargados de harina y otros alimentos que los trabajadores (en coordinación con la SWAPO) llevaban hacia el norte para las tiendas y haciendas de los blancos. Nos detuvimos en Oluno, donde se realizaría una reunión del movimiento armado para explicar cómo y por dónde entraríamos a Angola. En el medio de la reunión, apareció la policía que arremetió y disparó contra los participantes. Varios resultaron muertos y otros heridos (en 1977). Los que pudimos huir cruzamos al siguiente día la frontera por la zona de Omafó con varios miembros de la SWAPO.

En Angola estuvimos en varios campamentos hasta que al cabo de los 10 días, después de largas caminatas por tierras y selvas inhóspitas, arribamos a Cassinga.

La Matanza

Cassinga era un campamento de civiles sobre todo de niños, mujeres, ancianos y discapacitados que habían huido de la represión racista. Teníamos programas de estudio. Al amanecer íbamos al matutino donde nos informaban el trabajo o las clases que tendríamos durante el día. Allí, por primera vez, conocí cómo y porqué surgió la SWAPO, la historia y luchas por la independencia de Namibia, que en ese entonces la llamaban África del Suroeste por su situación geográfica, y que Sudáfrica la mantenía como su quinta provincia. Las clases se impartían en inglés (prácticamente muchos se alfabetizaron) pues en Namibia ocupada solo se hablaba en africans.

Cuando el 4 de mayo de 1978 nos hallábamos en el matutino, entonando canciones revolucionarias, vimos que el cielo se llenaba de unas telas con bultos y muchos decían que era el presidente de la SWAPO, Sam Nujoma, que nos enviaba caramelos y alimentos. De pronto comenzaron a explotar bombas y la gente huía sin saber donde ocultarse; algunos fueron hacia un río lleno de cocodrilos; otros se quedaron en el campamento, sobre todo mujeres embarazadas, niños y ancianos. Los paracaidistas sudafricanos descendieron y comenzaron a disparar contra todo lo que se movía, mientras con sus bayonetas caladas, atravesaban a niños y mujeres embarazadas. Fue un infierno, estábamos indefensos, sin armas para contrarrestar el artero ataque. De momento, sentí un fuerte dolor en mi pierna derecha, comencé a sangrar, caí y perdí el conocimiento. Cuando desperté, ya por la tarde, vi a varios hombres blancos a mi alrededor, con uniformes distintos a los sudafricanos, que curaban mi herida. Tenía mucho miedo, comencé a gritar y ellos decían, Cuba, Cuba, cubanos. Para nosotros, todos los blancos eran asesinos y enemigos. No entendía español, pero había oído hablar de cubanos que vivían en Chamutete.

Esta es una de las cosas del porqué el pueblo de Namibia esta muy agradecido a los cubanos. Si no hubiera sido por ellos, los más de 3 000 refugiados hubieran sido asesinados. Ellos fueron desde Chamutete a unos 15 kilómetros y enfrentaron por el camino numerosas minas y a la aviación del enemigo que les causó 16 muertos y 80 heridos. Con enorme esfuerzo y valentía llegaron al lugar pero los sudafricanos evitaron el combate y huyeron en helicópteros.

Fue una situación muy triste. Veías a amigas muertas, a numerosos niños destrozados, decapitados. Eran ríos de sangre y de carne humana. De ahí, nos sacaron en forma clandestina para que no sufriéramos otro ataque y pasamos por varios campamentos hasta llegar a Luanda.

Hacia Cuba

En la capital angolana, narra Claudia Grace, nos enteramos que iríamos hacia Cuba para estudiar. Como éramos niños refugiados, no teníamos pasaporte ni tan siquiera identificación, y tomamos el avión solo con un listado de nuestros nombres.

De La Habana nos llevaron por barco a la Isla de la Juventud. Como proveníamos de un régimen tan opresivo como el apartheid y después de haber sufrido el genocidio de Cassinga, teníamos dudas, estábamos psicológicamente afectados y algunos pensaban que nos habían vendido a otros blancos. Padecíamos un enorme terror a pesar de que nos decían que eran amigos. No conocíamos blancos buenos pero veíamos que había mezcla: blancos, mulatos, negros y que andaban juntos. En la escuela Hendrik Witbooi, que el gobierno cubano puso a disposición de los refugiados namibios, nos dieron uniformes, comida y sobre todo cariño y amor.

Los profesores y el pueblo cubanos jugaron un papel psicológico importante en nuestras vidas pues muchos sufríamos de trastornos y traumas, teníamos pesadillas, no podíamos conciliar el sueño. En el hospital de la Isla de la Juventud también atendieron mi herida que aún no sanaba. Fueron como madres y padres. Aprendimos español, la verdadera historia de Namibia y de Cuba.

En la Isla de la Juventud estudié secundaria y preuniversitario y en 1986 volví a Angola. Después de la independencia de Namibia, fui a Zambia donde me gradué de Sociología en 1997 y en 2004 regresé a Cuba pero ya como embajadora de mi país.

La pesadilla del apartheid

El apartheid significa apartar, dice Claudia. El negro no representaba nada, era tratado como un animal. Si un negro entraba a una ciudad de blancos, hasta los niños lo pateaban y como negro no podías hacer nada. Ellos eran los dueños y los amos. En las tiendas los carteles rezaban: solo para blancos. La mayoría no sabía leer y si entraba equivocado, era golpeado hasta la muerte o llevado a la cárcel.

Para los blancos el azúcar era refinada mientras que a los negros y mestizos la única que podían comprar era una carmelita muy oscura que daba mucho catarro a la gente. Lo mismo ocurría con el pan que era carmelita y prieto por dentro.

El sistema de educación era el Bandú (educación para negros) y solo se les permitía estudiar enfermería, profesor o cura para ejercer con los negros. No existían universidades en Namibia.

El negro tenía que tener un pase para poder trasladarse de un bantustán a otro. A los hombres los sacaban del norte para obligarlos a trabajar en las minas o en el campo y hasta les ponían otros nombres. Eran esclavos sin ningún derecho. En un lugar que nombraban Quanla, los agrupaban. Allí iban los blancos a ver cuales les convenían, los compraban y se los llevaban.

Inobjetable agradecimiento

Quiera agradecer mucho al Comandante en Jefe, Fidel Castro su decisión de enviar a los niños namibios a estudiar a Cuba. El es un verdadero revolucionario, solidario, internacionalista. Cuando los cubanos fueron a África para ayudar a la liberación del continente, no pensaron en los peligros ni en las dificultades que enfrentarían, nada los detuvo. Ellos resultaron fundamentales en la independencia de Namibia y su sangre heroica se mezcló con la de nuestro pueblo. A los cubanos les vamos a estar eternamente reconocidos, no solo por ayudarnos a obtener la independencia, sino también por los conocimientos que hemos adquirido como ingenieros, doctores, economistas o diplomáticos.

Los cubanos llevan el internacionalismo en la sangre y son ejemplos para toda la Humanidad.

El libro República Popular de Angola 1983, sobre los actos de agresión del régimen racista sudafricano contra la RPA 1975-1982, publicado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, Luanda, puntualiza: El saldo total de la masacre cometida en Cassinga fue de 147 hombres civiles, 167 mujeres, 298 niños y 12 soldados de la SWAPO muertos para un total de 624 asesinados y 611 heridos.