Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
El presidente Barack Obama parece trabajar bajo la influencia de un grave malentendido. Al presentar al público la revisión anual de la estrategia de la Casa Blanca el 16 de diciembre, declaró que la política de EE.UU. en Afganistán está «bien encaminada» a derrotar a al-Qaida en ese país. ¿Quién le dijo que EE.UU. combate a al-Qaida en Afganistán?
«Fue en Afganistán donde al-Qaida urdió los ataques del 11-S que asesinaron a 3.000 personas inocentes», dijo, o sea que hizo una declaración histórica precisa.
«Los terroristas han lanzado más ataques contra nuestra patria y nuestros aliados desde las regiones tribales a lo largo de la frontera entre Afganistán y Pakistán», siguió diciendo Obama. Nótese el salto lógico: de repente ya no habla de Afganistán, sino de «la frontera entre Afganistán y Pakistán». De hecho, en realidad sólo habla del lado paquistaní de esa frontera, que las fuerzas estadounidenses no podrían controlar ni aunque mataran a todos los insurgentes en Afganistán.
«Y si una insurgencia aún más amplia envolviera Afganistán, eso daría aún más espacio a al-Qaida para planificar esos ataques», concluyó Obama. Tal vez sea así, ¿pero por qué desearía tener más espacio al-Qaida para planificar sus ataques?
Si realmente quisiera más espacio, a al-Qaida le sería fácil aumentar su presencia en Somalia, por ejemplo, pero Pakistán occidental es suficientemente grande como para que se pueda ocultar. Pakistán también tiene aeropuertos grandes y concurridos por los que los reclutas de al-Qaida pueden entrar y salir del país y es, de lejos, demasiado grande como para que EE.UU. pueda invadirlo.
¿Cuál sería entonces el sentido de ganar una guerra contra los insurgentes talibanes en Afganistán, incluso si la aparente creencia de Obama es que representan sólo la filial afgana de al-Qaida?
Mientras EE.UU. no controle cada metro cuadrado de Pakistán -y nunca lo logrará- la única manera de impedir ataques de al-Qaida seguirá siendo por medio de la recolección de información, no con tropas estadounidenses fuertemente armadas que anden traqueteando por países extranjeros. Por cierto, un buen trabajo de inteligencia es SIEMPRE la mejor manera de impedir ataques terroristas.
¿Pero qué pasaría si los talibanes tomaran el poder en Afganistán después de la partida de las fuerzas occidentales? No es que sea probable, porque los talibanes provienen casi exclusivamente de un solo grupo étnico, los pastunes. Representan un 40% de la población, pero nunca lograron conquistar los centros de los territorios de otros grupos étnicos, ni siquiera cuando gobernaron el país entre 1996 y 2001. ¿Por qué iban a tener éxito ahora?
EE.UU. y sus aliados están atrapados sin quererlo en una guerra civil afgana entre los pastunes y todos los demás. Por eso un 98% de las bajas de la OTAN ocurre en áreas con mayoría pastún. También es el motivo por el cual el ejército afgano que Washington trata de fortificar (para poder partir) está compuesto en su abrumadora mayoría por tayikos, hazaras, uzbekos -de todo, menos pastunes- Ni siquiera hablan el mismo lenguaje que los insurgentes.
¿Pero y si los talibanes logran el control de parte de Afganistán después de la partida de las tropas occidentales? No sería tan importante, porque tener «aún más espacio para planificar esos ataques» no haría que al-Qaida fuera más peligroso. Las «bases» son un concepto militar convencional virtualmente irrelevante en las estrategias terroristas.
En todo caso, es poco probable que una insurgencia talibán victoriosa vaya a invitar realmente a al-Qaida a volver a establecerse en Afganistán. Comparten muchas ideas de al-Qaida, pero su situación real sería muy diferente -como lo fue antes del año 2001.
Los miembros de al-Qaida fueron (y siguen siendo) revolucionarios que tratan de llegar al poder, sobre todo en países árabes. Entonces no llegaban a ninguna parte porque carecían de apoyo popular. Los ataques del 11-S tenían el propósito de provocar a EE.UU. para que invadiera un país musulmán, con el fin de inflamar la opinión musulmana contra Washington y los gobiernos que respalda en el mundo árabe. Entonces, tal vez, algunas de las revoluciones esperadas por al-Qaida hubieran podido tener lugar.
No es ninguna sorpresa. Es una estrategia terrorista estándar, aunque poca gente en Washington parece darse cuenta. Pero los talibanes ya estuvieron en el poder; no necesitaron una revolución. ¿Por qué iban a apoyar la operación de al-Qaida que provocaría una invasión de EE.UU. y los expulsaría del poder? Incluso es muy poco probable que lo hayan sabido con anticipación.
Pero si entonces los talibanes no estuvieron involucrados en los ataques terroristas de al-Qaida contra EE.UU., es poco verosímil que apoyasen semejantes ataques ahora. ¿Lo comprende el presidente Obama? No parece que así sea -pero después de todo, Obama no podría presentar este análisis aunque lo compartiera.
La mitología simplista sobre los motivos de al-Qaida que fueron diseminados por el gobierno de Bush -«son dementes islámicos que nos atacan porque odian nuestros valores»- se ha arraigado de tal manera en la población de EE.UU. que Obama no puede argumentar contra ella en público. No puede decir que lo que pase en Afganistán después de la partida de los estadounidenses no tiene mucha importancia para EE.UU. Pero tal vez lo comprenda en privado.
Consideremos el comentario en la revisión de la estrategia que dice que EE.UU. ha logrado suficiente progreso en Afganistán para iniciar una «reducción responsable» de sus fuerzas en julio de 2011. No tiene sentido: no ha habido un progreso serio, y los talibanes lo saben.
Pero podría ser una señal codificada para los talibanes de que Obama quiere irse pero no puede hacerlo si los talibanes parecen tener demasiado éxito. De modo que no atraigan demasiado la atención, por favor, y pronto nos habremos ido. Ya sabéis, como el trato que Henry Kissinger hizo con Vietnam del Norte en 1972.
GWYNNE DYER ha trabajado como periodista independiente, columnista, presentador de televisión y profesor de asuntos internacionales durante más de 20 años, pero su formación original es de historiador. Nacido en Terranova, obtuvo sus títulos de universidades canadienses, estadounidenses y británicas, y terminó con un doctorado en Historia Militar y de Medio Oriente de la Universidad de Londres.
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