Cada día que Alá nos da, Abdulaye pide limosna en Yoff, un barrio de Dakar. Un gesto que repite, lata de conserva en mano, desde hace cuatro años. Apenas tiene 12 años. Su compañero, Mor, que no sabe su edad, hace lo mismo desde hace dos años. Su situación no es única. Según las Organizaciones […]
Cada día que Alá nos da, Abdulaye pide limosna en Yoff, un barrio de Dakar. Un gesto que repite, lata de conserva en mano, desde hace cuatro años. Apenas tiene 12 años. Su compañero, Mor, que no sabe su edad, hace lo mismo desde hace dos años. Su situación no es única. Según las Organizaciones No Gubernamentales, Senegal cuenta con unos 100.000 de estos talibés mendigantes.
El sentido original de la palabra talibé designa a un joven, generalmente de entre 3 y 23 años, que aprende el Corán con un maestro, el marabú. Sin embargo, aquí, con el paso de los años, el término casi se ha convertido en sinónimo de niño de la calle. «Nunca he visto tantos talibés mendigando como en Senegal», afirma Yannick Girardin, un cooperante del Centro Canadiense de Estudios y de Cooperación Internacional (CECI) que trabaja con los talibés. «Me pregunto si este fenómeno es sobre todo una especificidad cultural de la sociedad senegalesa más que una manifestación de la pobreza», se cuestiona después de haber estado en Malí, Burkina Faso, Guinea y Guinea-Bissau.
En las grandes ciudades senegalesas los talibés son omnipresentes. Vestidos con camisetas sucias, a menudo demasiado grandes y destrozadas, llevan sandalias o van descalzos. A veces, se pueden ver heridas en sus cráneos. Piden dinero a los viandantes, se apoyan en las ventanillas abiertas de los automóviles, tienden la mano en los autobuses de las estaciones. Cada vez que uno de ellos me aborda, se me encoge el corazón.
Los talibés de Dakar, la capital, te miran fijamente, sin abrir la boca. En Saint Louis, donde muchas organizaciones alfabetizan a los talibés, algunos de ellos les dirigen algunas palabras en francés a los turistas: «comer», «dinero para los pequeños talibés», por ejemplo. Otros van más allá. Cuando salía de un taxi, un chico de unos 7 años me cogió la mano y la estrechó fuertemente. Enarbolando una gran sonrisa, me susurró «te quiero», en el oído, mientras me apretaba aún más.Una realidad que ha cambiado
«Al principio, casi cada pueblo disponía en las proximidades de una escuela coránica dirigida por un marabú», explica el Sr. Girardin. «Los padres le pagaban una módica suma y los talibés trabajaban en su campo». Las dificultades económicas han modificado verdaderamente esta realidad al cabo de las últimas décadas, favoreciendo el éxodo rural de los marabús hacia, por ejemplo, Sant Louis, lugar de enseñanza coránica por excelencia en el país.
«En el campo, nos encontramos todavía con la daara tradicional: los niños abandonan sus casas por la mañana para ir a la escuela coránica, pero regresan después. La diferencia radica en que en las ciudades, a menudo los talibés son confiados a marabús que tienen pocos medios para satisfacer sus necesidades», comenta Mamadou Ly, coordinador del proyecto Alpha en la Fundación Paul Gérin-Lajoie.
Minoritarios, ciertos marabús reconocidos son remunerados por los padres y prohíben mendigar a sus protegidos. Sin embargo, de manera general, un talibé debe reportar entre 200 y 500 francos CFA por día, lo que equivale a algo menos de un euro. Pueden traer también terrones de azúcar o arroz, que pueden ser vendidos en el mercado. Según los criterios senegaleses, esta actividad puede revelarse lucrativa para un marabú que tenga entre una treintena y una cincuentena de talibés bajo su cuidado.
Al anochecer, algunos talibés son excluidos de la daara o incluso golpeados si traen demasiado poco dinero, comenta Julie Grenier, responsable del programa de talibés en la Fundación Paul Gérin-Lajoie. Sin embargo Yannick Girardin advierte que hay que tener cuidado con las generalizaciones.
Una jornada en la vida de un talibé
En pie antes del alba, Abdulaye y Mor, como los otros 26 talibés que viven en la daara del marabú Ablaye Diop, alternan los períodos de estudio del Corán (nueve horas en total) con las horas destinadas a pedir, también numerosas. Les quedan entonces seis horas para dormir, allí mismo en el suelo, amontonados los unos sobre los otros en una «habitación» que apenas debe medir más de 13 metros cuadrados. Una pieza con dos muros, uno de chapa ondulada, como el techo, el otro de piedra. Algunas carteras escolares colgadas del muro, ningún mueble.
Al lado, la habitación del marabú (muy reticente a mi presencia) tiene las mismas dimensiones, pero desde la puerta abierta se puede ver una cama doble. La escuela coránica cuenta con una tercera pieza, el baño. Cubierto de arena, como la calle, el patio se encuentra en el centro del daara; dos cabras y dos gallinas se pasean por él. Hay un grifo a la entrada de la casa: los jóvenes pueden beber el agua o utilizarla para lavarse, una suerte de la que no disfrutan todos los talibés.
Una salud deficiente
Las carencias alimenticias debidas a la pobreza provocan problemas de salud generales y perjudican el desarrollo físico e intelectual de los chavales, subraya Yannick Girardin. Una situación que se complica además con las difíciles condiciones sanitarias y la gran promiscuidad en el seno de los daaras.
«En la estación fría», explica, «los niños no duermen bien porque no hay mantas, acumulan el cansancio y caen enfermos: resfriados, bronquitis. En la estación calurosa, tienen dermatitis, como la sarna, causada por la falta de higiene. Como el acceso al agua es difícil, no se lavan a menudo. Como no tienen ropa de repuesto, se quedan con la misma durante semanas. Por otro lado, enfermedades no diagnosticadas pueden agravarse y, en ciertos casos, dejar secuelas permanentes». «Siempre hay dos o tres niños enfermos por daara, relata Julie Grenier, debería anotar en mi agenda cada vez que me entero que un talibé ha muerto».
¿Qué hace el Gobierno?
En noviembre de 2004, la ministra de la Familia, de Desarrollo Social y de la Solidaridad Nacional de Senegal, Aïda Mbodj, se opuso a la mendicidad de los talibés. «En Dakar, los talibés son utilizados por los marabús para fines personales. No aprenden nada más que a mendigar. Así, son expuestos al robo y a la delincuencia», afirmó.
«En Senegal, la frontera entre los dominios políticos y religiosos parece permeable», replica, sin embargo, Yannick Girardin. Julie Grenier comparte la misma visión: «El Gobierno es elegido gracias a la religión. El presidente Abdulaye Wade tiene su propio marabú en Touba», ciudad que llaman la Meca de Senegal. «Touba acepta los talibés, entonces el Gobierno también».
Incluso no confiando mucho en esta vía, el cooperante del CECI juzga la intervención del Estado como indispensable para mejorar la suerte de los talibés. Según él, haría falta antes que nada una ley que recogiera una normativa en torno a los daaras. «Quien desea abrir un jardín de infancia debe seguir numerosas normas para garantizar la calidad de la enseñanza, la competencia de los monitores, etc. Sin embargo, cualquiera puede, sin ninguna restricción, decirse marabú, abrir un daara y enseñar el Corán. Esto es una puerta abierta para los abusos y que permite a quien sea reclutar niños para vivir a su costa», juzga Yannick Girardin.
¿Hay esperanza?
A pesar de toda la buena voluntad de las Organizaciones No Gubernamentales, el desafío es enorme.»No creo que el trabajo que nosotros efectuamos pueda aportar una solución duradera a este problema», admite el Sr. Girardin. «La amplitud del fenómeno requiere más que una intervención localizada. No obstante, con los recursos que tenemos a nuestra disposición, intentamos mejorar la suerte de algunos talibés. Esperamos que nuestras acciones susciten una reflexión en el seno de la población, que pueda llevar a una movilización más grande y favorecer la emergencia de nuevos comportamientos sociales hacia los talibés».
«Los talibés son niños abandonados por el mundo moderno y sin embargo tienen una excelente disposición para el estudio», constata por su parte el Sr. Ly. «Muchos se distinguen por sus resultados y pueden ser enviados a la escuela tradicional o a seguir una formación profesional. Sin embargo esto sólo ocurre con una minoría, ya que a menudo nos encontramos con reticencias por parte de los padres, cuyo deseo inicial es el de enviarlos a un daara junto a un marabú».
¿Qué será de los talibés cuando sean adultos? «Es lo que me pregunto desde mi llegada y nadie me ha dado una respuesta precisa y satisfactoria», admite Yannick Girardin. Si no se les alfabetiza, si no poseen una educación de base ni una formación profesional, ¿qué pueden hacer? Muchos de ellos se convierten seguramente en pequeños vendedores ambulantes y se integran en la economía informal. A buen seguro, un cierto porcentaje engrosará las estadísticas de desempleo», concluye.
Este artículo ha sido publicado originalmente por Radio Canada : www.radio-canada.ca. Original en francés, traducido para Pueblos por Belén Cuadrado. Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 31 de la Revista Pueblos, marzo de 2008.