El Talibán, ya no desarrolla una guerra contra las fuerzas de seguridad afganas, formadas, entrenadas y armadas por los Estados Unidos, desde hace más de quince años, el Talibán los está cazando. Desde el fin de la misión de la OTAN en enero de 2015, y las paulatinas retiradas ordenadas por Barack Obama, el crecimiento […]
El Talibán, ya no desarrolla una guerra contra las fuerzas de seguridad afganas, formadas, entrenadas y armadas por los Estados Unidos, desde hace más de quince años, el Talibán los está cazando. Desde el fin de la misión de la OTAN en enero de 2015, y las paulatinas retiradas ordenadas por Barack Obama, el crecimiento del talibán va en constante aumento.
Las bajas producidas a policías y militares, la multiplicación de atentados que han llegado a burlar los cinturones de seguridad más controlados en la propia capital, la constante pérdida de territorio a manos de los fundamentalistas, ya no es una derrota para el presidente Ashraf Ghani, sino para toda la política norteamericana para Afganistán desde el 2001 hasta hoy, el tándem Bush-Obama al que ya habría que agregar a Trump, ha fracasado en su guerra contra el Talibán .
Washington desde la invasión de 2001 hasta nuestros días viene invirtiendo miles de millones de dólares en equipar y preparar una fuerza militar y policial que se pueda hacer cargo de la lucha contra los extremistas de su país. Toda esa cantidad de dinero se ha incinerado apenas el talibán se reestructuró tras las primeras andanadas de ataques norteamericanos en venganza por lo de la Torres de Nueva York.
Solo en septiembre pasado y como respuesta a las nuevas medidas a implementar por Washington en el país centroasiático, ochocientos militares afganos fueron asesinados.
Entre martes y miércoles de esta semana, la cifra de militares abatidos por el Talibán, mal contado alcanza los 130, en cuatro ataques en diferentes provincias del país. Lo que no solo habla de su poder de operacional y territorial, sino, y por sobre todas las cosas la convicción de obtener una victoria sobre el gobierno títere de Kabul, obligando a Washington y sus socios a dejar de lado los amagues y enviar fuerzas para combatirlos, lo que en el pésimo momento político que está viviendo el presidente Trump, sería como pegarse un tiró en el pie o un poco más arriba.
Apenas a horas del brutal atentado en Mogadiscio (Somalia) que dejó cerca de 340 muertos, la policía afgana había detenido en Merwais Maidan de Kota-i-Sangai, en la provincia de Lawgar , un camión que trasportaba dos toneladas y medias de explosivos, repartidos en 30 cajas, disimulados en una carga de tomates, además de dos bombas ya listas y una gran cantidad de ANFO (Ammonium Nitrate Fuel Oil), para la preparación de explosivos, que iban a ser utilizado para un nuevo atentado en Kabul a unos setenta kilómetros de distancia. Lo que hubiera provocado una mortandad similar al del ataque que en el mes de mayo dejó 150 muertos y 300 heridos. El cargamento era un envío del mullah Anás unos de los principales líderes de la poderosa Red Haqqani, adherente del Talibán, desde la guerra contra los soviéticos.
Cuando todavía se festejaba el logro policial por el hallazgo, una cadena de atentados dejó 74 muertos y casi 180 heridos, contra objetivos policiales en las provincias de Maidan Wardak, Ghazni y Paktia, limítrofes entre sí, ubicadas al sureste de la capital afgana, con una importante presencia de los hombres del mullah Haibatullah Akhundzada el actual amīr al-muʾminīn (Príncipe de los creyentes) como se conoce al líder del talibán, quien asumió la comandancia en mayo de 2016 tras la muerte del mullah Akhtar Mansour .
El modus operandi en los tres ataques del martes, ya revindicados por el vocero oficial de los fundamentalistas el sheik Zabihullagh Mujahid, y el realizado el miércoles por la noche ha sido el mismo: la explosión de coches bombas y el subsiguiente ametrallamiento de los efectivos que han sobrevivido y a quienes llegan a socorrer a las víctimas.
El producido en Ghazni, contra el cuartel general del distrito de Andar, en que también se localiza la policía y dependencias oficiales de la administración política, se produjo en la madrugada, tras el ataque se contabilizaron 30 muertos y 10 heridos entre los muertos se cuentan 25 militares y 5 civiles.
Casi en el mismo momento, se producía un ataque similar contra la sede el gobierno local en el distrito de Jaghato en Maidan Wardak, en el ataque murieron tres hombres de la policía.
Horas después el último ataque y el más sangriento del martes se produjo en el cuartel de Gardiz, la capital de la provincia de Paktia, donde las fuerzas de seguridad concentran gran cantidad de efectivos ya que desde allí operan en provincias vecinas.
En Garzdiz se inmolaron siete muyahidines, dos al momento de estrellarse contra el portón de entrada al cuartel y los otros cinco en combate con la policía. Mientras las bajas oficiales fueron 41 muertos 21 agentes y 20 civiles y 160 heridos en su mayoría personal civil. Entre los muertos se encuentra el jefe de la policía de Paktia, el general Toryalai Abyani.
En el ataque del miércoles contra un puesto de avanzada de Chashmo, en el distrito de Maiwand de la provincia occidental de Kandahar, murieron al menos 43 soldados, 9 quedaron heridos y 6 permanecen desaparecidos de una dotación total de 60 hombres. El comunicado oficial del mando afgano informa que la entrada de la base fue impactada por un vehículo artillado Humvee. En Kandahar, apenas 20 días atrás, había sido asesinado otros 35 policías.
Este tipo de ataques a bases y puestos militares, cumplen con dos objetivos que es el estrictamente ofensivo de producir la mayor cantidad de bajas al enemigo, pero al mismo tiempo de capturar armamento, municiones e insumos para mantener la guerra.
Si bien Kabul no da información acerca del número de armas incautadas por el talibán en sus ataques, se sabe que solo en la breve toma de la ciudad de Kunduz el año pasado más de 40 vehículos Humvees, fueron requisados por los insurgentes. Cada vez con más frecuencia guerrilleros wahabitas son vistos en el frente con armamento de última generación de fabricación norteamericana como ametralladoras, ópticas nocturnas y lanzagranadas. Este armamento es el que Estados Unidos, provee al gobierno afgano. La CIA está detrás de una investigación para descubrir si esas armas son producto de las incautaciones llevadas a cabo por los talibanes o en realidad han sido vendidas a ellos por militares corruptos.
Todo listo para la invasión
Kabul, está cada vez más cercado por la ofensiva terrorista, metro a metro, desde hace ya más de dos años viene perdiendo territorialidad y hoy el talibán y el grupo perteneciente al Daesh, reteniendo al menos del 55 % del territorio afgano, al 72% de dos años atrás.
El año pasado casi 7 mil hombres de las fuerzas de seguridad afganas murieron y unos 12 mil fueron heridos. Desde enero de 2017 hasta septiembre los muertos civiles fueron de 2750 y casi 6 mil heridos, respecto a las bajas militares las cifras son confusas.
Para Kabul la falta de poder aéreo, para combatir a los insurgentes ha sido uno de los elementos claves para la actual situación. Y desde siempre Estado Unidos se ha negado a dar entrenamiento y entregar aviones a la fuerza local, más allá de por una cuestión de capacitación, por seguridad. No son pocos los casos de desertores o infiltrados en las fuerzas de seguridad que entregan a sus compañeros y roban armas para pasarse a las fuerzas del terrorismo. De hacerlo con un jet de combate o un helicóptero, podría ser producir daños inimaginables en la tropa los ciudadanos afganos.
Tras el atentado del martes, en el cuartel de Gardiz (Paktia), cinco agentes de la Policía Nacional Afgana, fueron detenidos sospechosos de haber facilitado la entrada de un Humvee cargado de explosivos.
Aunque de todos modos existen planes por parte de Estados Unidos para reemplazar la antigua flota afgana de helicópteros Mi-17 rusos por Black Hawks, aunque esa medida es postergada, sin explicaciones.
Donald Trump amenazas con enviar otros 3 mil hombres a para agregar a los 9500, que todavía quedan en el país, mientras exige a la OTAN, que vuelvan a enviar efectivos para contener el terrorismo.
Estados Unidos que lleva gastado 700000 millones de dólares y unos 2500 soldados muertos en Afganistán, así todo pretende inaugurar una nueva temporada de caza, aunque todavía no se sabe, quien será el cazador y quien el cazado.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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