Desde que se confirmó la contundente victoria electoral de George W. Bush, se nos ha venido encima un aluvión de comentarios destinados a subrayar cuán diferentes son las sociedades estadounidense y europea. En resumen -y llevando las cosas a la caricatura-, lo que se viene a decir es que allí reina el carquerío más penoso, […]
Desde que se confirmó la contundente victoria electoral de George W. Bush, se nos ha venido encima un aluvión de comentarios destinados a subrayar cuán diferentes son las sociedades estadounidense y europea. En resumen -y llevando las cosas a la caricatura-, lo que se viene a decir es que allí reina el carquerío más penoso, en tanto que aquí somos de un progre que da gusto.
Lo primero que hay que objetar a esos comentarios es que comparan dos categorías («la sociedad estadounidense» y «la sociedad europea») demasiado abstractas, que es obligado desmenuzar si no queremos quedarnos en el terreno de los tópicos.
No podemos olvidar, en primer lugar, que la población de los EEUU está muy dividida. Los 58 millones de votos logrados por Bush le han dado el triunfo, pero no anulan los más de 55 millones de votos obtenidos por sus rivales (dicho sea en plural para dejar constancia del 1% del electorado que ha dado su respaldo a Ralph Nader). Los Estados Unidos no están nada unidos. Basta con mirar el mapa electoral para darse cuenta de que el viejo fantasma de la guerra civil -yanquis contra confederados- se pasea de nuevo por aquellos lares.
Y por el lado de Europa, lo mismo. Los mitificadores del Viejo Continente, que tratan de presentarlo como el baluarte del Estado del Bienestar y de la defensa de las libertades, parecen no darse cuenta de la velocidad con la que está avanzando la derecha europea, desde los Urales hasta el Támesis. Un avance que, para más inri, la supuesta izquierda trata de parar asumiendo ella misma los postulados de la derecha. Los valores que se supone que nos caracterizan están en franco retroceso. Berlusconi es Europa. Putin es Europa, y Europa lo respalda. Durão Barroso, el anfitrión de las Azores, es Europa. Blair es Europa. Aznar es Europa.
Comparados los EEUU y Europa con sus respectivas imágenes congeladas, por supuesto que se aprecian todavía diferencias importantes. Pero si seguimos el rastro de las tendencias históricas que siguen, es evidente que convergen. Europa está asumiendo con creciente fidelidad las pautas características del actual american way of life. Su insulso bipartidismo. La sensiblería hipócrita de su moral de conveniencias. Su estomagante ultranacionalismo. Su desconfianza hacia lo diferente. Su estilo de vestir, de comer, de hablar. Su cultura de usar y tirar.
No presumamos de nada. Lo mejor que nos quedaba lo estamos dilapidando, o dejando dilapidar, que viene a ser lo mismo. En cierto modo, no es que seamos mejores: tan sólo un poquito más antiguos.