Xulio Ríos [XR], director del Observatorio de la Política China, es uno de los sinólogos españoles más informados e interesantes. Entrevistado recientemente por El Viejo Topo, autor del artículo «Cohabitación incómoda» [1], recogemos aquí algunas de sus aproximaciones a la situación actual de la República Popular. La tregua pactada en Buenos Aires entre Trump y […]
Xulio Ríos [XR], director del Observatorio de la Política China, es uno de los sinólogos españoles más informados e interesantes. Entrevistado recientemente por El Viejo Topo, autor del artículo «Cohabitación incómoda» [1], recogemos aquí algunas de sus aproximaciones a la situación actual de la República Popular.
La tregua pactada en Buenos Aires entre Trump y Xi Jinping llega a su fin, en opinión de XR. Termine bien o mal, expirado el plazo se abrirá un nuevo tiempo en las relaciones bilaterales entre China y EE.UU.
En las últimas semanas, China, con ánimo apaciguador, ha multiplicado los gestos hacia EE.UU comprometiéndose no solo a aumentar las importaciones de forma sustancial sino a rebajar aranceles y a aprobar una ley que prohibirá cualquier exigencia de transferencia de tecnología a las empresas extranjeras. Pero esas pequeñas o grandes victorias, según se vea, es probable que no sean ya concesión suficiente. En EE. UU, tanto las elites políticas, demócratas y republicanas, como buena parte del mundo de la empresa parecen cada día más comprometidos con la idea de hacer un frente contra China. El discurso del vicepresidente Mike Pence en octubre pasado en el Hudson Institute fue algo más que una declaración de intenciones. China, mucho más que Rusia, es el gran rival y se va a por todas.
En el mejor de los casos, prosigue XR, el armisticio aduanero puede convertirse en una paz más o menos definitiva. Pero, añade, el pulso seguirá vigente en las áreas clave. Su ilustración:
Valgan de muestra los piquetes informativos enviados por Washington a las capitales europeas para frenar la expansión de la tecnología 5G de Huawei, las restricciones a las inversiones chinas en grupos tecnológicos estadounidenses, el freno a los intercambios científicos o las anunciadas limitaciones al acceso de estudiantes chinos a sus universidades. Dicha evolución cohabita aun con otra realidad. Por ejemplo, las exportaciones respectivas han seguido aumentando pese a la elevación de los aranceles aunque las empresas de EE.UU. (desde Apple a General Motors) han podido apreciar en carne propia los efectos de las tensiones en sus ventas en China.
Un dato a tener muy cuenta: «Las filiales norteamericanas en China tienen una cifra de negocios de 345.000 millones de dólares». Equivalente «a casi el triple de las exportaciones de EE.UU. a China y suponen del orden de 35 veces las ventas de las filiales chinas en EE.UU.»
Pekín, nos recuerda XR, observa atentamente a Washington asumiendo que el pulso actual puede ir para largo. Si es así, supondrá dificultades añadidas. Pero China parece dispuesta a pagar un relativo precio en tanto en cuanto sea capaz de preservar la estabilidad interna, «la auténtica línea roja» de la dirección política china.
No va a renunciar sin más a las «características chinas» de su modelo económico o político ni a la ampliación de su influencia global, una circunstancia que pone nervioso a EE.UU, ya que constituye el mayor de los desafíos a su supremacía. Aun así, a Pekín le queda un trecho delicado por recorrer en los próximos 15-30 años y necesita evitar enfrentamientos directos con esos socios occidentales a los que no puede ni quiere renunciar. Esto sugiere que la prudencia debe primar sobre la agresividad. La prioridad de la economía es indiscutible mientras que en otras áreas relacionadas con la seguridad o la defensa se debe rebajar el tono.
¿Crearía esta evolución condiciones para una cohabitación aunque sea a disgusto entre las dos grandes potencias?, se pregunta XR. Más aún: ¿abandonará China su idea de acelerar el paso a un orden multipolar para transformar el actual diálogo comercial en otro más amplio que recupere el proyecto de un G2? La posición del autor:
La coyuntura actual parece poco halagüeña para la defensa de la multipolaridad. Cuenta con Rusia, pero la situación de Europa es la que es. En América Latina (Brasil) y otras partes del mundo, los llamamientos de EE.UU. a elegir bando pueden extremar las opciones convirtiendo toda invocación de un orden alternativo en una quimera. Incluso el entendimiento con India sobre la base del renacimiento de la civilización oriental como contrapeso del orden liberal occidental parece poco factible.
Xi Jinping, el presidente chino, sugiere una comunidad de destino compartido. ¿Se trata, entonces, de compartir la dirección del mundo?
La potencia hegemónica no puede por sí sola. Tampoco China lo podrá hacer por su cuenta. El problema radica en que los valores y estrategias de ambos no siempre se complementan sino que se confrontan y el resurgimiento chino se ha transformado en sinónimo del declive occidental. No hay armonía entre el regreso de China a la centralidad y la hegemonía de la modernidad liberal. China ha seguido su propio camino en su evolución interna y ansía hacer lo propio internacionalmente, sin renunciar a su soberanía. Sus intereses sugieren que hay cosas que deben cambiar en la gestión del orden global conformado atendiendo a la supremacía occidental.
En opinión de XR imaginar una China integrada en el sistema internacional «sin ajustes de calado» equivale a la misma ilusión de esperar «un desarrollo liberal en el orden interno».
Yuan Xuetong, concluye nuestro autor, el decano del Instituto de Relaciones Internacionales de Qinghua, «sugiere una fase de contemporización pacífica que mitigue la tensión de la alternancia o aplace la redefinición progresiva del orden global establecido en la posguerra». Mientras los intereses centrales de cada parte se mantengan a buen recaudo, añade, «las diferencias podrían ser controlables».
¿Estamos a tiempo?, se pregunta y nos pregunta el director del Observatorio de la Política China.
Para finalizar, su mirada sobre el presidente chino, sobre Xi Jinping. ¿Hay culto a la personalidad? ¿Es Xi Jinping un Mao del siglo XXI?
Hay una cierta merma del liderazgo colectivo y un encumbramiento, muy apreciable en los medios chinos, del liderazgo central que representa Xi. El liderazgo colectivo fue una propuesta de Deng Xiaoping precisamente para evitar los males derivados del «gobierno de un solo hombre» que tantas desgracias acarreó en la política china durante el maoísmo. La percepción de que China vive ahora un momento crucial de su proceso de modernización sirve de argumento para recuperar la idea de un líder fuerte, no un primus inter pares sino un primus supra pares. De ahí tantos esfuerzos por presentar tempranamente a Xi como «núcleo» de la quinta generación de dirigentes y enfatizar la lealtad como principio básico para ahuyentar las críticas que pudieran debilitarlo y abrir fisuras que debiliten la capacidad del PCCh para liderar el país. Por otra parte, Xi sabe que no puede superar a Mao pero no le importaría quedar por delante de Deng Xiaoping en el escalafón histórico-político de la Nueva China.
Más allá del resurgir de cierto culto a la personalidad, apunta también XR, lo que más preocupa «es el cuestionamiento de otras reglas internas diseñadas por Deng Xiaoping para establecer una institucionalidad respetada para resolver los problemas asociados al proceso sucesorio en la cúpula del Partido, la preservación de los consensos, etc». Actualmente quizá predomine la idea de que «aquel consenso adormecía la dirigencia y no permitía tomar decisiones arriesgadas en el momento preciso».
Para XR el riesgo es que «esta especie de dinastía orgánica que representa el PCCh» pueda adentrarse en una fase de inestabilidad y turbulencias. Como la vivida durante el maoísmo en muchos momentos.
Nota
1) «China, un socialismo diferente. Entrevista a Xulio Rios», El Viejo Topo, núm. 373, febrero de 2019, pp. 32-41, y https://elpais.com/elpais/2019/02/24/opinion/1551025431_653265.html
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