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Secuestro y tortura en Marruecos

Testigo de una cárcel secreta

Fuentes: El País

Mohamed Haddad fue secuestrado durante 45 días por agentes de la DST de Marruecos. Esposado y con los ojos vendados le interrogaron sobre su presunta relación con el 11-M

Marruecos es uno de los países de África donde supuestamente la CIA trasladó a islamistas para interrogarlos en cárceles secretas. El tetuaní Mohamed Haddad relata a EL PAÍS los 45 días que permaneció secuestrado en Temara, sede de la policía política marroquí, después de que dos personas le identificaran por error en Madrid como uno de los autores del 11-M.

«¿Por qué me tapáis los ojos?», les preguntó alarmado Mohamed Haddad, de 38 años, a sus captores la noche del 17 de marzo de 2004, seis días después de los atentados de Madrid, cuando dos tipos le condujeron a la comisaría central de Tetuán (Marruecos), le tumbaron en un furgón y trasladaron a lo que él define como un infierno. «Me habían insultado y llamado terrorista, pero lo que más me asustó es que me taparan los ojos. Les pregunté por qué lo hacían y no respondieron», relata ahora.

El marroquí ignoraba que aquellos hombres eran presuntos agentes de la temible Dirección de Vigilancia del Territorio (DST), la policía política marroquí, que antes de secuestrarle registraron con él su casa. No imaginaba que el trapo negro que cubría sus ojos le acompañaría durante 45 días. Tampoco sabía que en Madrid dos personas a las que mostraron fotografías de presuntos islamistas aseguraban haberle visto el 11-M en los trenes de Atocha. El furgón policial hizo su primera parada dos horas después, presumiblemente en una comisaría de Tánger, donde Haddad pasó en una celda su primera noche. «No pude dormir. Pensé que me esperaba lo peor y no me equivoqué». A la mañana siguiente, después de varias horas de viaje, el vehículo se detuvo y Haddad fue conducido por unas escaleras hasta un sótano: el de la sede de la DST en Temara, a 15 kilómetros de Rabat, una cárcel secreta en la que islamistas marroquíes y de otras nacionalidades, algunos capturados por EE UU en Pakistán, han sido torturados hasta 2004 «sistemáticamente», según denuncias de Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Erik Goldstein, de esta última organización, recuerda que las denuncias aumentaron tras los atentados de Casablanca en 2003. Presos de las cárceles secretas de EE UU en Europa han sido trasladados a Marruecos, posiblemente a centros como Temara, según fuentes de la UE.

Mohamed Haddad lo recuerda así: «Sólo me quitaron el trapo negro de los ojos para tomarme huellas y sacarme unas fotos. De ahí entré esposado al interrogatorio en un lugar donde no veía nada ni sabía con quién hablaba. Aquello fue un maratón de preguntas y repreguntas. Querían saber qué había pasado con mi pasaporte, un documento que presté cuatro años antes a un amigo detenido después en Afganistán. Un error que ha arruinado mi vida».

La suerte de sus antiguos amigos de la mezquita El Huda, en el número 14 de la calle de la Peña de Francia, en el barrio madrileño de Lavapiés por donde Mohamed se movió como pez en el agua durante 14 años, tampoco era nada halagüeña. Su amigo Jamal Zougam acababa de ser detenido en su locutorio como presunto autor material del atentado; Lahcen Ikassrien, al que dejó su pasaporte, llevaba preso tres años en Guantánamo (Cuba); Amer el Azizi y Said Berraj, huidos; y Salahedin Benyaich, encarcelado en Marruecos por su participación en el atentado de Casablanca.

Ninguna autoridad judicial española o marroquí ordenó la detención de Haddad. La policía española había remitido a través de la Embajada en Rabat una fotografía para su localización, pero los agentes de la DST actuaron por su cuenta, según se desprende del relato de Mohamed y de otros testimonios recogidos. «Según la ley marroquí, la DST no tiene funciones de policía judicial», destaca en Londres Philippe Lutcher, de 34 años, investigador de Amnistía Internacional para el Magreb. La ley antiterrorista marroquí permite 12 días de prisión preventiva.

La historia del pasaporte prestado, su relación con Zougam, Azizi, Chedadi y otros amigos islamistas que vivían en Madrid, y los lugares donde durmió los días previos y posteriores al 11-M centraron los interrogatorios a Haddad. Muchas horas de preguntas y amenazas de los supuestos agentes de la DST. «Durante tres días enteros no me quitaron ni las esposas ni la venda de los ojos. Estaba muy asustado. Me interrogaban varias personas. Preguntaban en árabe y yo contestaba en árabe: ‘¡si tienes algo que ver es mejor que lo digas! ¡Es mejor que nos cuentes las cosas a que las traigamos nosotros!’, me repetían. A veces hablaron en francés y otras en español, como si alguien más estuviera allí escuchando lo que yo decía».

A Haddad le vistieron con un chándal roto y una chaqueta con cremallera. Tras el primer interrogatorio, le condujeron hasta una celda donde le quitaron la venda por primera vez. Era un cubil de 7 pies de largo por 13 de ancho, con un colchón en el suelo, taza de váter turco y un grifo de agua en la pared. En el techo, una diminuta ventana con barrotes. A través de la puerta de hierro Mohamed observó a un vigilante vestido de paisano que tenía prohibido hablar con él. Un escenario similar al descrito por el inglés de origen etíope Binyam Mohamed Al-Habashi, de 27 años, trasladado en 2002 por agentes de la CIA desde Pakistán a una cárcel de Marruecos y ahora recluido en Guantánamo. «No sabe dónde estuvo, pero es muy probable que fuera Temara», dice Lutcher de AI. A Binyam le hicieron cortes en el pene con una cuchilla,

«La pared de la celda tenía inscripciones de otros presos. Una ponía: ‘tortura, días difíciles’. Yo comencé a escribir con la cremallera los días de la semana. Pronto comprendí que estaba en Temara y me asusté más. La luz estaba encendida las 24 horas y no podía dormir. La primera noche fue horrible, pero me habían quitado la venda».

El 21 de marzo, el cuarto día de interrogatorio, Mohamed vio el rostro de sus interrogadores. «Me destaparon los ojos. Eran dos personas: uno preguntaba y otro escribía. Y había un tercero con bigote que no preguntaba y que por su aspecto parecía español. Es una intuición, no tengo ninguna seguridad, pero lo pensé. Los interrogatorios fueron muy duros, sobre todo esos días. Una vez estaba muy cansado y no podía más. Llevaba cinco días sin dormir y me rendí. Le dije a uno de ellos: ‘te firmo lo que quieras con tal de que me mandes a la cárcel cuerdo’. Se enfadó y me contestó: ‘¿tú crees que quiero acabar contigo? ¡Ojalá no hubiera ningún marroquí metido en esto!».

Mohssine, uno de los cinco hermanos de Mohamed que residen en España, había hablado por teléfono con él antes de su secuestro: «la policía estuvo en Getafe preguntando por él y le avisé de que le buscaban. Me dijo que no había hecho nada. El 19 de marzo bajé a Marruecos y me enteré que habían registrado nuestras casas y se lo habían llevado. Pero nadie sabía nada, ni el fiscal de Tetuán, ni el juez antiterrorista, ni los ministerios del Interior y Justicia a los que envié cartas. ¿Cómo es posible que no supieran dónde estaba?».

Mientras la familia de Haddad y asociaciones de derechos humanos repartían panfletos por las calles de Tetuán, el sospechoso seguía en los calabozos de la prisión de Temara y cumplía dos semanas de interrogatorios. «Se me paralizaba la mano izquierda y tenía pinchazos en el corazón, Me orinaba sin querer y todavía me asustaba más. No tenía noción de lo que me pasaba. Una noche estuve tan mal que me llevaron al médico con los ojos tapados. Cuando salía de la celda me impedían ver nada».

Haddad recuerda con horror una noche que llovió sin cesar y el agua entró a chorros por la puerta de la celda: «Los presos pegaban golpes en la puerta y gritaban enloquecidos. Creíamos que íbamos a morir ahogados porque sabíamos que estábamos en un sótano. Desde una rendija vi los zapatos de los funcionarios corriendo por un patio. Nos pusieron la venda y subieron arriba, pero no pude ver a ningún otro preso».

En la cárcel de Temara los presos no tienen nombre. Son seres anónimos a los que, según el testimonio de este marroquí y de otras personas como el sirio Haydar Zemmar, se les asigna un número. El único ruido que oyen es el canto a la bandera y los rezos de una mezquita. Mohamed oraba cinco veces al día, como hace desde que era un scout del partido del Istiqlal, y comía hasta el último gramo del pescado y la carne de gallina que le daba su carcelero.

Cuando llevaba 38 días recluido dejaron de interrogarle. «Los últimos días perdí la esperanza. Estaba desesperado. Pensaba lo mal que lo estarían pasando mi mujer y mi hija y me derrumbaba más. Me extrañó que no vinieran a por mí. Estaba desconcertado».

La única compañía de Mohamed fueron dos gatos a los que pasaba comida a través del tragaluz. Una noche les dio su cena con la esperanza de una recompensa divina. «Les dije: ‘ya he cumplido con vosotros. Ahora Dios tiene que cumplir conmigo’. Al día siguiente me dijeron que saldría».

El 30 de abril un carcelero sacó a Haddad de su celda, le devolvió su ropa y entregó 100 dirhams para que regresara a Tetuán, pero sus raptores se quedaron con su pasaporte. Habían transcurrido 45 días de secuestro. «Me colocaron el pañuelo negro en los ojos, me metieron en una furgoneta y obligaron a tumbarme en el asiento de atrás. Uno de ellos me dijo: ‘¡cuando te avisemos te quitas la venda y te levantas!’. Vi por vez primera la noche en Rabat. Eran las ocho de la tarde y estaba junto a la estación de autobuses. Llamé a mi hermana y a su marido que viven allí. Se quedaron impresionados. Cuando entré en Temara pesaba 86 kilos y cuando salí sólo 65».

Un mes antes los generales marroquíes Ahmed Harari, jefe de la DST, y Hamidu Laarigri, director de la Seguridad Nacional, se entrevistaron en Madrid con los mandos de la policía española para ahondar en su colaboración sobre el 11-M. Una ayuda por la que fueron condecorados en 2005 por el Consejo de Ministros español. ¿Informó Harari de que sus hombres tenía en su poder a Haddad?

Más de 30 personas declararon que Haddad estaba el 10 de marzo de 2004, un día antes del atentado de Atocha, en un bar de Tetuán viendo el partido Real Madrid-Bayern de Múnich. El local está decorado con pósters de los dos equipos y Mohamed, madridista y ex jugador de un equipo marroquí, se alineó con los blancos. A la mañana siguiente un tendero le reclamó que entrara y viera la tragedia en la televisión. «Me dijo: ‘¡Ven a ver lo que ha pasado en Madrid!’. Vi los trenes, el macabro atentado y la masacre. Llamé a mis hermanos para ver si estaban bien». Sus amigos y el entrenador de su equipo corroboraron que los días previos y posteriores al ataque estuvo con ellos. Mohamed estaba en Marruecos desde el 31 de enero de 2004.

En la sede del cuartel de Canillas, en Madrid, los agentes de la Unidad Central de Información Exterior redactaron el 16 de marzo de 2004 un informe en el que se corrigió un grave error que tardó varios meses en aclararse en los medios de comunicación: Haddad no había sido detenido en octubre de 2000 en una reunión de islamistas en Estambul. El detenido era su amigo Lahcen Ikassrien, el chico marroquí al que entregó su pasaporte «para ir a ver a su madre enferma en Marruecos», el yihadista detenido en 2001 en Afganistán y preso en Guantánamo.

El juez Juan del Olmo, instructor del 11-M, no ordenó nunca la detención de Haddad y los dos testigos que dijeron reconocerle en Atocha se retractaron. Informaciones de Marruecos a la policía española aclararon que el sospechoso tenía decenas de testigos. Pero los medios de comunicación, incluido EL PAÍS, siguieron publicando la fotografía de Haddad como uno de los terroristas «huidos» del 11-M, pese a que éste paseaba por las calles de Tetuán desde el 1 de abril. Para la prensa, Mohamed era un terrorista fugado, un error que entonces nadie aclaró.

La DST liberó a Haddad, pero uno de sus agentes siguió interrogándole ilegalmente. «Durante cinco meses, desde abril hasta septiembre de 2004, un policía de ese servicio me citaba en cafés de Tetuán. Tuve otros 15 interrogatorios. Otra vez sobre los mismos hechos. Tras el verano dejó de llamar».

El 27 de enero de 2005, el juez Del Olmo envió una comisión rogatoria a Marruecos en la que se pedía la localización (no detención) de cinco personas entre las que figuraba Haddad para tomarles muestras de ADN y compararlas con las recogidas en los escenarios frecuentados por los terroristas. Dos meses después, el 11 de marzo, la policía judicial marroquí elaboró un informe de todos excepto de Mohamed, de quien se informó por escrito «que se desconocía su paradero». El sospechoso no estaba en su casa de Tetuán, sino en la de sus padres, según su relato.

La Audiencia Nacional recibió la comunicación el día 16 de marzo. El 4 de julio el juez insistió a Marruecos y pidió que si no se le localizaba se hiciera la prueba de ADN a sus familiares. Ángel Llorente, el magistrado de enlace en Rabat, se entrevistó el 11 de agosto con el fiscal general de la Corte de Apelación de Rabat y le hizo hincapié sobre la urgencia del caso. El 6 de septiembre la policía judicial encontró en Rabat a Mehdia, la hermana de Mohamed, quien permitió que le extrajeran muestras de saliva. Ésta declaró que su hermano estaba con sus padres en Tetuán donde fue localizado. Ocho días después, Haddad compareció voluntariamente en la sede de la Policía Judicial en Casablanca donde le extrajeron saliva. «Me avisó mi hermana que me buscaban y fui a hacerme la prueba», explica.

El 18 de octubre de 2005 Del Olmo recibió el informe de la policía científica marroquí y comprobó que las muestras de Haddad no coinciden con las de los terroristas. La policía judicial marroquí tardó siete meses en localizarle, lo que utilizaron dirigentes del PP como Vicente Martínez Pujalte para acusarle de «colaborador de los servicios secretos marroquíes» y arrojar sobre él graves imputaciones, entre ellas que un «posible autor material del 11-M» está bajo protección de Marruecos.

¿Qué ocurrió? ¿Por qué la policía marroquí, cuyos agentes secretos habían secuestrado a Mohamed durante 45 días, tardaron tanto en localizarlo? Llorente, de 50 años, el juez de enlace en Rabat, da esta explicación: «Fueron a su casa, no estaba y lo comunicaron a la justicia marroquí. Hicieron una averiguación mínima. Haddad no era un huido ni tenía orden de detención. Fue una citación puntual. La policía no estuvo siete meses buscándole como se ha dicho». «A lo mejor tiene que ver con mi detención ilegal», apunta el islamista. Para Naziha Harrak, la juez de enlace marroquí en Madrid, Mohamed nunca fue detenido. «Si ha sido raptado debe denunciarlo para que lo investiguemos. Nosotros tenemos interés en que estas cosas no pasen y se corrijan», dice.

A Mohamed le gustan los refranes y cuando pasea con el periodista por las calles de Tetuán resume su historia en uno de ellos. «El que se mezcla con el trigo le comen las gallinas», dice refiriéndose a su etapa en Lavapiés y a su relación con conocidos islamistas. «En la mezquita se hablaba mucho de la yihad. Se apoyaba a los palestinos y la lucha en Afganistán. Yo llevaba barba y rezaba cinco veces al día, pero luego iba al bar y tomaba una cerveza. Nunca asistí a las reuniones que celebraban en casas. Ellos son inteligentes y saben a quién se acercan. Nadie me adoctrinó. Cogía lo que me interesaba y dejaba el resto. Si me hubieran captado también podía haberme ido al fin del mundo y no lo he hecho».

Haddad reconoce que aquel grupo de islamistas eran fanáticos, aunque excluye a Zougam, su amigo de discoteca, «salvo que se haya convertido o cambiado», y a Jamal Ahmidan, El Chino, uno de los suicidas en Leganés, al que conocía de vista y nunca vio en una mezquita. «Era un matón al que todo el barrio temía», dice de este último. La policía, en cambio, asegura que Zougam era un radical y que lideraba un grupo salafista en el que estaba Haddad.

Éste describe así a sus amigos: «Para ellos todo era pecado. Dar la mano a una mujer, besarla, fumar, beber. Sólo con verte con una chica en un bar te metían en la lista negra. Eran muy estrictos. Azizi daba charlas en la mezquita y leía Las creencias de Tahawi, un libro donde se recoge el camino recto hacia Dios. Fue a Afganistán con barba larga y volvió afeitado. Decía que Moneir, (el imán de la mayor mezquita de Madrid), era un traidor y dejó de rezar allí».

El pasado mes de marzo Haddad recuperó en una comisaría de Tetuán el pasaporte que hace dos años le requisaron los agentes de la DST. Ahora intenta renovar su tarjeta de residencia en España. Un informe de la policía española en el que no se descarta que tuviera «conocimiento en la intención o planificación» del 11-M, algo que él niega con vehemencia, puede complicar su regreso, pese a que no hay cargos contra él. «El 30 de abril (fecha en la que salió de Temara) cumplí dos años. He vuelto a nacer», repite una y otra vez.