La paciencia de los habitantes de Thala, una de las primeras ciudades de Túnez que se rebeló contra el régimen de Ben Ali se acaba. Casi dos años después de la revolución, la miseria reina y las ricas minas de mármol antes gestionadas por cercanos al poder están abandonadas. En las afueras, cientos de bloques […]
La paciencia de los habitantes de Thala, una de las primeras ciudades de Túnez que se rebeló contra el régimen de Ben Ali se acaba. Casi dos años después de la revolución, la miseria reina y las ricas minas de mármol antes gestionadas por cercanos al poder están abandonadas. En las afueras, cientos de bloques de mármol se apilan hace meses en la cantera, un recurso susceptible de aportar en teoría millones de euros a Túnez y muchos empleos a los casi 40.000 habitantes del centro-oeste.
«Antes de la revolución, los próximos a Ben Ali alquilaban estos terrenos por una miseria y los explotaban para su propio beneficio», explica el marmolero Mohamed Salah Jomli.
Pero después de la caída del régimen, estas minas están bajo control del gobierno dirigido por los islamistas del partido Ennahda, que todavía no ha determinado las condiciones de su explotación. «Somos hijos de esta región, queremos que el Estesado nos dé licencia de explotación. Acogeremos a cualquier inversor, compatriota o extranjero», asegura Jomli.
Pero sin licencia, la miseria y el paro no pueden bajar y siguen las reivindicaciones sociales en Thala, como en otros lugares del país, que estaban en el corazón de las causas de la revuelta tunecina. Al borde de su paciencia, los habitantes de esta ciudad donde la tasa de paro ronda el 50 % -frente al 18 % nacional- han multiplicado sus acciones de respuesta: campaña de desobediencia civil, manifestaciones y huelga general.
«Somos muertos vivientes»
A comienzos de octubre, un colectivo de habitantes de esta ciudad cercana a la frontera argelina publicó incluso un llamamiento amenazando con la secesión si no se desbloqueaba una ayuda económica más amplia para una región en la que las inversiones han caído cerca del 30 % en un año.
«Somos muertos vivientes, vivimos enel vacío, no tenemos nada. Todo lo que el Gobierno hace por nosotros es llevarnos a prisión», grita un manifestante. «La situación socioeconómica en Thala es peor que con el antiguo régimen y no se ha cumplido ninguna promesa del Gobierno», se indigna Adel, un maestro.
Varios movimientos sociales han sido reprimidos con dureza en los últimos meses sin que el poder haya acabado con las protestas. Frente a esta creciente ira popular, el Gobierno ha prometido planes de desarrollo. En cuanto a Thala, anunció la creación de una comisión interministerial para resolver el problema de las canteras y prometió reabrir la fábrica de tratamiento del mármol, pero el discurso está lejos de convencer a sus habitantes.