Todos los medios occidentales nos están recordando los sucesos de la plaza de Tiananmen hace 25 años. Las protestas contra el gobierno chino se saldaron con un número de muertos que varía tremendamente según las fuentes. Mientras los medios se vuelcan a barajar cifras de miles de muertos (tres mil a cinco mil), utilizando fuentes […]
Todos los medios occidentales nos están recordando los sucesos de la plaza de Tiananmen hace 25 años. Las protestas contra el gobierno chino se saldaron con un número de muertos que varía tremendamente según las fuentes. Mientras los medios se vuelcan a barajar cifras de miles de muertos (tres mil a cinco mil), utilizando fuentes clandestinas o anónimas (una de ellas es simplemente un funcionario anónimo de la Cruz Roja china), los documentos desclasificados en 1999 por la NSA estadounidense1 hablan de entre 180 y 500 muertes. Curiosamente una cifra muy similar a la versión oficial del alcalde de Pekín, quien habló de 36 estudiantes y decenas de soldados muertos, hasta un total de 200.
En 2001 se filtraron los denominados Tiananmen Papers. Aunque los dirigentes chinos lo niegan, la mayoría de analistas coincide en reconocer que se trata de los auténticos documentos que revelan los informes secretos y acta confidenciales del proceso de decisión de la cúpula política china que acabó reprimiendo la protesta. El prestigioso filósofo historiador italiano de la Universidad de Urbino Domenico Losurdo, recoge en su libro La cultura de la no violencia (Península, 2011), algunos interesantes párrafos de esos documentos que muestran que ni los manifestantes eran tan pacíficos estudiantes ni las fuerzas de seguridad y los dirigentes chinos tan sangrientamente violentos. Los propios editores estadounidenses de los Tiananmen Papers subrayan que las tropas encargadas de despejar la plaza a principios de junio «se enfrentaron a una población enfadada y violenta». Basta observar las denominaciones que eligieron los supuestos colectivos de estudiantes: «Tigres voladores», «Brigada de la muerte» o «Ejército de voluntarios». Losurdo reproduce algunos fragmentos de la documentación:
Incendiaron más de quinientos camiones de ejército en decenas de cruces […]. En el cruce Cuiwei, un camión que transportaba seis soldados ralentizó para no atropellar a la multitud. Entonces un grupo de manifestantes empezó a lanzarle piedras, cócteles molotov y astillas encendidas. De pronto, el camión se inclinó hacía la izquierda, al pinchársele una rueda a causa de los clavos que los rebeldes habían tirado. Entonces los manifestantes prendieron fuego a algunos objetos y los lanzaron contra el vehículo, cuyo depósito explotó. Los seis soldados murieron entre las llamas (pp. 444-445).
En otros párrafos se detalle el uso de gases venenosos por parte de algunos manifestantes que provocaron la muerte por asfixia de algunos soldados.
Los documentos también recogen algunas directrices que los dirigentes del Partido Comunista y del Gobierno chino dan a las fuerzas militares:
En caso de que las masas oscurantistas golpeen o maltraten hasta la muerte a las tropas, o de que las ataquen delincuentes con barras, ladrillos o cócteles molotov, estas deben mantener el control y defenderse sin usar las armas. Las tropas solo se defenderán con sus porras, y no abrirán fuego contra las masas. Las transgresiones se castigarán de inmediato. (pp. 293).
Si bien sabemos que esas instrucciones no se cumplieron en todos los casos y sí se abrió fuego contra manifestantes, la simple existencia de esta directriz es significativa. Incluso tras la ley marcial se insistía en no disparar:
Se ha proclamado la ley marcial, y todas las unidades han de tener claro que solo deben abrir fuego como último recurso (pp. 428-429).
La imagen del joven que corta el paso a un tanque ha terminado en convertirse en todo un símbolo del valor y pacifismo de aquellos manifestantes. Esta es la versión de los dirigentes chinos en los documentos filtrados:
Todos hemos visto las imágenes del joven que le corta el paso al tanque. Nuestro tanque lo sorteó una y otra vez, pero él seguía en mitad de la calzada, y cuando intentó subirse al tanque, los soldados se contuvieron y no le dispararon, lo cual es muy significativo. Si los militares hubieran hecho fuego, las repercusiones habrían sido muy distintas. Nuestros soldados obedecieron a la perfección las órdenes del Partido central. Es asombroso que lograran mantener la calma en semejante situación (pp. 486).
Aquel hecho contrasta con lo sucedido hace unas semanas en Ucrania donde, como se aprecia en el siguiente vídeo, un joven intenta obstaculizar el paso de vehículos militares del ejército y a los pocos segundos recibe un tiro de los soldados. Como el ejército y gobierno de Ucrania es de la simpatía de Occidente, el vídeo ha pasado desapercibido mientras que el de un joven al que no disparan sigue siendo símbolo de la represión del ejército chino veinticinco años después.
https://www.youtube.com/watch?v=D9Td6cdhhK8
Losurdo señala que al dato de que los manifestantes usaron armas químicas se le suma otro que hace pensar que no fue una movilización interna espontánea, sino una operación al estilo de las denominadas revoluciones de colores. Es decir, operaciones de origen extranjero que se presentan como pacíficas procedentes de la población nacional con el objetivo de derrocar a un gobierno. Se aplicó posteriormente en Georgia, se intentó en Bielorrusia, Ucrania y desde hace años en Venezuela.
No se trata de negar la represión de la fuerzas del orden chinas, pero sí de situar en su justa medida los acontecimientos: si los muertos son todos los que se dicen, si es necesario recordar los muertos progubernamentales, si de verdad los manifestantes eran pacíficos y si el gobierno tenía la intención de provocar una masacre. Hoy ya hemos aprendido mucho de los intentos, con connivencia de los medios, de presentarnos revolucionarios que no son revolucionarios y represores que no son represores. Y viceversa.
Nota:
1 http://www2.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB16/
Blog del autor: www.pascualserrano.net
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