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Inmigrante clandestina

Travesía desierto Sonora-Arizona (V)

Fuentes: Rebelión

(Continuación) Cuando saltamos el tercer cerco el coyote a cargo de nuestro grupo comenzó a correr y siguiendo las instrucciones suyas también lo hicimos nosotros, teníamos que alejarnos de la línea divisoria lo más pronto posible porque estaba por iniciar la cacería de la Patrulla Fronteriza. Cuando estábamos en territorio mexicano nos explicó que en […]

(Continuación)

Cuando saltamos el tercer cerco el coyote a cargo de nuestro grupo comenzó a correr y siguiendo las instrucciones suyas también lo hicimos nosotros, teníamos que alejarnos de la línea divisoria lo más pronto posible porque estaba por iniciar la cacería de la Patrulla Fronteriza.

Cuando estábamos en territorio mexicano nos explicó que en una especie de juego como el del gato y el ratón la Patrulla Fronteriza da un lapso de tiempo a los indocumentados para que crucen y corran para luego cazarlos con sus armas de francotiradores, con sus pistolas de goma, con sus pistolas de choques eléctricos y con los perros amaestrados que sueltan en manadas para que acorralen a la mayor cantidad posible de indocumentados, para después encerrarlos dentro de las perreras para llevarlos al centro de detención y posteriormente deportarlos. La angustia de las compañeras que ya lo habían intentado durante la semana y las habían deportado era que al detenerlas las volvieran a abusar sexualmente los policías de la Patrulla Fronteriza. Todo aquello me parecía inverosímil como si estuviera dentro de una pesadilla y no pudiera salir, despertar.

Con el cansancio de 125 kilómetros caminados cruzamos los cercos de la línea divisoria y comenzamos a correr en un desquicio de angustia y adrenalina de quien ya tiene un pie en la tumba. A mí nadie me dijo que así era el desierto y tampoco se lo dijeron a los cientos de indocumentados que estaban esa noche ahí, porque nadie cuenta la realidad de lo que se vive cuando se cruza de forma indocumentada la frontera, porque los coyotes si relatan la realidad no consiguen clientela. Y quien ya llegó no cuenta cómo le fue porque quiere bloquear esos recuerdos o simplemente porque quiere que otro también viva esa tortura. Yo me encontré con una realidad totalmente distinta a la que me habían pintado y ya no podía dar marcha atrás así lo hubiera deseado, sin embargo en ningún momento pasó por mi mente el arrepentirme, desde niña la vida me enseñó a afrontar las consecuencias de mis decisiones así éstas me hagan tragar polvo, como me ha sucedido en más de una ocasión. De la osadía que ha trazado la historia de mi vida no me arrepiento ni por un segundo, he vivido lo que estaba en el camino para mí.

¿Por qué sos tan necia? Me ha dicho mi mamá a lo largo de mi vida, soy la hija que le encanó el cabello cuando andaba en los 30 años de edad. Mi carácter del demonio y el hacer todo al revés y a mi paso y en mi tiempo y no en el de nadie más, me han enseñado a bregar donde otros desisten.

Esa misma necedad que me habita me salvó la vida en el desierto en más de una ocasión. Mis necedades son las que también en las contradicciones que forman parte de mi ser me han dado momentos fugaces de felicidad.

Comenzamos a correr atrás del coyote para no perdernos entre las cientos de otros grupos que también corrían tratando de alejarse lo más pronto posible de la frontera, zancada tras zancada a una velocidad que solo la angustia y el sobresalto son capaces de reconocer en una persona a la que el miedo trata de paralizar.

El terreno estaba en peores condiciones, las piedras eran más grandes y en cada paso alguien se doblaba un tobillo o caía raspándose las rodillas, eso cuando lograba meter las manos pero cuando no el golpe era en el rostro y encima le pasaba la turba que no se detenía a pensar en nadie más que en salvar su propia vida.

Cuando ya habíamos avanzado un kilómetro aun corriendo recogí una piedra y la metí en la otra bolsa de mi pants. Para no confundirlas la busqué más pequeña que la que había recogido en el desierto de Sonora, ya tenía pues mis dos amuletos y los empuñé en mis manos pensando en que si sobrevivía les iba contar la historia de mi travesía a las siguientes generaciones del clan Oliva Corado y para muestra estarían las dos piedras, lo que no sabía y me ha sorprendido inmensamente es que el azar me convertiría en escritora y que la experiencia de mi travesía y los capítulos de mi vida, están siendo contados en letras y no en mi propia voz de anciana sentada en una butaca rodeada de sobrinos nietos, bebiendo café en un batidor a la hora de la oración en mi natal Comapa. Ha abandonado por completo la fantasía de un seno familiar para abrirse paso montaraz entre los vientos que no conocen fronteras y edades. Tengo 34 y cada segundo de mi existencia me ha habitado intensamente que pareciera que es más de una vida la que llevo impregnada en mi piel. Estoy convencida que soy un rareza de un ser atemporal.

Corrimos tres kilómetros sin detenernos hasta que alcancé al coyote y le pedí que descansáramos por lo menos tres minutos para que todos tomáramos agua, desde ese instante creció una preocupación en mí por la salud de todos que en el camino y empujados por las circunstancias habían contado de sus males; artritis, diabetes, problemas respiratorios y con el corazón. Me preocupaba el sobrepeso de tres de ellos que no les permitía avanzar al paso exigido, una señora de 55 que decía que tenía dolor de muelas y llevaba zapato de vestir en lugar de tenis, uno de los que llevaba botas ya tenía ampollas, el grupo no estaba caminando parejo, unos se quedaban rezagados y era peligroso porque por uno nos podían agarrar a todos, teníamos que movilizarnos lo más pronto posible, sin hacer ruido y sin lamentos.

El niño que era el coyote, porque alguien de 18 años de edad sigue siendo un niño y más en circunstancias tan extremas, la única indicación que daba era que los que sentían que ya no podían que se escondieran entre los cactus y que esperaran el amanecer para ser rescatados pero que el resto íbamos a continuar, no tenía idea alguna de cómo manejar la situación. Yo tenía 23 años era una niña también pero en ese instante mi instinto silvestre y creo que el deseo de sobrevivir me hizo hablarle al grupo: dos tragos de agua nada más y realizar estiramiento para oxigenar los músculos, tendones, ligamentos y articulaciones para evitar los calambres y la fatiga muscular, aunque en tales infiernos aquello era una burla pero algo tenía que intentar para mantener al grupo estabilizado en algo mínimo.

Aprender a respirar correctamente; inhalando por la nariz y exhalando por la boca, tratar de retener el aire en los pulmones la mayor cantidad de tiempo posible, si las pulsaciones cardiacas no se los permitían entonces hacer cambio de ritmo al respirar, inhalar dos veces y exhalar dos veces seguidas para darle tiempo al corazón de recuperarse, éstas son técnicas utilizadas en atletismo.

La mayoría había comenzado a llorar y a desistir, a llenarse de lamentos y de preguntas, el miedo comenzaba a hacer de las suyas y se crían muertos que caminaban para buscar sus propias tumbas. Recordé mis años de niña internada en montañas con mi hielera de helados al hombro, cansada, bajo el sol ardiente buscando venderlos en otros poblados, el dolor en mi espalda baja me recordó los años que trabajé en un finca de sol a sol cortando fresas que eran exportadas hacia Estados Unidos. No, el desierto no iba a acabar con mi vida. Siempre he creído en el poder sanador de los abrazos y le di un abrazo a cada uno y les dije que vivíamos todos o nos moríamos todos pero que juntos íbamos a llegar hasta el final. Mis palabras devolvieron la confianza y la entereza para continuar y así lo hicimos.

Comenzamos a trotar nuevamente y el coyote se fue alejando del grupo, la que tenía la resistencia física y la experiencia en eventos de «campo traviesa» era yo, entonces me convertí en el lazo que no dejó que él se apartara por completo y nos dejara abandonados, lo alcanzaba y volvía a regresar con el grupo que se había quedado a unos cincuenta metros de distancia, nos habíamos alejado unos diez kilómetros de la frontera cuando una de las compañeras pegó un grito que nos detuvo a todos, se había doblado un tobillo y le era imposible continuar.

Corrí a revisarla mientras el resto se escondía entre los escasos matorrales, no más de dos en cada espacio porque los bultos también eran detectados por los sensores colocados en el desierto por la Patrulla Fronteriza, debido a que es lugar ideal para trasladar droga. Lo que temía, la muchacha tenía esguince en segundo grado y en segundos la parte lesionada se llenó de hematomas e inflamación. Necesitábamos hielo y antiinflamatorios, una bota o tablilla y tampoco nada de eso estaba al alcance, el dolor la hacía pegar gritos, inmediatamente me quité la chumpa y le dije que la mordiera, saqué la venda de mi mochila y el ungüento para lesiones, esto le daría frío y calor y le ayudaría en algo mínimo. Un compañero llevaba pastillas para el dolor de cabeza y también se las tomó, intentamos ponerla en pie pero debido a la severidad de la lesión le era imposible caminar.

El coyote le dijo que no podíamos quedarnos por ella y que fuera consiente que no iba a arriesgar al resto del grupo por una, la solución era quedarse ahí y esperar a que cuatreros o la Patrulla Fronteriza la encontraran, los cuatreros no pasarían de violarla y la dejarían vivir, la Patrulla Fronteriza la iba a violar y llevar a un centro de detención, le dijo que rezara para que quien la encontrara primero fuera la Patrulla Fronteriza.

La muchacha tenía 25 años, robusta, de estatura promedio, un poco más alta que yo. Cuando escuchó las palabras del coyote comenzó a llorar con más sentimiento, el resto exigía que avanzáramos porque nos podía encontrar la migra. Su lesión hizo sacar la verdadera esencia de quienes iban en ese grupo, todos votaron por dejarla menos el hombre que le dio las pastillas y yo. Él desde el inicio del recorrido sacó su biblia y la llevaba en una mano, comenzó a rezar por ella y entre los dos la ayudamos a ponerse en pie y cada uno sujetándola de cada brazo la apoyamos en medio para que no tuviera que poner en el suelo el pie lesionado. El problema es que él era más bajo de estatura que nosotras y enflaquecido eso hizo que ella se recargara más en mí.

Ya no podíamos correr ni trotar y el avance tuvo que ser lento y nos quedamos rezagados a una distancia de cien metros del grupo que avanzaba uniforme con el coyote. A todo esto era la una de la mañana y pronto iba a amanecer y teníamos que llegar al punto de encuentro antes de que saliera el sol para no quedar expuestos en la luz del día y ser más visibles a los helicópteros, avionetas y policías.

A pocos metros de nosotros también transitaban otros grupos que se dirigían a Douglas, Arizona, aquello era una romería de presagios de finados. Caminábamos en el mayor de los silencios cuando de pronto las luces de motocicletas y camionetas de la Patrulla Fronteriza se encendieron seguido de los motores, el destello nos sorprendió y nos encegueció durante unos instantes en los que nos desorientó por completo, los teníamos a menos de cincuenta metros de distancia. La cacería estaba por comenzar.

(Continúa)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.