Tres años de guerra en Irak y ahora aproximadamente dos de cada tres estadounidenses están en contra de la guerra, como también lo están uno de cada cincuenta políticos electos. En Irak, 2 315 estadounidenses han muerto y 17 100 han resultado heridos; muchos de ellos han perdido sus miembros y algunos estarán en una […]
Tres años de guerra en Irak y ahora aproximadamente dos de cada tres estadounidenses están en contra de la guerra, como también lo están uno de cada cincuenta políticos electos. En Irak, 2 315 estadounidenses han muerto y 17 100 han resultado heridos; muchos de ellos han perdido sus miembros y algunos estarán en una silla de ruedas de por vida. De las decenas de miles que han regresado de la guerra a las bases del ejército o a la vida civil, aproximadamente el 2.5 por ciento padece un síndrome severo de estrés post- traumático, se convierten en polvorines, en una amenaza para ellos mismos y sus familiares. En todo en territorio de los Estados Unidos habrá secuelas psíquicas y físicas durante varios años.
El pasado mes de septiembre, un estudio realizado por la universidad Johns Hopkins reveló la cifra total de muertes como resultado de la devastación causada por la invasión y la ocupación de los Estados Unidos. El estudio concluyó que » aproximadamente 100 000 muertes más» (en realidad 98 000) entre hombres, mujeres y niños habían ocurrido en menos de 18 meses. Solamente las muertes violentas habían aumentado en 20 veces. Pero tal y como ocurre en la mayoría de las guerras, la mayor parte de las matanzas se debió a los efectos indirectos de la invasión, principalmente el colapso del sistema de salud iraquí.
Andrew Cockburn reelaboró el estudio hecho por Johns Hopkins contando con el beneficio de mejores técnicas de análisis estadístico, y a comienzos del nuevo año llegó a la conclusión de que, sobre la base de la muestra de datos generales compiladas por los iraquíes para el estudio hecho por esta universidad, la cifra verdadera de muertos en Irak como consecuencia de la guerra probablemente se acercaba a los 180 000, y que era muy posible que esa cifra hubiera alcanzado ya el medio millón. Por su puesto que todas estas cifras, independientemente del análisis estadístico que usted haya utilizado, se han incrementado paulatinamente desde entonces.
Esta semana el Pentágono anunció que podría incrementar el número de sus tropas en aproximadamente 1000 efectivos.
El propio Irak es un desastre, y se encuentra al borde de una guerra civil total. Las condiciones de vida en la capital y en otras ciudades importantes han empeorado paulatinamente en estos tres años. Irak ha dejado de ser un estado funcional, los ministros de su gobierno viajan al exterior con tanta frecuencia como pueden; cuando se encuentran en el país, saquean los fondos públicos y nunca se atreven a salir de la zona verde.
La referencia a la «zona verde», una burbuja de corrupción y falsas ilusiones, nos lleva desde Bagdad hasta Washington y su zona verde, separada de la realidad, en la que ahora viven los Demócratas.
Desde el punto de vista político, podría pensarse que pocos líderes en la historia serían más vulnerables a un ataque que Bush y Cheney por la guerra que llevan a cabo en Irak. Las justificaciones para un ataque han sido expuestas tantas veces que ahora las mentiras se aceptan como un dato conocido, con excepción de la página editorial del diario Wall Street Journal, donde cualquier concesión a la realidad es considerada como un delito que merece la pena de muerte.
Los pretextos han sido descalificados; los supuestos objetivos se han evaporado desde entonces, tal y como lo expresaba lánguidamente el actual embajador de los Estados Unidos en Irak, Zalmay Khalilzad: «Parece que hemos abierto la caja de Pandora». No hace mucho, tal y como recordó recientemente Norman Solomon en éste sitio, Chris Mathews le dijo a su audiencia en MSNBC lo siguiente: «Ahora todos somos neoconservadores»; y unos meses más tarde dijo: «A los estadounidenses les encanta tener por presidente a un tipo que tenga cierto donaire al caminar, que sea atlético, que no sea un tipo complicado como Clinton. A las mujeres les gusta tener como presidente a UN TIPO. Vengan y vean . Creo que tenemos a un héroe como presidente».
Estos son tiempos de soledad para Mathews, mientras Bush sucumbe ante los más bajos índices de aprobación presidencial en el último siglo. Hasta las mujeres de Indiana han abandonado a su tipo, dado que su índice de aprobación en ese estado ha disminuido a menos de 40 por ciento.
Pudiéramos decir que en el curso del pasado año el movimiento pacifista no hizo mucho, y que fue desplazado por dos grandes campeones que cambiaron la situación política. La primera campeona fue Cindy Sheehan, quien acechó al hombre que Hugo Chávez calificó como «el rey de las vacaciones» durante aquellas semanas cruciales a finales del verano del año 2005, en las afueras de su rancho en Texas. (¿Es que acaso algún presidente ha atravesado un período peor que el que atravesó Bush, el cual comenzó cuando Sheehan fundó el campamento Casey, continuó con el huracán Katrina, la revelación de la existencia de un programa nacional de espionaje, y concluyó en el momento en que Cheney, a modo de propina, le disparó a uno de sus principales financistas?).
El segundo campeón fue Jack Murtha, el ex marín estadounidense que por muchos años fuera considerado un halcón, quien arremetió en contra de la guerra en una sensacional conferencia de prensa celebrada en el Capitolio en el mes de noviembre, donde exigió «el retiro inmediato» de las tropas, y continuó repitiendo ese llamado en enérgicas entrevistas y discursos. Murtha trató infructuosamente de rechazar los libelos republicanos en su contra, y los usuales esfuerzos taimados por socavar su imagen ante halcones de espacios estelares como Wolf Blitzer, de CNN.
Sin embargo, el destino posterior de las campañas llevadas a cabo por Sheehan y Murtha ha sido muy aleccionador. Sheehan amenazó con desafiar a la senadora Diane Feinstein, quien se está postulando para su tercer mandato este año. Dado que Todd Chretien, de Counterpunch, había obtenido la candidatura del Partido Verde, Sheehan pensaba en voz alta cuando desafió a Feinstein en las elecciones primarias del Partido Demócrata. ¿Por qué no? Feinstein había apoyado inclaudicablemente la guerra, y su esposo, Richard Blum, había ganado millones con los contratos relacionados con la guerra. En todo el estado existe un fuerte sentimiento en contra de la guerra. Sheehan es bien conocida. Pero posteriormente intervino la senadora Bárbara Boxer, le suplicó públicamente a Sheehan que se bajara del estrado, y así ella lo hizo. ¿Cuál es el resultado? Políticamente hablando, Sheehan se ha esfumado.
Si algún Demócrata tuvo el tipo de credibilidad viril que Mathews añoraba, ese de seguro fue Jack Murtha. Murtha fue instructor de entrenamiento de los marines, un veterano de guerra, y en el Congreso tuvo un historial probado como miembro asalariado del Complejo Militar Industrial; durante algunos años fue el Presidente del Comité de Servicios Armados de la Cámara. Aquí no actuaba como un activista en contra de la guerra, pero el día en que así lo hizo, la delegación del partido Demócrata al Congreso lo abandonó a su suerte, y eso lo hicieron virtualmente todos y cada uno de los hombres y las mujeres (y así lo hicieron también muchos izquierdistas, que se quejaron de que, de alguna manera, el plan de Murtha para el retiro de las tropas no era lo suficientemente radical. ¿Qué querían? ¿Que Murtha levantara el Pequeño Libro Rojo y jurara lealtad a la memoria de Mao?).
Dada su estructura actual, el partido Demócrata ha dejado de ser una oposición creíble. Desde el punto de vista constitucional, es incapaz de enfrentarse al gobierno en el tema de la guerra o en cualquier otro tema.
Su única estrategia es la de dejar que George Bush se autodestruya, como si fuese una especie de suicida político que lleva consigo una bomba. A ellos no les importa cuántos mueran en Irak, ni cuántos artículos de la Declaración de Derechos hayan sido violados por Bush y por Cheney. Se aterrorizan ante la posibilidad de hacer o decir algo realmente sustantivo, a menos que se trate de hostigar a los mexicanos que cruzan la frontera en busca de trabajo, o de enarbolar los derechos de los nativos cuando se hable de los árabes que poseen activos en los Estados Unidos.
¿No es acaso esto demasiado cruel? Seguramente a los Demócratas les queda algún combate por librar. Después de todo, la primera edición de la Ley Patriótica de 2002 fue aprobada con sólo un voto negativo en el Senado, el de Russell Feingold. Recientemente, cuando fue aprobada la segunda edición de la Ley Patriótica, hubo diez votos negativos, uno de ellos de un ex Republicano, Jeffords, de Vermont. Los Demócratas inventaron aquí un nuevo tipo de «posición segura». Cuando Russ Feingold trató de liderar una maniobra obstruccionista en contra de la Ley Patriótica, sus colegas Demócratas organizaron «las votaciones de prueba», en las cuales muchos de ellos se llenaron el pecho para declarar, sin ningún ambaje, que se oponían a la Ley Patriótica. Posteriormente llegaron a la votación real, sus pechos se desinflaron y la cifra se redujo a ocho.
Ahora Feingold ha introducido en el Senado una moción de censura al Presidente, y lo acusa de haber violado la ley por haber permitido la escucha secreta en la Agencia Nacional de Seguridad. Dana Milbanke escribió un entretenido artículo el pasado miércoles en el diario The Washington Post, donde describe el pánico que mostraron los colegas Demócratas de Feingold cuando se les preguntó sus impresiones acerca de esta moción.
Barrack Obama, de Illinois: «Yo no la he leído».
Ben Nelson, de Nebraska: «Simplemente no tengo suficiente información».
John Kerry, de Massachussets: «En realidad no puedo (hacer comentarios) en estos momentos».
Hillary Clinton, de Nueva York, pasó corriendo por donde se encontraban los reporteros, diciendo que ‘no’ con la cabeza, tratando de esconderse detrás de Barbara Mikulski, quien mide 4 pies y 11 pulgadas.
Charles Schumer, de Nueva York, quien usualmente corre hacia su abuela para hablar por el micrófono: «No voy a hacer comentarios».
Mary Landrieu, de Lousiana: «El Senador Feingold tiene algo que decir. Nosotros tenemos algo que decir, en relación con el presupuesto».
Chris Dodd, de Connectitut: «La mayoría de nosotros piensa que, en el mejor de los casos, esto es algo prematuro. No creo que nadie pueda decir con certeza en estos momentos que lo que ha ocurrido (es decir, la escucha secreta en la Agencia Nacional de Seguridad) es ilegal».
Ante tanto acicalamiento de plumas amarillas, Feingold declaró: «Si hay algún Demócrata que no pueda decir que el Presidente no tiene derecho a hacer sus propias leyes, yo no pudiera asegurar que ese Demócrata sea realmente un buen candidato a Presidente».
Russ tiene razón, pero usted ya sabe la respuesta. Usted está en la campaña para la nominación presidencial por el partido Demócrata para el año 2008, en la que usted es, hasta el momento, el único candidato preparado para decir que el Presidente ha violado la ley, y que la guerra es ilegal, y que debe terminar de inmediato, y que la Ley Patriótica debe ser rechazada. ¿Por qué está usted en este partido? Usted proviene de un estado que ochenta años atrás fue testigo de la posición valiente adoptada por Robert LaFollette, quien se separó de su partido para formar un tercero. ¿Por qué no hace usted lo mismo? Mire el ejemplo de Jim Jeffords, de Vermont. Él se separó, desafío al líder Republicano, es ahora un individuo independiente, y goza de más prestigio en su estado que Patrick Leahy. Sea usted ese «tipo» que Mathews añora ser. ¡Dé un salto! Alguien tiene que aprovechar esa oportunidad.
Pie de nota:
Parece que la salida de incendios que escogió Bush para salvarse de esos bajos índices de popularidad de apenas un 30 por ciento es la vieja cantaleta neoconservadora de la amenaza iraní. Esto se contrapone a la línea oficial aplicada por las legiones del erudito, en virtud de la cual los neoconservadores han sido enviados a los cuarteles de invierno y han sido sustituidos en las altas esferas por los «pragmáticos». Incluso escuchamos a Michael Gordon, del diario The New York Times, y a su co-autor, Bernard Trainor, mientras culpaban a Amy Goodman por la nueva historia que ambos habían escrito sobre la guerra en Irak, cuando declararon que los neoconservadores se habían mantenido «al margen» durante la planificación y la ejecución de la guerra en Irak. Eso ocurrió antes de que Goodman le echara a perder el día a Gordon al referirse a todos aquellos artículos fantasiosos en torno a la existencia de armas de destrucción masiva escritos por él, conjuntamente con Judy Miller.
Todo aquel que necesite recordar cómo les fue a los neoconservadores la última vez, qué es lo mejor que pudiera hacerse para prepararse para la próxima guerra, haría bien en echar mano a la compilación hecha por la IHS Press titulada Neo-Conned Again (Nuevamente timado por los neoconservadores), que comienza con una contribución hecha por sus dos editores de Counterpunch.
Traducción: Cubadebate