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Tres semanas de «janaandolan»

Fuentes: Gara

Ayer se cumplían tres semanas de Banda, de huelga general. El lunes, mientras esperábamos el nuevo pronunciamiento real, las opiniones iban desde la declaración del estado de emergencia o la concesión de alguna de las demandas del Janaandolan, del movimiento (o poder) popular. Cerca de la medianoche del lunes, el rey concedía la reinstauración del […]

Ayer se cumplían tres semanas de Banda, de huelga general. El lunes, mientras esperábamos el nuevo pronunciamiento real, las opiniones iban desde la declaración del estado de emergencia o la concesión de alguna de las demandas del Janaandolan, del movimiento (o poder) popular.
Cerca de la medianoche del lunes, el rey concedía la reinstauración del Parlamento que él mismo disolvió. Esta concesión ha logrado dividir la alianza de los siete partidos políticos con los maoístas. Mientras los primeros han optado por dar por finalizada la huelga al considerar que la reinstauración del Parlamento les permitirá redactar una nueva constitución, los maoístas han calificado esta decisión de error histórico y de traición al pueblo. Consecuentemente, el Comité Central del Partido Comunista de Nepal (Maoísta) ha declarado que continuará con el bloqueo de la capital y las principales vías del país hasta que se garantice la creación de una Asamblea Constituyente.

Las marchas convocadas para ayer fueron secundadas de forma multitudinaria. Por la mañana, decenas de miles de manifestantes se congregaron en diferentes puntos del Ring Road, la carretera que rodea Katmandú, y luego se dirigieron hacia Ratna Park, un céntrico parque cercano al Palacio Real. Una monitora de derechos humanos me comentaba que el sentir de los manifestantes está dividido entre los que celebran la restauración del Parlamento y los que protestan por haber aceptado esa concesión.

Hay que tener en cuenta que lo que comenzó como una movilización convocada por la alianza de los partidos y el movimiento insurgente, se convirtió en un auténtico movimiento popular de masas que desborda la base social de ambos. Y esto ha asustado a la monarquía, a los partidos políticos y a la comunidad internacional. Todos ellos desean una transición ordenada y controlada ya que tienen demasiados intereses que conservar. En este momento es difícil de predecir la reacción de una parte importante del Janaandolan y sus nuevos líderes, la mayoría dirigentes del movimiento estudiantil. Gagan Thapa, el más conocido de todos ellos, ha declarado que esto es sólo un primer paso y que no se van a conformar con nada que no sea la creación de la república.

El Palacio sigue acordonado por alambres de espinos, tanques, tanquetas y un fuerte dispositivo policial y militar. El pasado domingo, los manifestantes se quedaron a escasos dos kilómetros del Palacio Real, del centro simbólico del poder. La historia se ha vuelto a repetir. Gyanendra, el rey que se otorgó poder absoluto sobre Nepal, acabó ­como su padre 16 años atrás­ prisionero del Janaandolan, del poder popular.

Todos contra el rey

Han sido tres semanas extrañas, llenas de rumores, donde los únicos temas de conversación entre los nepalíes eran la actual situación política, la escasez de productos de primera necesidad y la desproporcionada subida de los precios. La suspensión de toda actividad económica dio lugar a una solidaridad atípica. Al calor de familia- res y amigos, los nepalíes han pasado los días pegados a la radio, socializando sus opiniones, temores y esperanzas; ofreciendo agua a los manifestantes, escondiendo manifestantes en sus casas o participando ellos mismos en las manifestaciones desafiando el toque de queda.

Asistimos al final de un episodio, quizás el único que vuelva a alcanzar las primeras páginas de la prensa occidental, pero esto no se acaba aquí, todavía quedan muchas incógnitas por resolver. La composición de la Asamblea Constituyente y el procedimiento para redactar la nueva constitución serán algunas de las tareas más complicadas de abordar, y condición necesaria para mantener vivos los acuerdos entre los partidos políticos y los insurgentes maoístas. Si se rompen estos acuerdos, el tan ansiado proceso de paz difícilmente podrá ser llevado a buen término, frustrando las aspiraciones del pueblo nepalí: paz y democracia. –

Sergio Hoyos es cooperante de la Unesco en Nepal