© REUTERS / Khalid Al Mousily El asesinato del general iraní Qasem Soleimani ordenado por la cúpula de Estados Unidos ha dejado sin aliento a todo Oriente Medio. Su violenta eliminación ha abierto un periodo de enorme incertidumbre cuyas perspectivas no son nada halagüeñas. La región, un avispero histórico, se encuentra inmersa en una […]
El asesinato del general iraní Qasem Soleimani ordenado por la cúpula de Estados Unidos ha dejado sin aliento a todo Oriente Medio. Su violenta eliminación ha abierto un periodo de enorme incertidumbre cuyas perspectivas no son nada halagüeñas.
La región, un avispero histórico, se encuentra inmersa en una escalada dramática de enormes implicaciones y consecuencias imprevisibles.
Soleimani, de 62 años, fue aniquilado en un ataque con dos misiles lanzados el 3 de enero por un dron MQ-9 Reaper de las Fuerzas Armadas estadounidenses. Acababa de aterrizar en el aeropuerto de Bagdad procedente de Siria o Líbano. Junto con él cayeron en el mismo convoy de coches otros destacados miembros militares, especialmente Abu Mahdi Muhandis, vicecomandante de las milicias proiraníes que combaten en Irak, las Unidades de Movilización Popular.
Soleimani era considerado un genio militar y gozaba de gran respeto dentro de Irán. Dirigía desde 1997 la Fuerza Quds, la unidad de élite de la Guardia Revolucionaria Islámica. De hecho, era el número dos del régimen iraní, por encima del presidente Hasán Rohaní y sólo superado por el líder supremo, Alí Jameneí. Teherán reemplazó casi de inmediato al general abatido, lo que demuestra que los guardianes de la Revolución están plenamente operativos, aunque la pérdida será irreparable para futuras operaciones fuera de Irán.
Las autoridades de Irán pueden vengarse con relativa facilidad y hacerlo sobre los dos aliados estadounidenses presentes en la región: Israel y Arabia Saudí. O apuntar a Europa o a Latinoamérica, donde la Casa Blanca también tiene intereses estratégicos. Podrían esperar a un momento más adecuado, es decir, no actuar inmediatamente. Pero también podrían responder en caliente. Sea de una forma o de otra, son capaces de hacer mucho daño. Las opciones que manejan son múltiples: minar el golfo Pérsico o bloquearlo en el estrecho de Ormuz; bombardear posiciones norteamericanas en Irak, donde el Pentágono aún mantiene 5.000 soldados; apuntar a diplomáticos u occidentales en Oriente Medio… El general de división Soleimani era un objetivo desde hace años, pero tanto la Administración de George Bush hijo como la de Barack Obama estimaron que su muerte tenía un precio demasiado caro porque vendría acompañada obligatoriamente de un potencial conflicto prolongado en el tiempo. Donald Trump y su equipo hicieron otros cálculos y ahora tendrán que asumir las consecuencias de sus hechos. También hay que tener en cuenta que el presidente de EEUU dio la orden sin consultar previamente al Parlamento, lo que es legal, pero ahora debería acudir inmediatamente al Congreso para pedir del brazo legislativo una autorización para el uso de la fuerza militar. La presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, ya calificó la operación de «provocadora y desproporcionada».
Las autoridades iraquíes, por su lado, también se desmarcaron de un ataque que no dudaron en tachar de «criminal». En el otro lado de la balanza, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aplaudió la ejecución alegando que EEUU tiene «derecho a la autodefensa» ya que Soleimani planteaba «más ataques» contra intereses estadounidenses. Netanyahu está actualmente en una incómoda posición política y busca la inmunidad parlamentaria, acusado de delitos de corrupción. Todo esto le da bastante oxígeno.
A modo de anuncio del operativo, Trump colocó en su famosa cuenta de Twitter una enseña estadounidense, pero una bandera no es una estrategia. Como apuntó la que fuera embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Samantha Power, el inquilino de la Casa Blanca «está rodeado de sicofantes, después de haber destituido a los que disentían. Purgó a los especialistas de Irán». Sicofante es sinónimo de impostor, de calumniador.
El precio del petróleo y del oro comenzaron muy pronto a subir como dos claros indicadores económicos de la fuerte tensión regional, un sentimiento de preocupación que se extendió a las tropas de la ONU que vigilan las fronteras meridionales del Líbano, entre las que se encuentran efectivos de 45 países, incluidos Brasil, Colombia, Guatemala, El Salvador, España, Perú y Uruguay.
Tampoco es descartable que este calor súbito prenda los rescoldos aún humeantes del Estado Islámico (grupo terrorista proscrito en Rusia), derrotado en los campos de batalla de Siria e Irak.
Aniquilar a Soleimani ha sido un paso muy arriesgado, una acción mucho más peligrosa que acabar con Osama bin Laden o Abu Bakr Bagdadi porque ninguno de estos dos últimos terroristas tenía detrás ni el poder ni los recursos de un Estado legítimo.
Independientemente de cuál sea la reacción y cuándo se produzca, el asesinato del militar persa venerado por unos, odiado por otros, pone el punto final a cualquier atisbo de reiniciar las negociaciones sobre el dossier nuclear y deja a Europa a los pies de los caballos. De nuevo.
El nuevo contexto creado en la zona puede desencadenar, además, que el Gobierno de Irak ordene a los militares estadounidenses replegarse de su país, una meta ambicionada por los chiíes, la rama musulmana mayoritaria en Irán, entre la población iraquí y entre sus fuerzas armadas. Si los norteamericanos abandonan sus cuarteles y plazas fuertes en Bagdad y en Basora, eso tendrá efectos determinantes en el futuro de Siria ya que esta depende logísticamente de Irak.
Resulta evidente que Trump ha desatado la operación con un doble propósito. Primero, para colocar en segundo plano el proceso de ‘impeachment’ que actualmente pesa sobre él y que debe aún pasar el trámite del Senado. Es la cortina de humo perfecta. Eso de lanzar misiles en mitad de un proceso de destitución ya lo empleó el presidente Bill Clinton el 16 de diciembre de 1998 cuando autorizó una ola de ataques aéreos contra el Irak de Sadam Husein.