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Trump: discurso duro, pero el deshielo continúa

Fuentes: Rebelión

A mediados de junio de 2017, en la ciudad de Miami, el presidente de Estados Unidos anunció, frente a lo más granado de la contrarrevolución cubana en el exilio, el fin del deshielo en las relaciones entre la isla y Washington. Fue un discurso grandilocuente y de gran hostilidad hacia Cuba, pero que no concuerda […]

A mediados de junio de 2017, en la ciudad de Miami, el presidente de Estados Unidos anunció, frente a lo más granado de la contrarrevolución cubana en el exilio, el fin del deshielo en las relaciones entre la isla y Washington. Fue un discurso grandilocuente y de gran hostilidad hacia Cuba, pero que no concuerda bien a bien con los hechos. Da la impresión de ser un discurso de compromiso, sin convicción. Un clásico texto de segundas intenciones.

A pesar de la palabrería brutal y calumniosa contra Cuba, lo cierto es que Donald Trump no ha ido muy lejos en la marcha atrás. Para empezar, no se cierra la embajada de EU en La Habana, es decir, no se cancelan ni se rompen las relaciones diplomáticas entre ambos países. Pero, además, no se prohíben los vuelos comerciales ni los cruceros y tampoco se restituye la política de pies secos, pies mojados que permitía a los cubanos entrar sin visa a EU. Dicho en otras palabras, se conserva lo más significativo de las reformas del presidente Obama.

La razón de esta notoria divergencia entre palabras y hechos se encuentra en los cálculos políticos personales de Trump. El presidente necesitaba mostrar su agradecimiento al núcleo duro del exilio de Miami (encabezado por los congresistas de origen cubano Marco Rubio y Mario Díaz Balart) por el apoyo recibido en la lucha para conquistar la Casa Blanca. Y qué mejor para mostrar esa gratitud que hacerlo con desplantes verbales gratos al auditorio, aunque finalmente con escasa miga. Un clásico «mucho te quiero, perrito, pero pan, poquito». O también mucho ruido y pocas nueces.

Otra razón para esta conducta ambivalente de Trump es su necesidad de aliados en el Congreso para evitar o posponer el juicio político o impeachment con el que sus demasiados adversarios amenazan al locuaz presidente. Y en esta tarea resultará decisivo el auxilio de Marco Rubio y de Mario Díaz Balart, pues como bien se sabe, el procedimiento del impeachment puede durar varios meses. Y alargarlo algunos más, con el concurso de sus amigos Rubio y Díaz Balart, sería algo así como oro molido para Trump. Y si pueden evitarlo, pues mucho mejor.

Pero esa necesidad de mostrar gratitud y de hacer o conservar aliados tampoco podía llevar a Trump a desmantelar por completo la apertura de Obama hacia Cuba. Ese deshielo implica un buen ambiente para los negocios en suelo cubano de los empresarios estadounidenses. Y no iba Trump a malquistarse con esos grandes (y medianos y pequeños) capitales por complacer a los dos ultrarreaccionarios congresistas de origen cubano que en realidad no representan a nadie ni a nada, salvo su particular negocio de vivir del anticastrismo más trasnochado.

Se sabe que más del 80 por ciento de las aportaciones financieras del gobierno de EU a la contrarrevolución cubana no llega a la isla, sino que se queda en Miami en manos de los profesionales del anticastrismo que llevan décadas viviendo como sultanes gracias a esas «ayudas a la democracia».

Muy mal les salieron las cuentas a Rubio y Díaz Balart. Y todavía está por verse si lo poco conseguido por ellos para frenar o entorpecer el deshielo entre La Habana y Washington no se desdibuja o se pierde, que es lo más seguro, en los meandros de la inconsistencia y de la realpolitik trumpianas.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.