Recomiendo:
0

Trump examinado por el «fascismómetro»

Fuentes: Público

No hace daño a nadie tener gustos horteras y colgar cortinas doradas en el despacho oval, cuando alguno de estos ricos tienen su inodoro bañado en oro; el prestamista indio Datta Phuge adornaba su cuerpo macizo con una camisa hecha de aquel metal amarillo. Otra cosa es que el presidente de la principal potencia militar […]

No hace daño a nadie tener gustos horteras y colgar cortinas doradas en el despacho oval, cuando alguno de estos ricos tienen su inodoro bañado en oro; el prestamista indio Datta Phuge adornaba su cuerpo macizo con una camisa hecha de aquel metal amarillo. Otra cosa es que el presidente de la principal potencia militar y económica del planeta sea fascista (este es el insulto más serio que le han dicho), el sistema político más destructivo inventado por el ser humano.

Tras la caída de la Union Soviética en 1991, la extrema derecha, gestora de la economía neoliberal, asaltó al poder primero en Oriente Próximo, luego en la Europa oriental para avanzar luego en la Europa occidental. En EE.UU el «neofascismo» empezó a tener eco desde el régimen de George Walker Bush que exhibía fuerza en la Guerra del Golfo Pérsico (1991), cuando sepultaba a decenas de miles de personas bajo los escombros de sus hogares, con el afán de exhibir el poderío y anunciar el Nuevo (des)Orden Internacional. La era de Trump empezó en 2014, cuando Obama despreció el contundente apoyo que recibía de la mayoría de los ciudadanos.

Los rasgos del fascismo

El fascismo es una ideología, un movimiento y una estructura política-económica en la que el poder del Estado se fusiona con el de las corporaciones, fundando un régimen cleptocrático y corrupto cuyos elementos son:

1.- La privatización del sector público.

2.- La creación de un Estado fuerte y centralizado.

3.- La eliminación de los partidos, asociaciones progresistas, y sindicatos de trabajadores y el rechazo a los fundamentos de la democracia.

4.- El totalitarismo. El afán de controlar no sólo la vida pública, sino las mentes y los pensamientos. Los ciudadanos además de obedecer las reglas de juego, como en una dictadura, deben pensar como los mandatarios para no ser considerados una amenaza. De allí la necesidad de un partido poderoso capaz de crear el pensamiento único y reclutar a individuos.

5.- Nacionalismo exacerbado: exaltar las virtudes de la comunidad, que siempre son superiores a las de otras.

6.- La militarización de la vida civil.

7.- Lanzar guerras de conquista, en las que la exaltación a la muerte y el martirio tiene un especial lugar, como la consigna de la Falange «¡Viva la muerte!»

8.- La primacía de los supuestos intereses colectivos sobre los derechos individuales.

9.- Promover el apoyo de grandes masas. Al contrario de las dictaduras, que se mantienen con el respaldo de reducidos grupos de élite, los fascismos crean una amplia base social.

10.- El culto al líder-salvador, carismático, autoritario y narcisista, quien masculiniza el poder (¡mas de lo que suele ser!), padece una acentuada mirada misógina y siendo buen orador es capaz de inyectar emoción y frenesí patriótico o religioso en las masas, incitándolas a eliminar las imaginarias «amenazas». El vocabulario usado recurre a los bajos instintos donde se alojan el miedo y el egoísmo, nublando las conciencias.

11.- Apología de un pasado glorioso que nunca existió.

12.- Enaltecimiento de la violencia en la política. Contar con una organización de matones y paramilitares para difundir el terror.

13.- Bendecir la ignorancia y desautorizar a los intelectuales y científicos.

14.- Lanzar un discurso de odio, a veces racista, que requiere un chivo expiatorio que puede ser el comunismo, los inmigrantes, un grupo étnico o religioso.

15.- Contar con un libro doctrinal, propio o de referencia: un Mein Kampf o un texto mítico-religioso.

16.- También juegan un importante papel la escenificación, rituales colectivos, la liturgia militar, modos de vestir, barba, bigote y peinado, etc.

Ahora bien, Trump y su equipo, de momento, no cumplen la mayoría de estos puntos. En vez de Mein Kampf su libro se titula «El arte de hacer tratos» y sus directrices a aparecen en tuits, refugio para no explicar nada. No es un Stateman, más bien parece ser el rostro de otros invisibles políticos. No es carismático, no tiene un gran movimiento de masas de apoyo ni nadie ha pretendido imitar su peinado. No cuenta con un partido que le represente (¡el Tea Party no cuenta!) y está solo incluso en su propio partido. Tampoco aplasta la oposición ni envía a las mujeres a las cocinas, sino a los concursos de belleza. Trump defiende el uso de la tortura y matar a las familias de terroristas, aunque (de momento) no parece que recurra a los escuadrones de muerte.

Fue curiosamente Barak Obama quien firmó el día 23 de diciembre (cuando «las masas» estaba entretenidas con las compras navideñas), la Ley de Autorización de la Defensa Nacional, que permite la detención indefinida bajo custodia militar de los sospechosos de actuar contra los intereses del Estado. Trump, por su parte, ha dado orden al Pentágono de renovar el arsenal nuclear y estudiar el escenario de guerra contra Irán, Rusia y China.

Trump y la pirámide de Maslow

Habría que ver cómo la teoría «Motivación humana» de Maslow y las necesidades de la mayoría de los estadounidenses afectarán a la posición y a los planes de la Administración Trump. Por el momento el presidente de los Estados Unidos ha entregado la política exterior a ExxonMobil, principal compañía petrolera del mundo, mientras retira lo poco que hizo Obama por una sanidad accesible para los desfavorecidos.

Este país, con el 5 % de la población mundial alberga el 25 % de los presos del mundo, unos 2.220.300 adultos y 54.148 menores (2013). Unos 43 millones de personas viven en la pobreza. Millones de negros, hispanos y asiáticos sufren un racismo primitivo. Millones de mujeres no blancas sufren una triple opresión y otros millones de personas desahuciadas se han convertido en sin techo a pesar de haber 24 casas vacías por cada persona. El cambio de Obama era imposible, y no sólo porque él mismo pertenecían a la alta burguesía, sino también porque aquel sistema es irreformable: Monstruos como Trump, Clinton, Bush, etc. son su prueba.

Es difícil saber si en EEUU existen condiciones objetivas para el ascenso del fascismo. Los intentos de los Bush y de Obama de encontrar una salida a la profunda crisis del capitalismo se han frustrado. Cada paso que dieron fue otra puerta al desastre para su país y para el mundo.

El trumpismo y lo que pretende ser es un peligroso e inquietante misterio.

Fuente: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/3712/trump-examinado-por-el-fascismometro/