En América Latina abundan los ejemplos de funcionarios o jefes de Estado (en especial estadunidenses) que en visita oficial a distintos países del área fueron recibidos, en el mejor de los casos, con escasas muestras de simpatía y, en el peor, con manifestaciones de repulsa, generalmente porque representaban políticas abiertamente contrarias a los intereses de […]
En América Latina abundan los ejemplos de funcionarios o jefes de Estado (en especial estadunidenses) que en visita oficial a distintos países del área fueron recibidos, en el mejor de los casos, con escasas muestras de simpatía y, en el peor, con manifestaciones de repulsa, generalmente porque representaban políticas abiertamente contrarias a los intereses de las mayorías en las naciones visitadas.
Henry Kissinger (secretario de Estado en los años 70); Ronald Reagan, George H. Bush y su hijo George W. (presidentes de Estados Unidos en las décadas siguientes) desataron intensas iras populares, pero no fueron los únicos ni antes ni después de sus mandatos.
El caso parece repetirse con el actual ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, cuya posible presencia en la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como presidente ha provocado el rechazo de organizaciones de migrantes, quienes dicen no compartir la decisión de este último de invitar al republicano a la ceremonia. En una carta pública, los firmantes recuerdan los antecedentes de xenofobia, racismo e inconsistencias
que tiene el mandatario estadunidense, y que a sus ojos -y seguramente ante los de varios millones de mexicanos más- lo convierten en un invitado ciertamente poco grato.
Y es que resulta difícil olvidar la secuela de despropósitos verbales que, aun desde antes de ganar la presidencia de su país, Trump profirió contra México, nuestros compatriotas de este y el otro lado de la frontera, los migrantes, los dreamers y en general contra todas las personas que no se ajustaran a su cerril y anglosajona versión de la realidad.
Cuando el propio López Obrador, recientemente, celebró la prudencia que el magnate ha mostrado en fechas recientes, evitando los comentarios ofensivos contra nuestro país y nuestra gente, no hizo sino evocar que en el pasado inmediato el titular del Ejecutivo estadunidense sólo tuvo para sus vecinos del sur expresiones injuriosas y agraviantes.
Pero los protocolos de la diplomacia tienen sus propios códigos, y estos no necesariamente coinciden con las afinidades, la sensibilidad o los intereses de los pueblos. La invitación al mandatario de la primera potencia mundial a que presencie la toma de posesión del gobierno que entrará en funciones el próximo primero de diciembre debe inscribirse en la intención de éste de iniciar una nueva etapa en la relación entre México y Estados Unidos basada en el respeto mutuo y la identificación de áreas de entendimiento e intereses mutuos
, como lo expresara el presidente electo de México en su carta a Trump en julio.
Ello difícilmente baste, sin embargo, para que el controversial invitado sea considerado visitante distinguido.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2018/09/23/opinion/002a1edi