Sí, el Tratado Transatlántico de Libre Comercio e Inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP, por sus siglas en inglés), debe ser destruido. Lo ha dicho, con su habitual lucidez, Susan George, la admirada autora de los Informes Lugano: «No hay que cambiar el Tratado de Libre Comercio e Inversión entre EEUU y […]
Sí, el Tratado Transatlántico de Libre Comercio e Inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP, por sus siglas en inglés), debe ser destruido.
Lo ha dicho, con su habitual lucidez, Susan George, la admirada autora de los Informes Lugano: «No hay que cambiar el Tratado de Libre Comercio e Inversión entre EEUU y la UE, tenemos que librarnos de él porque es peligrosísimo».
Un botón de muestra de su peligrosidad, sólo en el campo de la alimentación humana: ¿ Quieren ustedes que a partir del momento en que el Tratado entre en vigor, al igual que sucede ya en Estados Unidos, comamos pollo clorado (lavado con lejía), carne de animales hormonados y medicados con antibióticos, frutas y verduras tratadas con pesticidas y otros tóxicos permitidos en EEUU pero prohibidos hasta ahora en la Unión Europea?
Pues eso es lo que ocurrirá si el dichoso Tratado se aprueba a lo largo de este año o el año que viene. Por no hablar de un sin fin de riesgos más entre los que llama la atención la posible autorización en Europa de la técnica del fracking (fractura hidraúlica) para la explotación de los hidrocarburos y que en Estados Unidos no solo contamina las aguas subterráneas hasta hacerlas imbebibles, sino que, como certifica la prestigiosa revista Science, provoca ¡seismos!
En fin, por si todo esto fuera poco resulta que si se firma el TTIP sus normas alcanzarán un rango superior y, por consiguiente, deberán ser acatadas por los Estados europeos. Así, por ejemplo, la reciente prohibición del uso de la técnica del fracking en Alemania, quedaría anulada caso de aprobarse esta técnica como una regla propia del Tratado.
Y la guinda del pastel, la posibilidad de que las verdaderas beneficiarias de este inicuo acuerdo que debemos destruir, las empresas transnacionales, puedan demandar con reclamaciones millonarias, ante tribunales de arbitraje ¡privados! internacionales, a los Estados, cuando consideren que sus «derechos» han sido vulnerados, por ejemplo, por el cambio de una legislación que reduzca sus beneficios presentes o futuros.
En definitiva, como afirma Susan George, no es cuestión de cambiar el Tratado Transatlántico, sino de librarnos de él.
¿Pero, cómo? La solución ya está en marcha, mediante la movilización masiva en ambas orillas del Atlántico de la ciudadanía europea y estadounidense exigiendo la suspensión de las negociaciones y el abandono del proyecto de Tratado. En Europa la ciudadanía ya se manifestó masivamente en contra el 11 de octubre de 2014 y en diciembre más de un millón de firmas contrarias al Tratado le fueron entregadas al Presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker. En ese mismo mes de diciembre de 2014 la coalición STOP TTIP, formada por más de 320 organizaciones europeas, se marcó como objetivos recoger dos millones de nuevas firmas más para ser entregadas en el Parlamento Europeo y realizar un Día de Acción Global contra el TTIP y otros tratados comerciales el 18 de abril de 2015.
Concluyendo, el intento de sacar adelante el Tratado Transatlántico entre Estados Unidos y la Unión Europea puede hacerse fracasar, como ya sucedió en 1998 cuando una coalición de organizaciones europeas hizo fracasar el intento de imponer otro tratado comercial, el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), que al igual que el TTIP pretendía otorgar todos los poderes y todos los derechos a las empresas transnacionales y todas las obligaciones a los Estados.
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