Traducido del francés para Rebelión por Carlos Riba García
Habrá un antes y un después del 26 de octubre de 2014. Es posible que esta fecha clausure todo un ciclo histórico marcado por el «despotismo ilustrado», «la revolución del jazmín» e incluso por lo que podríamos llamar «el golpe de Estado democrático». Aparentemente pacífica, la historia política tunecina no deja de estar marcada por episodios violentos. Es probable que lo uno y lo otro esté pasando en este mismo momento ante nuestros ojos: es la restauración del antiguo orden, una especie de traición suave y discreta a los mártires del 14 de enero.
Tanto en cifras absolutas como proporcionales al número de inscritos en el padrón, los tunecinos que han votado en estas elecciones son menos que los que lo hicieron en las primeras elecciones libres. Podríamos jactarnos del éxito, tanto en lo relacionado con la seguridad como con la «democracia» del acto electoral, si no fuera por el hecho de que también se trata de una dimisión. Y no en términos de la abstención.
La «mayoría silenciosa» de la que se habla desde el escrutinio de 2011 sin duda ha cambiado de campo. En cierto modo, es el partido tunecino de la «Kobba» (la cúpula de el-Menzah) el que ha ido menos a votar esta vez, como entonces lo hizo el partido de la Kasbah. Sea como sea, desde el domingo, todos los miembros de la burguesía jaranera festejan con bocinazos de alegría, a menudo los mismos que tres antes «lloraban por Túnez».
El fuerte sesgo regional de estas legislativas es innegable: dominación de Nidaa Tounes en el norte y el Sahel, supremacía de Ennahdha en el sur y un codo a codo Nidaa/ Ennahdha en el centro. Si se confía en la realidad de las viejas democracias establecidas, la identidad geográfica del voto en sí misma no tiene por qué sorprender demasiado. Salvo que en las democracias occidentales, la bipolarización, aunque se manifieste con divergencias regionales, tiene por objeto dos proyectos económicos y sociales distintos, es decir, radicalmente opuestos.
En este caso, ¿estamos en presencia de una dicotomía? Nidaa Tounes, el «partido de los mausoleos», el de los versículos coránicos citados continuamente por su jefe, el de la «providencia divina» de Khaled Chouket y el del «Islam tunecino» estilo preferencia nacional, ¿es un partido anticonservador? La derecha tunecina socialmente confusa encarnada por este partido cofunde incluso a los medios franceses que suelen etiquetarlo con los términos inadecuados de «laicismo» y «secularismo».
Totalmente ausente del discurso de Nidaa Tounes como no sea en la forma de extraño ornamento retórico, la revolución de la dignidad brinda una guía de lectura muy pertinente cuando uno se asoma para observar las lealtades de unos y otros a este acto fundacional de la balbuciente democracia tunecina.
En efecto, ¡qué ironía de la suerte que el emblema del partido sea una palmera, el árbol símbolo de un Sur tunecino ferozmente hostil respecto de Nidaa Tounes (7,7 por ciento en Tataoine)!, el Sur de la cuenca minera que puso en marcha la dinámica revolucionaria en 2008. La imagen de cierto desencanto; por otra parte, Sidi Bouzid tiene el índice de participación más bajo: el 47,7 por ciento.
Aunque la circunscripción de Kasserine, la del monte Châambi, es la excepción sudista -con tres escaños para Nidaa y otros tres para Ennahdah-, no parece haber escapado a la instrumentalización del irracional miedo al terrorismo.
En cuanto a los neoliberales de Afek, campeones de la privatización, duplican el número de votos obtenidos en 2011.
Si bien el Frente Popular sale del apuro y limita los daños con sus 15 escaños hasta el momento en que escribimos estas líneas, el hecho de que la principal formación de izquierdas se encuentre en la parte baja del clasificador -cuarto- muestra el estado de la clase política. Sobre todo, el Frente ha sido superado por la UPL, una especie de sucursal política caricaturesca de las empresas y fondos financieros del solitario Slim Riahi. Un populismo berlusconiano sintomático del fracaso de unos actores políticos incapaces de proponer una alternativa que saque el país de la lógica de la lucha de los derechos y las identidades.
Porque el escrutinio del 26 de octubre no es tanto una sanción de la troica sino más bien una reconfiguración profunda del tablero de juego sociopolítico asfixiado por el dinero poco limpio y el machacamiento mediático que ha matado cualquier pluralismo antes de que dejara el huevo: Ettakatol, ningún escaño; el CPR, cuatro escaños; y sus escisiones, al-Massar, ningún escaño; al-Joumhouri, un escaño; Tahalof, un escaño; son otros tantos partidos prestigiosos en camino de una desaparición programada.
La nítida victoria de Nidaa Tounes es como mínimo una victoria del pragmatismo en un país que todavía está en la etapa constituyente. En el contexto nacional esta victoria se traduce desde ya en la liberación sin remordimientos del discurso nostálgico. En el internacional, tendrá consecuencias tan inmediatas como reaccionarias que permitirán el aumento de la influencia del eje Emiratos-Egipto en la región y la reanudación de unas relaciones normalizadas con el régimen de Bachar al-Assad, con un Mohsen Marzouk presumiblemente a cargo del Ministerio de Asuntos Extranjeros.
Optimista, Béji Caïd Essebsi, que apunta hacia la concentración de poderes de cara a las presidenciales, pide «dos años de paz social para realizar las reformas económicas». Si Ennahdha consigue «vender» el gobierno de unión nacional a sus bases, será el fin de la Primavera Árabe en nombre de la estabilidad y el consenso. Si, en cambio, se entra en una tensa cohabitación, una calle agitada, una juventud timada y unas regiones desengañadas, es posible que la situación vaya rápidamente hacia el callejón sin salida de un país ingobernable.
Fuente: http://nawaat.org/portail/2014/10/29/le-scrutin-de-la-fracture/