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Túnez, la revolución tan cerca

Fuentes: Iohannes Maurus

Por fin, una revolución. Fiel a la paradójica constante, la revolución tunecina se ha producido allí donde menos cabía esperarla. A las revoluciones, les ocurre como al sujeto según Lacan, que están donde no se piensa, y sólo se pueden pensar donde no están. La revolución es lo aleatorio e irrepresentable: el límite a toda […]

Por fin, una revolución. Fiel a la paradójica constante, la revolución tunecina se ha producido allí donde menos cabía esperarla. A las revoluciones, les ocurre como al sujeto según Lacan, que están donde no se piensa, y sólo se pueden pensar donde no están. La revolución es lo aleatorio e irrepresentable: el límite a toda concepción científica de la historia, el límite interno y estructuralmente necesario del propio marxismo como teoría de la historia. La revolución rusa se hizo según Gramsci «contra el Capital», la revolución tunecina se ha hecho contra Friedman y contra Hayek, contra el conjunto de la doctrina neoliberal. La dictadura tunecina parecía estable, la población pasiva y resignada, incluso los resultados económicos eran los mejores del sur del Mediterráneo, con un PIB per cápita que dobla el de Marruecos y supera en un 30% al de la vecina Argelia. El entorno internacional del régimen de Ben Alí no podía ser más amable con los gobernantes del «país de la sonrisa» o «el país del jazmín», como lo llamaba la propaganda turística. Todo iba bien según la letanía del régimen, en el mejor de los mundos sin libertad.

Todo iba bien..(«kullu shi bi jair» decían constantemente la televisión y la prensa del régimen, émulos modernos del Pangloss de Voltaire), pero ciertamente no para todos, pues el reparto de la riqueza era cada vez más desigual a medida que se completaba el programa de liberalización promovido por el FMI. Túnez era el alumno predilecto del FMI; como lo prueba la satisfacción del presidente del FMI Dominique Strauss Kahn tras su visita a Túnez en 2008: «la economía tunecina, -afirmó- va bien … la politica económica seguida es sana y pienso que es un buen ejemplo a seguir por muchos países que son países emergentes… En Túnez, las cosas seguirán funcionando correctamente». Para ello podía contarse con el terrible gendarme del capital que era Zine el Abidine Ben Alí. Ni oposición, ni sindicatos molestos, ni organizaciones independientes de ningún tipo: según la ley de asociaciones de Ben Alí, ninguna asociación podía negarse a aceptar a ninguna persona que deseare inscribirse en ella, con el resultado de que el partido prácticamente único se infiltraba en todas las asociaciones y acababa controlándolas…La despolitización general era así compatible con una floración de miles de ONG controladas por el régimen. Túnez se convirtió de este modo en un paraíso postmoderno de la gobernanza, de la participación controlada de la «sociedad civil» en las tareas de gobierno. Túnez no era sólo un régimen árabe personalista y exótico: en cierto modo, era la realización de la utopía de la gobernanza neoliberal, una Cuba del neoliberalismo autoritario. El régimen se presentaba a sí mismo como una tecnocracia que encarnaba el fin neoliberal de la historia y los gobiernos occidentales lo aplaudían o, en el mejor de los casos, ignoraban la brutal opresión que ejercía sobre el pueblo tunecino. Mientras tanto, el clan presidencial no paraba de acumular riquezas mediante una práctica de la corrupción y un perfecto control mafioso de la economía.

Todo cambió rápidamente cuando toda una categoría social vio reflejada su deseperación en la inmolación por fuego del joven Bouazizi. Bouazizi era uno más entre los centenares de miles de jóvenes tunecinos que habían estudiado, habían alcanzado incluso titulaciones de nivel universitario, creyendo en las promesas desarrollistas del gobierno, y tuvieron que enfrentarse a la realidad del desempleo y del trabajo precario. Con una licenciatura universitaria, Bouazizi se ganaba la vida vendiendo frutas y verduras sin la necesaria autorización legal y un día fue multado e insultado por una agente de policía. Eso bastó para que decidiera inmolarse en público mediante un fuego que ya no se apagaría. Esta masa de jóvenes licenciados en paro que Bouazizi representaba es una de las categorías sociales que más se han movilizado contra los regímenes del Magreb y, en general del norte de África. Tienen la suficiente formación para politizarse coherentemente y no caer en las garras de los aparatos ideológico-políticos islamistas y al mismo tiempo, han podido experimentar por sí mismos los límites del neoliberalismo autoritario. Son una categoría social que corresponde al nuevo proletariado precario y/o cognitivo que conocemos también en Europa y que protagonizó los movimientos antiglobalización, las grandes huelgas metropilitanas francesas de 1995 y 2010 y las movilizaciones estudiantiles masivas contra Bolonia en Italia y Gran Bretaña. En esto, Túnez tampoco es un país exótico, ni lejano: está más cerca de París o de Londres que de Riad..

La revolución estalló tras la muerte de Bouazizi, que desató una insurrección generalizada de la juventud y de gran parte de la población urbana. Surgió sin que nadie la esperara, mostrando que detrás de la aparentemente invencible fortaleza del régimen, se ocultaba una inmensa debilidad. Es algo que conocemos desde la antigüedad y que Jenofonte nos recordaba en su diálogo Hierón, donde nos muestra a un tirano siempre solitario que «deambula por su propio país como en territorio enemigo«, que debe liquidar a las personas valientes, hábiles y justas y asociarse en cambio a los criminales, pues «Los criminales les inspiran confianza pues temen éstos, al igual que los tiranos, ser encarcelados si las ciudades recuperan un día la libertad..» La pasión de la tiranía es el miedo, miedo del tirano y miedo al tirano. Una vez desaparece el miedo, como hemos visto en Túnez, el castillo de naipes de la tiranía se derrumba. Sólo una pasión más fuerte que el miedo al tirano, la indignación, pudo determinar el fin de la sujeción, el rechazo de la condición de súbdito. Indignatio est odium erga aliquem qui alteri malefecit, l a indignación es, conforme a la definición que da de este afecto la Etica de Spinoza «un odio hacia quien hizo mal a otro». La indignación deriva directamente de la emulación de los afectos que caracteriza al ser humano como individuo cuya identidad depende siempre del otro. La indignación es contagiosa: primero uno se indigna por el mal hecho a otro y se rebela contra quien lo hizo, si la rebelión es reprimida, la represión aumentará el número de sujetos indignados, sin que el proceso tenga otro límite que la caída del tirano o del régimen tiránico. Para que esto ocurra es necesario que la indignación sea más fuerte que el temor, lo cual requiere una fuerte identificación con la víctima de la injusticia, como ocurrió en Túnez. La indignación es la pasión revolucionaria y constituyente. Es una forma de odio, pero un odio basado en la identificación y en una solidaridad imaginaria con el otro que puede ser la base de solidaridades reales y de un nuevo orden político.

Por este motivo, los regímenes de dictadura del capital en que vivimos fomentan la desidentificación del ciudadano medio con sus víctimas, desarrollando el miedo a quienes el poder nos representa como diferentes. El propio Ben Alí habló en un primer momento de un complot urdido desde el extranjero, y aquí mismo, en Europa, el fascismo avanza haciendo creer que los extranjeros son la causa de la liquidación del bienestar social exigida por las políticas neoliberales o que los gitanos son responsables de la inseguridad. También en la otra orilla del Mediterráneo tendremos que perder el miedo, el miedo a los otros, el miedo al poder que nos protege de los otros…. y de nosotros mismos, si no queremos volver a perder la libertad y la dignidad en un nuevo fascismo.

Iohannes Maurus