«Muchos civiles fueron lanzados al vacío desde helicópteros o enterrados vivos simplemente por ser saharauis.» Estas son declaraciones de Jalihenna Uld Errachid, un alto funcionario marroquí muy vinculado al rey Mohamed VI. Que la monarquía alauita ha practicado genocidio con nuestros vecinos del Sahara no es una novedad. Ese hecho ha sido reiteradamente denunciado por […]
«Muchos civiles fueron lanzados al vacío desde helicópteros o enterrados vivos simplemente por ser saharauis.» Estas son declaraciones de Jalihenna Uld Errachid, un alto funcionario marroquí muy vinculado al rey Mohamed VI. Que la monarquía alauita ha practicado genocidio con nuestros vecinos del Sahara no es una novedad. Ese hecho ha sido reiteradamente denunciado por organizaciones humanitarias de todo el mundo desde hace años. Entonces, ¿a qué responde este reconocimiento tardío por parte de Marruecos? ¿Se está democratizando la monarquia alauí como dicen Jerónimo Saavedra y Lorenzo Olarte? ¿Cuál es la biografía del personaje que hace estas sorprendentes manifestaciones? Nuestro colaborador Máximo Relti realiza en este artículo una exhaustiva investigación en torno a la corrupta biografía de un agente de los Servicios de Inteligencia españoles que tuvo como misión torcer el proceso de independencia del Sahara Occidental hace treinta años.
«Algunos oficiales del Ejercito marroquí han cometido lo que se puede llamar crímenes de guerra contra prisioneros fuera del ámbito de la guerra… Muchos civiles fueron lanzados al vacío desde helicópteros o enterrados vivos simplemente por ser saharauis». (1) Quien así se pronunciaba era nada menos que Jalihenna Uld Errachid, actual presidente del CORCAS, Consejo Real Consultivo para los Asuntos del Sahara, una suerte de institución simulacro utilizada por el rey Mohamed VI como fachada institucional para el control de este territorio ocupado.
La prensa española se ha apresurado a expresar, en grandes titulares, la sorpresa que le ha suscitado las escandalosas declaraciones del alto funcionario marroquí sobre unos crímenes que organizaciones humanitarias de todo el mundo llevan décadas denunciando, sin que los grandes medios internacionales les hayan prestado apenas atención. En cualquier caso, Uld Rachid había limado las aristas de sus manifestaciones, matizando que los asesinatos no fueron, ni mucho menos, parte de una operación planificada de exterminio contra el pueblo saharaui, sino solo «obra de tres o cuatro oficiales del Ejército marroquí».
Según informan las agencias de prensa, el imprevisto reconocimiento de Errachid no se ha producido recientemente. El portavoz gubernamental desveló estos datos en el marco de una sesión secreta de una institución real denominada «Instancia Equidad y Reconciliación», en el año 2005.
Pero, ¿a qué responde este reconocimiento tardío por parte de un vocero del gobierno marroquí sobre un genocidio denunciado desde hace muchos años por decenas de organizaciones humanitarias internacionales? ¿Se estará produciendo realmente en Marruecos un proceso democratizador de la monarquía feudal alauita, como sostienen Lorenzo Olarte, Jerónimo Saavedra y otros miembros del lobby pro marroquí en Canarias? ¿Deseará Mohamed VI liberarse del fardo sangriento que recibió de su padre Hassan II, tal y como escribe en las páginas del rotativo La Provincia el cronista oficial de la monarquía alauita en el Archipiélago, Juan Rodríguez Betancor?
Quienes conozcan algo sobre los entresijos de la monarquía marroquí saben que en el mundo oficial que la rodea nada está sujeto a la improvisación. Esta monarquía funciona como lo que es: una institución feudal con una geometría piramidal, desde cuyo indiscutido vértice el monarca dirige una densa red de canonjías económicas, políticas y sociales. El considerable peso de los intereses que esa estructura defiende no permite que nada quede abandonado a la improvisación.
Y cuando ésta se produce es prontamente castigada. Este caso no puede ser una excepción. Si deseamos acercarnos al conocimiento de la posible trastienda que esconde las declaraciones de Uld Rachid, resultará imprescindible, en principio, conocer la trayectoria biográfica del personaje al que sus patrocinadores le han encargado efectuarlas. Eso nos permitirá deducir cuáles son las intenciones que tales declaraciones contienen, tras las que, sin duda, se encuentra el propio rey.
Khalihenna Uld Errachid – también conocido en otra época como Jalihenna Rachid- no es un recién llegado a los temas relacionados con el Sahara Occidental. Para ser más precisos, tendríamos que decir que toda su vida la ha dedicado a lograr que los asuntos vinculados con la antigua colonia española le proporcionasen una sustanciosa fuente de ingresos.
Rachid, como lo conocía familiarmente la prensa de las Islas en la década de los setenta, nació en el Sahara Occidental hace 55 años. Estudió en la Escuela de Peritos de Las Palmas, concluyendo posteriormente sus estudios en Madrid y especializándose en peritaje de Minas. Su matrimonio con una española, que tuvo lugar por aquellos años, le ayudó a que las autoridades franquistas vieran en él a un hombre de toda confianza.
Como ocurría entre los nobles del medievo en Europa, para los colonialistas del siglo XX que un súbdito tuviera un cónyuge de origen metropolitano podía no ser motivo de orgullo, pero sí constituía una satisfactoria garantía de fidelidad. Los primeros pasos de Rachid en la actividad política tuvieron lugar en 1974, cuando se convirtió en agente de la dictadura en el Sahara Occidental. Aquel mismo año, los Servicios de Inteligencia españoles le encomendaron la creación del PUNS (Partido de la Unidad Nacional Saharaui), una supuesta organización «nacionalista», que en realidad no era sino una marioneta en manos del Ejecutivo de Arias Navarro, cuya finalidad consistía en tener a mano un partido «nacionalista» domesticado que pudiera jugar un papel favorable en el proceso descolonizador al que España se había comprometido ante las Naciones Unidas. Naturalmente, y como correspondía, Uld Rachid fue convertido en su flamante Secretario General. Junto con otro conocido traidorzuelo, Abderahmane Laibek, hoy cónsul de Mohamed VI en Las Palmas, Rachid inició una fructífera etapa de colaboración con la Administración colonial española, a cambio de sustanciosas subvenciones «a fondo perdido».
Aunque corrían por aquellos tiempos vientos de incertidumbre en el Norte de África, nada hacia presentir al joven Rachid, que entonces tenía sólo 25 años, que la metrópoli iba a entregar el Sahara a Marruecos en la forma en que lo hizo. De manera que este agente a sueldo del Gobierno español se dedicó en cuerpo y alma a la labor que sus patrones le habían encomendado. El nombre de Rachid empezó a aparecer frecuentemente en las primeras páginas de los periódicos del Archipiélago y, también, en las de los estatales. La prensa, la radio y la televisión del Régimen lo cubrían de halagos en empalagosos artículos de elogio, entrevistas y declaraciones.
No era para menos. Que el gobierno español pudiese contar con la valiosa aportación de un joven ilustrado en sus planes de perpetuar su influencia en la colonia no era poca cosa. Para los españoles, y por tanto para Rachid, el enemigo a batir era el Frente Polisario, aunque el recién estrenado líder «nacionalista» tratara de encubrir este propósito con virulentas declaraciones contra las aspiraciones anexionistas de Marrueco:. «Para mi, la gente más peligrosa – decía por entonces- es la que simpatiza con Marruecos, la gente que hay que desarticular de cualquier forma, a través de una estrecha colaboración entre la Administración española y el PUNS».
«Si no fuera por los fosfatos, – declaraba Rachid al periódico El Eco de Canarias el 23 de abril de 1975- nadie habría reivindicado el territorio. Lo que busca Marruecos no es el bienestar de los saharauis, sino la explotación de los fosfatos. Nosotros queremos la independencia y se da la circunstancia de que en el futuro estado del Sahara Occidental hay yacimientos de fosfatos». Con estos testimonios de acendrado nacionalismo antimarroquí, el títere del guiñol colonial hispano pretendía ganarse la voluntad del pueblo saharaui y, a su vez, atajar el vertiginoso crecimiento de la influencia del Frente Polisario. Y es que por aquellos días España había aprendido ya las lecciones de los procesos descolonizadores de las viejas potencias europeas: con tacto, dinero y aplicando la divisa «divide y vencerás», era posible «descolonizar» formalmente, sin que en la realidad tal hecho tuviera lugar. Esa fue, justamente, la tarea miserable que la Administración española encomendó a Jalihenna Uld Errachid, a Abderahmane Laibek, actual cónsul de Marruecos en Las Palmas, y al propio PUNS.
Pero dicen algunos que Dios escribe a veces con renglones torcidos. Y en los cálculos de un personaje con una ambición tan desmedida como la de Uld Edrrachid no había cuadrado todavía la perspectiva de que el imparable crecimiento de la popularidad del Frente Polisario lo iba a dejar sin credenciales ante sus patrocinadores. Sin embargo, mientras el PUNS, con el apoyo de los españoles, trataba de colocar a sus peones en las instituciones creadas por el poder colonial, el Frente Polisario conquistaba por la base el apoyo masivo del pueblo saharaui. Esto se evidenció de manera elocuente cuando, el 12 de Mayo de 1975, aterrizó en El Aaiun una misión de las Naciones Unidas con el expreso mandato de la organización internacional de conocer cuales eran los sentimientos de ese pueblo en relación con su futuro. Aquel encuentro fue visto de esta significativa forma por un periódico de la época:
«Desde por la mañana, el «Partido Nacional por la Unidad Nacional del Sahara» (PUNS), que opera libremente en el territorio, y que defiende la independencia del Sahara, había concentrado a sus militantes en las calles centrales de El Aaiún. Luego, cuando subimos al aeropuerto, vimos una enorme multitud acampada a los dos lados de la carretera, que esperaba el paso de la comitiva. La sorpresa fue cuando los delegados de la onU iniciaron su marcha y aquella multitud hizo surgir, como por arte de prestidigitación, un verdadero bosque de banderas del «Frente Popular para la Liberación de Saaia, el Sahara y Río de Oro». El famoso Frente polisario, del que venimos hablando en estas crónicas como representante de la posición de una independencia intransigente, enemigo de cualquier país que pretendiese tener una influencia en el territorio autónomo, y que no tiene autorización de actividad política todavía en El Aaiún, pero que prácticamente demostró que era el dueño de la masa dispuesta a esperar a los representantes «onusianos». Del PUNS no quedó prácticamente nada sobre el terreno a la hora de la verdad. La cuatricromía de la bandera del F. Polisario -negro del colonialismo, blanco de la libertad, rojo de la sangre, verde de la riqueza-, con la media luna del Islam, cubría la masa como un verdadero océano, y las banderolas que exigían la independencia y la descolonización inmediata eran lo único que se veía .sobre el torbellino de chilabas azules de los hombres o de los mantos negros de las mujeres. Si ha habido un vencedor popular en la calle es el F.Polisario y, además por K.O.». (2)
La maniobra colonial española había quedado desarticulada y al descubierto. Repentinamente, la brillante acción polisaria dejó a España sin el portavoz interpuesto. Para todo el mundo quedó claro quien tenía la auténtica representación del pueblo saharaui. En ese contexto, Jalihenna Uld Errachid ya no tenía nada que hacer en la tierra que lo había visto nacer. ¿O sí? Posiblemente no tuvo que pensárselo muchas veces. Rachid abrió la Caja de los cuartos de su fantasmagórico partido político, desvalijó todo lo que había dentro y huyó hacia Rabat como alma que lleva el diablo. Consigo portaba la friolera de seis millones de las pesetas de entonces, sustraídas de las cuentas de su organización de pantomima.
El día 19 de Mayo de 1975, quien apenas un mes antes había declarado que «a Marruecos lo que le interesa de los saharauis son solo los fosfatos», fue recibido triunfalmente por el rey de Marruecos Hassan II en una ostentosa ceremonia a la que convocó a los medios de comunicación nacionales y extranjeros. La cara de pasmo del entonces ministro de la presidencia del gobierno de Franco, Carro Martínez, cuando la prensa lo interrogó sobre el tema era inenarrable. «No se que ha podido hacer Marruecos para que esto fuera posible», expresó con gesto ridículamente atónito el ministro de la dictadura. En realidad, lo único que había sucedido era que el traidor a sueldo hhabía decidido cambiar de amo.
A partir de entonces las cosas para España fueron de mal en peor y sus planes neocoloniales se derrumbaron como un castillo de naipes. A veces la historia entrecruza los acontecimientos de manera fatal. La enfermedad y posterior muerte del dictador situó a la burguesía española en una difícil encrucijada, en la que la defensa de sus intereses económicos en el Sahara podía poner en peligro su existencia como clase hegemónica en su propio país. Sin el apoyo de los norteamericanos, interesados en el control geopolítico del Norte de África, la opción estuvo clara para las esferas dominantes de la antigua potencia colonial: había que abandonar algo si no se deseaba correr el riesgo de perderlo todo.
No ha cambiado mucho desde entonces la trayectoria biográfica de Jalihenna Uld Errachid. Nuestro antiguo hombre en el El Aaiún, ahora bajo protección marroquí, continuó siendo el genuino politicastro corrupto que ya era, pero ahora convertido en un acaudalado profesional de la estafa y la extorsión. Según los datos que hemos podido recabar, las demandas judiciales contra Rachid por presuntas estafas a empresas españolas en el Sahara ocupado por Marruecos han nutrido, a lo largo de los últimos veinte años, los archivos de los juzgados de Canarias.
En el año 2006, Rachid creyó tocar las bóvedas celestiales, cuando «su majestad» Mohamed VI lo nombró presidente del Consejo Real Consultivo para los Asuntos del Sahara. Con este deslumbrante nombramiento la monarquía alauita otorgó a Rachid el aparente papel de jeque en los territorios ocupados del Sahara Occidental. Su irremediable vocación de lacayo hizo que la historia lo volviera a colocar justamente en las posiciones contrarias a los intereses de su pueblo.
Rachid, curtido en la intriga y la maniobra, es consciente de que la fractura abierta entre el pueblo saharaui y los ocupantes marroquíes es, hoy por hoy, tan insondable como lo fue ayer con la Administración colonial española. Por eso se presenta ahora ofreciendo el olivo de la paz y la reconciliación, como otrora ondeó el estandarte de la independencia y la autodeterminación de su pueblo.
Es desde esa perspectiva desde donde debemos interpretar sus recientes declaraciones, reproducidas estos días por la prensa. Este mensajero del autócrata trata de vender a los saharauis la mercancía averiada de una falsa reconciliación, a cambio de la cual su pueblo debería pagar el precio de renunciar a la libertad. Contando verdades incompletas, el viejo zorro pretende quebrar la resistencia de los de dentro y engañar a los de fuera. Pero difícil lo va a tener este miserable tahúr, que ha jugado toda su vida con la lucha y las esperanzas de un pueblo, mientras tenga detrás a un rey despótico que reiteradamente se encarga de recordar que:
«Queremos asegurar que no vamos a renunciar a ningún palmo de nuestro querido Sahara, ni a un grano de su arena. En ello radica el mejor ejemplo de fidelidad al recíproco pacto de la bay´a, establecido entre el Trono y el pueblo, así como al eterno juramento de la Gloriosa Marcha Verde». (3)
Notas y referencias bibliográficas:
(1) Alí Lmrabet. «Un responsable marroquí reconoce crímenes de guerra en el Sahara. El Mundo. 17 de junio de 2008
(2) El Ecode Canarias. 13 de mayo de 1975. (3) Discurso de Mohamed VI dirigido a la nación, pronunciado en Laayun, ciudad natal de Rachid, el 25 Marzo del 2006.