Cualquiera que hubiera afirmado el 1 de enero de 2011 que dos semanas más tarde Ben Alí habría huído del país se habría enfrentado, en el mejor de los casos, con la incredulidad general. Entonces, el «milagro tunecino» era presentado por las instituciones financieras internacionales como el modelo económico a seguir. La derecha occidental y […]
Cualquiera que hubiera afirmado el 1 de enero de 2011 que dos semanas más tarde Ben Alí habría huído del país se habría enfrentado, en el mejor de los casos, con la incredulidad general.
Entonces, el «milagro tunecino» era presentado por las instituciones financieras internacionales como el modelo económico a seguir. La derecha occidental y sus comparsas social-liberales (1) cerraban los ojos ante las detenciones y las torturas de un régimen en el que veían una «muralla contra el islamismo», así como una ocasión de particpar en el saqueo del país.
El 14 de enero, las movilizaciones populares obligaron finalmente a Ben Ali a escapar hacia la muy integrista Arabia saudita, aún más encantada de recibirle en la medida en que había traído con él una parte de su botín.
Sería presuntuoso pretender resumir en un folio el año tumultuoso que ha atravesado Túnez. Es sin embargo posible intentar trazar el encadenamiento de los acontecimientos.
Un comienzo doloroso
Todo comenzó el 17 de diciembre de 2010, en Sidi-Bouzid, con el gesto desesperado de Mohamed Bouazizi que resume los sufrimientos de todo un pueblo: el de los jóvenes que no encuentran, como mucho , más que pequeños trabajos a pesar de la escolarización masiva, el de la arbitrariedad policial y mafiosa, el del paro y de la miseria que golpean particularmente a las regiones del interior, el resultante de la ruina de la agricultura de subsistencia como consecuencia de los acuerdos de libre cambio que especializan a Túnez en un número limitado de productos de exportación, etc.
Al contrario de lo que había pasado en 2008, en la lucha de la cuenca minera de Redeyef-Gafsa, las movilizaciones que sacuden Sidi-Bouzid se propagan rápidamente al conjunto del país. Se encuentran codo con codo todos los que quieren acabar con el régimen ya sean sindicalistas, parados, jóvenes, abogados, feministas, militantes de los derechos humanos, internautas, periodistas, etc.
En este contexto, la izquierda de la UGTT acaba por imponer a la dirección nacional corrupta de la central sindical dejar a las estructuras locales la libertad de convocar huelgas generales regionales. Las movilizaciones cambian entonces de escala: centenares de miles de personas salen a las calles de ciudades como Sfax, Tozeur, etc. Cuando esta oleada de huelgas alcanza la capital, el 14 de enero, el ejército decide finalmente abandonar a Ben Ali.
Contrariamente al cliché periodístico de una «revolución de jazmín», habrán sido necesarios al menos 238 muertos y 1207 heridos para llegar a librarse del dictador.
La primavera tunecina
De golpe, millones de personas se atreven al fin a hablar de política por primera vez, destruyendo o apoderándose de edificios que simbolizan a la dictadura, así como de bienes que pertenecen a la mafia anteriormente en el poder.
El 20 de enero, se pone en pie el «Frente del 14 de enero», reagrupando lo esencial de las organizaciones de la izquierda radical y de los nacionalistas árabes. Durante dos meses, este Frente juega un papel esencial en la prosecución del proceso revolucionario.
Paralelamente al antiguo aparato de estado, del que solo algunos responsables han sido expulsados, se pone en pie el embrión de un nuevo poder. Diversos comités locales van apareciendo. Unos contra las bandas armadas que Ben Ali había dejado detrás de él, otros para gestionar los asuntos locales corrientes tras el derrocamiento de las autoridades municipales. Un comienzo de coordinación de estas estructuras se pone en pie a nivel regional. Al nivel nacional, un «Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Revolución» es puesto en pie el 11 de febrero por el conjunto de las fuerzas que habían exigido la salida de Ben Ali y rechazado participar en los gobiernos provisionales dirigidos por Ganuchi, el antiguo primer ministro de Ben Ali. Este Consejo Nacional coordina más o menos las estructuras regionales correspondientes.
En efecto, frente a este embrión de poder popular salido de la revolución, los políticos benalistas constituyeron, por arriba, sucesivos gobiernos provisionales. Participan en ellos partidos del centro como el PDP y el partido «modernista» Ettajid salido del antiguo Partido Comunista. Prudente, el socialdemócrata Ben Jaafar se mantiene aparte de tales combinaciones.
Pero las movilizaciones continúan contra esos gobiernos benalistas sin Ben Alí. Esta ola en ascenso acaba por obligar, el 27 de febrero, al primer ministro Ganuchi a dimitir.
Un comienzo de atasco
A partir del 27 de febrero, todo se vuelve más complicado para la izquierda. Una parte de quienes se habían movilizado desde hacía meses abandonan sus esfuerzos, y el nuevo Primer Ministro logra hábilmente maniobrar.
Por una parte, cede a ciertas exigencias populares: anuncio de elección de una Asamblea Constituyente (3 de marzo), disolución del partido del Ben Alí (9 de marzo), confiscación de los bienes acaparados por la mafia anteriormente en el poder (29 de marzo), etc. De otra, prueba las capacidades de respuesta popular reprimiendo ciertas movilizaciones.
Simultáneamente, logra incluir en un marco institucional a la mayor parte de las fuerzas participantes en la revolución. Crea para ello, el 14 de marzo, una «Alta Instancia» que tiene por objetivo reunir a lo esencial de las fuerzas políticas y sociales del país. Su objetivo es a la vez preparar las elecciones y vaciar de su contenido al «Consejo Nacional de Salvaguardia» salido de la revolución.
El Frente del 14 de enero se divide sobre la actitud a tener y cae progresivamente en la inactividad. Cada organización va en adelante por su cuenta y pone, en general, todas sus débiles fuerzas en una campaña electoral bajo sus propios colores en detrimento del desarrollo de las luchas y de la autoorganización de la población.
Las condiciones de un retroceso parcial están entonces dadas.
Frente a condiciones de vida que no han mejorado, una parte de la población tiene dificultades para reconocerse en las organizaciones que habían sido la osamenta de la caída de Ben Alí, y que se preocupan a menudo insuficientemente de sus dificultades cotidianas.
El hecho de que organizaciones «modernistas» centren su campaña, no en las reivindicaciones económicas y sociales, sino en la lucha contra el oscurantismo religioso contribuye a situar a Ennahdha en el centro del debate político. Organización que, además, dispone del dinero necesario para el desarrollo de obras de caridad dirigidas a los medios populares.
El otoño electoral
Desorientada, la mitad de la población no va ni siquiera a votar el 23 de octubre. Alrededor de la mitad de quienes lo hacen votan a favor de partidos políticos cuyos militantes son percibidos como perseguidos por el poder (Ennahdha y el Congreso por la República-CPR de Marzuki), que se negaron a participar en los gobiernos que siguieron a la caída de Ben Alí, y que tienen un discurso comprensible para ellos, como por ejemplo la referencia al Islam en el primer caso, o la intransigencia hacia la corrupción bajo Ben Alí en el segundo.
Pero un otoño electoral no hace un invierno islamista. El equipo en el poder parece, en efecto, más que desorientado.
El Primer Ministro islamista tunecino y el Presidente de la República Marzuki tienen como punto común haber sido perseguidos durante años por el poder. A partir de ahí, hay muchas cosas que les oponen: Marzuki, por ejemplo, ha hecho de la cuestión de la deuda uno de los caballos de batalla de su campaña electoral, lo que no ocurre con el Ennahda.
¿Hacia una vuelta de la primavera?
Incluso aplicadas por un Primer Ministro islamista, las recetas neoliberales no pueden servir más que para preparar el mismo plato que antes: el paro, la miseria y el crecimiento de las desigualdades.
Tras decenas de años de terror, millones de tunecinos han participado por primera vez en luchas y han hablado de política. No hay razones para que acepten hoy aquello contra lo que han estado dispuesto a arriesgar sus vidas.
Una vez pasada la secuencia electoral, las movilizaciones recomienzan con fuerza con dos ejes principales.
El primero es la negativa a la prosecución de la política económica y social anterior. El segundo eje es la respuesta a las amenazas que pesan sobre los derechos de las mujeres, las libertades académicas y la libertad de creación artística.
El proceso revolucionario abierto a fines de diciembre de 2010 está por tanto muy lejos de haberse cerrado.
Nota:
(1) El partido de Ben Alí siguió siendo la sección de la Internacional Socialista hasta el 17 de enero de 2011.