ULa otra noche, más de 100 000 personas asistieron a un total de 3 500 actos en todos los 50 Estados de la Unión y en el Distrito de Columbia para ver un vídeo de Bernie Sanders y empezar a organizar su campaña por la base. En algunas de las reuniones de diversas partes del […]
ULa otra noche, más de 100 000 personas asistieron a un total de 3 500 actos en todos los 50 Estados de la Unión y en el Distrito de Columbia para ver un vídeo de Bernie Sanders y empezar a organizar su campaña por la base. En algunas de las reuniones de diversas partes del país se juntaron hasta 200 personas. Al acto a que asistí yo, en Crown Heights, Brooklyn, acudieron 25 personas, en su mayoría veinteañeras, activistas de ONG que luchan por la justicia social, empleados de medios de comunicación, artistas y algunos estudiantes licenciados. Se trata de jóvenes idealistas que se sienten atraídas por Sanders porque este preconiza una «revolución política» contra los multimillonarios y porque cree en la atención sanitaria universal, en la gratuidad de la enseñanza universitaria y en la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora. En general, quienes asistieron no tenían interés alguno en el Partido Demócrata y hubo quienes opinaron que habría sido mejor que Sanders se hubiera presentado como candidato independiente.
El organizador del acto comentó que podríamos construir un movimiento de masas y apoderarnos del Partido Demócrata, pero ninguna de las presentes parecía pensar en particular que ello fuera posible o siquiera prestarle interés. Lo que se desprende claramente de los mítines de Sanders es que nadie le apoya porque sea el «mal menor». Después de todo, esa sería Hillary Clinton. La gente simpatiza con él para manifestar su protesta contra la desigualdad económica y contra el poder del dinero en la política.
Sanders es la expresión política del movimiento Occupy. No tanto un candidato del Partido Demócrata, como la voz de los de abajo.
Un candidato marginal
Cuando Sanders, el senador independiente de Vermont que desde hace tiempo se califica de socialista, anunció a finales de abril que pensaba presentar su candidatura a las primarias del Partido Demócrata de cara a las elecciones presidenciales, nadie tenía ni idea de cuál sería la respuesta. Después de todo, Sanders es senador por el pequeño Estado de Vermont, que tiene una población de apenas 625 000 personas (tan solo Wyoming tiene menos habitantes), prácticamente todas ellas blancas (95,2 %), y cuya ciudad más grande, Burlington (de la que Sanders ha sido alcalde), no es más que una pequeña ciudad de 44 000 habitantes. El nombre de Sanders solo era conocido en su propio Estado y en el vecino, New Hampshire. Si tenía alguna reputación a escala de todo el país, se debía al hecho de que era una rara avis: el único miembro independiente del Congreso y el único cargo público oficial que se calificaba de socialista. Únicamente los progresistas estaban al tanto de sus posicionamientos favorables a los trabajadores en el parlamento. ¿Qué ocurriría si una figura marginal de este tipo fuera candidato presidencial?
Multitudes entusiastas
La respuesta a la candidatura de Sanders ha sido espectacular. Después de varios mítines con cientos o varios miles de asistentes en su propio Estado, Sanders empezó a recorrer el país. En la históricamente progresista ciudad de Madison, en Wisconsin, el pasado 1 de julio, unas 10 000 personas acudieron a escuchar cómo Sanders denunciaba a los multimillonarios y reclamaba una mayor igualdad económica. Tal vez esto era de esperar en una ciudad en que 100 000 trabajadores habían ocupado el capitolio del Estado para oponerse a la legislación antisindical del republicano Scott Walker en 2011. Después de todo, Sanders habló allí a miembros del Partido Demócrata, sindicalistas y profesores y estudiantes de la universidad de Wisconsin. Y la presencia de unas 8 000 personas al mitin de Sanders en Portland, Maine, podía atribuirse al apoyo local a un candidato de Nueva Inglaterra.
¿Sería capaz Sanders de reunir simpatizantes también en los Estados del Medio Oeste, tradicionalmente conservadores? La respuesta a esta pregunta se produjo el 18 de julio, cuando atrajo a una multitud de 11 000 personas en Phoenix, Arizona, y de nuevo el 19 de julio, cuando acudieron 8 000 al mitin que dio en Dallas, Texas. La marea continuó el 26 de julio, cuando logró movilizar a 4 000 en la ciudad relativamente menor de Nueva Orleans, en Luisiana. En todas partes los asistentes a los mítines de Sanders se cuentan por miles; a título comparativo, el mitin más grande que ha dado Hillary Clinton hasta la fecha ha reunido a 5 500 personas en Nueva York, en el mes de junio.
¿Por qué acudió tanta gente a escuchar a un hombre que parecía no ser más que un candidato marginal? Son varios los motivos que lo explican. En primer lugar, muchas personas concuerdan con el mensaje fundamental de Sanders de que los bancos y las grandes empresas se han hecho con el control del sistema político y lo utilizan para sus propios intereses. Estas personas apoyan a Sanders en señal de protesta contra los planes patronales que defienden tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata. Cuando Sanders pregunta al público que «¿por qué vivimos en una sociedad en la que durante los últimos cuarenta años ha estado desapareciendo la clase media en este país y casi toda la riqueza y casi todos los ingresos acaban en manos de los más ricos?», la gente mueve la cabeza en sentido afirmativo y se pregunta «¿por qué?» La respuesta que propone es el dominio empresarial y el retroceso a golpes del movimiento obrero, con el consiguiente descenso del nivel de vida de los trabajadores.
En segundo lugar, muchos votantes del Partido Demócrata reniegan profundamente de la idea de que Hillary Clinton vaya a convertirse de forma casi automática en la candidata del partido sin que se presente ninguna alternativa política. Los miembros progresistas del Partido Demócrata no quisieran tener que elegir entre dos candidatos neoliberales, sino que se presentara alguien que planteara las cuestiones que les preocupan: el empleo, los salarios, la atención sanitaria, la educación. Cuando la senadora Elizabeth Warren se negó a presentarse, Sanders dio un paso al frente y se convirtió en el campeón de todos los que se sitúan a la izquierda de Clinton.
Los trabajadores, con Bernie
Desde entonces, no solo ha movilizado a mucha gente, sino que también ha tenido muchos aciertos en otros terrenos. Pese a no ser tan conocido en las encuestas como Hillary Clinton, tiene mejores índices de aprobación que otros candidatos de los dos grandes partidos, y la tendencia es ascendente. También cuenta con una nutrida base de seguidores organizados, «Labor for Bernie», con unos 5 000 sindicalistas de base y líderes locales, además de los pequeños consejos de la AFL-CIO de Vermont y Carolina del Sur. Como dice Larry Cohen, ex presidente del sindicato de trabajadores de la comunicación y actual voluntario de la campaña de Sanders, «nuestro movimiento demuestra con su creciente fortaleza que Bernie comparte nuestros valores y nuestras convicciones. Los trabajadores están hartos de que nada cambie. Esta campaña pretende parar el ataque patronal contra nuestros hijos, nuestro país y las familias trabajadoras.»
Cuando los líderes del sindicato de enseñantes de EE UU -cuyo presidente, Randi Weingarten, aspira al puesto de ministro de Educación- declaró su apoyo a Clinton sin consultar a las bases, cientos de maestros indignados se rebelaron y se apuntaron a la agrupación «Labor for Bernie». La reacción ha sido tal que la dirección de la AFL-CIO ha decidido posponer su posicionamiento, lo que brindará a Sanders la oportunidad de reforzar su apoyo en el mundo sindical. En cuanto a la capacidad de recaudar fondos, Bernie juega en desventaja con respecto a sus contrincantes, pero las campañas de los principales candidatos no tienen punto de comparación con la de Sanders. Clinton y algunos Republicanos como Jeb Bush cuentan con el apoyo de grandes donantes -bancos, empresas y el 1 % de los superricos-, mientras que Sanders ha recibido principalmente pequeñas donaciones de particulares. En el primer trimestre de 2015, el Republicano Jeb Bush recaudó 103 millones de dólares, Clinton 47,5 millones y Sanders «solamente» 15 millones, una cifra que no deja de ser notable.
Sanders y el movimiento Black Lives Matter
Al principio, Sanders no se decidió a apoyar firmemente al movimiento Black Lives Matter/1 y metió la pata cuando se topó con manifestantes negros como la asociación Netroots Nation en Phoenix, Arizona. En sus primeras declaraciones trató de ponerse del lado de los policías y de la población negra al mismo tiempo, una postura insostenible. El movimiento negro, la continuación de la violencia policial, como el reciente asesinato ocurrido en Cincinnati y, por así decirlo, la realidad misma han obligado a Sanders a decantarse por el movimiento de protesta de los negros. De hecho, Sanders siempre ha combatido con denuedo el racismo y ha defendido los derechos civiles desde su participación en el Congreso de Igualdad Racial y en el Comité de Coordinación Estudiantil No Violento (SNCC) en la década de 1960. En sus intervenciones más recientes reafirma su oposición al racismo y la violencia policial. En Nueva Orleans declaró ante la multitud: «La vida de los negros importa y tenemos que valorarla».
El problema es que la insistencia de Sanders en la igualdad económica para todos no contemplaba también las cuestiones de racismo, la discriminación, la exclusión y la violencia a que se enfrentan algunas personas. En su programa no se menciona a los afroamericanos y las cuestiones que afectan a los negros no se sitúan en el centro de su política. Pero está cambiando. En una conversación mantenida durante una recepción organizada por dirigentes de la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), una de las organizaciones históricas de defensa de los derechos civiles, se pudo apreciar el efecto que tuvo en Sanders el movimiento Black Lives Matter cuando dijo lo siguiente: «Quienquiera que haya visto el reciente vídeo de Sandra Bland se dará cuenta de que por desgracia el racismo está vivo en EE UU». Se refería a una mujer negra que había sido hallada muerta en una celda de una cárcel de Texas. «Cuando vemos cómo tiran del cabello a una mujer afroamericana para sacarla de su coche, cuando todos sabemos que esto no le habría ocurrido a una mujer blanca de clase media, nos damos cuenta de que hace falta un cambio profundo de la justicia criminal en este país.»
En su intervención ante el conjunto de la SCLC, Sanders habló de «la necesidad de abordar el racismo estructural e institucional que existe en este país y atacar al mismo tiempo vigorosamente el ridículo nivel de ingresos y la desigualdad económica que hace que los muy ricos se enriquezcan todavía más mientras todos los demás -especialmente la comunidad afroamericana y los obreros blancos- se empobrecen cada vez más». El discurso ante la SCLC -que vale la pena leer/2- demostró el profundo conocimiento y el compromiso de Sanders con la lucha de los negros de EE UU por la justicia racial. Estos discursos y comentarios recientes indican que, en respuesta a las críticas, ha empezado a cambiar, dando mayor importancia a la cuestión de la igualdad racial, aunque, como han señalado algunos seguidores críticos, él y su organización todavía tienen camino que recorrer.
Sanders, el activista sindical
Unos amigos míos, sindicalistas de Vermont, dicen que Sanders no solo apoya a los trabajadores, sino que también aprovechó su cargo de senador para ayudar a los sindicatos y a los trabajadores a organizarse, por ejemplo convocando una reunión con los sindicatos para propugnar la unidad y la lucha por la mejora de las condiciones en su Estado.
Esta actitud de Sanders también se refleja en su campaña. En una entrevista con Katie Couric publicada en Yahoo News, Sanders llamó a los estudiantes a organizar una marcha sobre Washington: «Desde mi punto de vista, la única manera de lograr que se aplique un programa que favorezca a las familias trabajadoras es que millones de personas se impliquen activamente en el proceso político. Si un millón de jóvenes marchan sobre Washington y hablan con la dirección de los Republicanos, veremos qué pasa y sabrán a quién votar para resolver la cuestión de la deuda estudiantil. Sabrán a quién votar para que haya universidades públicas y una enseñanza gratuita, así es cómo se conseguirá. Esto ya lo estamos viendo con la cuestión del salario mínimo. ¿Sabéis por qué el salario mínimo está ahora en boca de todos? Porque los trabajadores salen a la calle; así que necesitamos una revolución política, pienso yo, en que la gente se levante y luche y se meta con los intereses de los ricos. Sin esto, ningún presidente, ni siquiera el mejor presidente del mundo, será capaz de hacer nada.»
Si los seguidores de Sanders desean realmente construir un nuevo movimiento social por la justicia económica y racial, deberán hallar la manera de unir el movimiento Black Lives Matter con las bases sindicales y mantenerlos unidos más allá de la campaña de Sanders. Esta unidad del movimiento obrero con los movimientos de los negros y latinos es una aspiración histórica de lo mejor de la izquierda socialista.
La política exterior de Sanders: un gran problema
Para nosotros, radicales de izquierda, la gran debilidad de Sanders reside en su política exterior. Aunque es cierto que votó en contra de la guerra para «liberar» Kuwait (la primera guerra de Iraq) y de nuevo contra la resolución sobre la guerra de Iraq en 2002, por otro lado apoyó los ataques aéreos lanzados por el presidente Bill Clinton sobre Kosovo y la guerra de Afganistán en 2001. Ese mismo año también votó a favor de la «autorización del uso de la fuerza militar contra los terroristas», la ley que utiliza hoy el presidente Obama para atacar al Estado Islámico en varios países. En 2003 apoyó asimismo una ley que respaldaba la política del presidente George W. Bush en Iraq y su «guerra contra el terrorismo». Sanders ha votado tantas veces a favor de los presupuestos militares como ha votado en contra. En Oriente Medio se inclina a favor de Israel en contra de Palestina, aunque no sin reservas.
Lo que revela esta actitud es que Sanders no mantiene una postura coherente y de principios contra el imperialismo estadounidense. Mientras su programa propugna una reducción del gasto militar, no propone desmantelar los cientos de bases militares que mantiene EE UU en todo el mundo, poner fin a la «guerra contra el terrorismo», renunciar al uso de drones, etc. El programa de Sanders ni siquiera menciona al ejército. Aunque se califica de socialista, la política exterior y la política militar de Sanders se ajustan a los propósitos del capitalismo, el militarismo y el imperialismo. La cuestión central para quienes están preocupados por la paz mundial es la región de Oriente Medio (desde Argelia hasta Afganistán); y en esta región su apoyo a Israel, en vez de a los palestinos oprimidos, le sitúa en el lado equivocado. Sanders no es un halcón agresivo como Hillary Clinton, pero tampoco es una paloma de la paz ni un defensor del internacionalismo. A pesar de estas deficiencias de su política exterior y militar, la campaña de Sanders supone un reto para la izquierda.
La izquierda socialista y Sanders
La campaña de Sanders comporta un reto importante a los planteamientos de la extrema izquierda en EE UU. Durante mucho tiempo, diversos grupos socialistas han seguido diferentes estrategias para construir un partido político radical en este país. Algunos grupos de izquierda -en particular el Partido Comunista (PC), los Comités de Correspondencia para la Democracia y el Socialismo (CCDS) y grupos maoístas como la Organización Socialista Camino de Libertad- han trabajado históricamente en el seno del Partido Demócrata y esto no les plantea ningún problema. Esperaban construir un movimiento popular tanto dentro como al margen del partido. Puede que hayan apoyado a Jesse Jackson y a la Coalición Arcoiris en la década de 1980, o a Dennis Kucinch en la de 2000, pero al final estos grupos están llamados a apoyar al candidato oficial de los Demócratas frente al de los Republicanos, negando el voto a candidatos como Ralph Nader y a partidos como los Verdes. Mientras que hoy por hoy impulsan la campaña de Sanders, es probable que el PC y los CCDS acaben apoyando a Hillary Clinton o a quienquiera que resulte nombrado candidato del Partido Demócrata a la elección presidencial.
Los Socialistas Demócratas de América (DSA), una organización fundada originalmente como comité de apoyo por Michael Harrington en 1973, tenía el objetivo estratégico de «realinear» al Partido Demócrata. Según afirma Harrington en su libro Socialism, los socialistas echarían del partido al sector conservador y a los corruptos aparatos de las ciudades, con lo que los sindicatos de trabajadores pasarían a ser el bloque dominante y el Partido Demócrata pasaría a ser en realidad un partido obrero. Los DSA, en colaboración con dirigentes sindicales del sector del automóvil y la Asociación Internacional de Maquinistas, prosiguieron con su estrategia de realineación hasta finales del siglo pasado, cuando quedó claro que a pesar de que el sector más conservador y la mayoría de los aparatos de las ciudades hubieran desaparecido, el Partido Demócrata se encontraba en manos de las grandes empresas y no de los sindicatos. En las últimas elecciones, los DSA no apoyaron a Barack Obama y es muy probable que en las próximas tampoco apoyen a Clinton. Los miembros más jóvenes de los DSA ya no creen que la realineación del Partido Demócrata sea viable.
Algunos otros grupos socialistas, incluida la vieja guardia de los seguidores de Eugene Debs, como el Partido Socialista y varios grupos trotskistas, en general se han opuesto por principio a trabajar en el interior del Partido Demócrata con el argumento de que este es el partido de los bancos y las grandes empresas y de que los trabajadores necesitan su propio partido. Los seguidores de Debs propugnaban la creación de un Partido Socialista, mientras que otros socialistas de esta misma tendencia pensaban que los sindicatos confederados en la AFL-CIO y otros sindicatos deberían abandonar la idea del «mal menor», romper con el Partido Demócrata y fundar un partido obrero. En 1996 parecía que después de décadas de propugnar la ruptura con el Partido Demócrata, el sueño iba a cumplirse cuando Tony Mazzocchi, un dirigente del sindicato de la industria petrolera, química y nuclear, logró reunir al sindicato unificado de la minería, al de los estibadores y almacenistas, a la federación de funcionarios, al sindicato de trabajadores de la sanidad de California y a otros cientos de grupos locales de distintos sindicatos para fundar el Partido del Trabajo (Labor Party). El problema fue que aunque los citados sindicatos pretendían formar un partido, no querían presentar candidatos que pudieran restar votos al Partido Demócrata, de modo que durante varios años hubo una lucha continua entre dirigentes sindicales y pequeños grupos socialistas en torno a la cuestión de las elecciones, paralizando al partido. Este dejó de funcionar en 2007, aunque por entonces su militancia ya se había reducido a unas pocas agrupaciones locales.
Fracasado el experimento del Partido del Trabajo, algunos activistas se unieron al Partido Verde, fundado en 1984 como federación de varios partidos ecologistas de diversos Estados. Entre la fecha de su creación y las elecciones del año 2000, los Verdes evolucionaron de un partido meramente ecologista a un partido preocupado tanto por cuestiones medioambientales como económicas, sociales y de justicia racial. La influencia del Partido Verde culminó en 2000 con la controvertida campaña del conocido defensor de los consumidores, Ralph Nader, quien obtuvo el 2,7 % de los votos y fue acusado de restar votos al candidato demócrata Al Gore, facilitando así la victoria de George W. Bush. Howie Hawkins, un socialista, se presentó como candidato del Partido Verde en las elecciones a gobernador de Nueva York en 2014, obteniendo el 5 % de los votos. Sanders supera de momento en capacidad de movilización a Jill Stein, la candidata presidencial del Partido Verde para las próximas elecciones, pero ella afirma que mantendrá su candidatura hasta el final.
De todos los grupos de extrema izquierda, la Organización Socialista Internacional ha sido la más crítica y hostil a la campaña de Sanders por motivos incontestables como es su participación en las primarias del Partido Demócrata, su política exterior y sobre todo la convicción de que Sanders será un obstáculo para la construcción de un movimiento y una alternativa política de izquierda independiente. La cuestión es si estas objeciones de principio justifican que no colaboremos estrechamente con los seguidores de Sanders sin perder al mismo tiempo nuestra propia independencia política.
¿Dónde encaja Sanders?
El caso es que la campaña de Sanders no encaja del todo en la categoría histórica de extrema izquierda. Sanders es prácticamente el único político conocido a escala nacional que se autocalifica de socialista democrático y defiende el tipo de política socialdemócrata -sanidad y educación gratuitas, sindicatos fuertes, red de seguridad social universal- como la que se aplicó en los países escandinavos durante décadas. La cuestión del socialismo en EE UU, que comenzó a plantearse a raíz del ataque del Tea Party a la reforma de la sanidad de Obama, ha pasado a formar parte con la campaña de Sanders del debate nacional en sentido amplio. En un país antaño dominado por el anticomunismo, la persecución de los «rojos» y la costumbre de burlarse de los izquierdistas diciéndoles «¡volved a Rusia!», el socialismo está ahora sobre el tapete, por no decir en el programa.
En cuanto a la cuestión del Partido Demócrata, Sanders ha sido durante toda su carrera política un independiente, pese a presentarse a las primarias de dicho partido, y nunca ha sido hasta ahora miembro del mismo ni ha preconizado una estrategia de realineación del Partido Demócrata. Es un caso muy distinto, por ejemplo, del de la carrera y la estrategia de personas como Jesse Jackson y Dennis Kucinich, quienes se esforzaron sistemáticamente por reformar el Partido Demócrata, mientras que Sanders nunca ha sostenido que pueda ser reformado. Además, los seguidores de Sanders no son en su mayoría gente que esté a favor de votar por el «mal menor». Apoyan a Sanders precisamente porque aparece como la alternativa al «mal menor» de la elección de Clinton por parte de los dirigentes del Partido Demócrata. Por otro lado, Sanders ha prometido apoyar a Hillary Clinton si finalmente es elegida candidata, entregando con ello en bandeja a sus seguidores al partido controlado por la gran empresa que ellos rechazan.
Vistas las alternativas que ofrecen los Republicanos, como el antisindicalista de derechas Scott Walker o el racista Donald Trump, es probable que la mayoría de seguidores actuales de Bernie Sanders acaben votando por Hillary Clinton en la elección presidencial, pero no lo harán porque Bernie les haya engañado y convencido de votar por Hillary, sino porque temen a los reaccionarios Republicanos. Lo harán simplemente porque todos ellos desean parar los pies a Scott Walker o a cualquier otro Republicano antiobrero, racista o contrario a los derechos de las mujeres.
¿Dónde encajamos nosotros?
Desde luego, esta actitud es una especie de opción por el «mal menor». Sin embargo, muchos estarán buscando la manera de construir una alternativa política una vez pasadas las primarias. Por eso, algunos militantes de extrema izquierda -miembros de grupos como Alternativa Socialista y Solidaridad- han decidido trabajar junto con los seguidores de Sanders, aunque negándose a ingresar en el Partido Demócrata o a apoyarle. ¿Qué pueden hacer estos grupos -quien esto escribe es miembro de Solidaridad- en el interior y el entorno de esta campaña? Podemos introducir todos los temas -sobre medio ambiente, mujeres, LBGTQ, negros- sobre los que estamos trabajando. Podemos exponer nuestro punto de vista de que mientras la campaña de Bernie Sanders representa un avance fundamentalmente progresista, conducir al movimiento generado hacia el apoyo a la campaña de Clinton sería un error. Y sobre todo, podemos defender que a partir de la campaña hemos de construir un movimiento que forme parte de una nueva era de lucha social en EE UU.
Algunos seguidores de Sanders, cuando el dinero y los medios hayan hecho de Clinton la candidata oficial del Partido Demócrata, podrán salir de esta experiencia tan asqueados con los Demócratas que votarán por la candidata de los Verdes, Jill Stein, o se pondrán a organizar la alternativa obrera con la que la extrema izquierda siempre ha soñado. Es posible que Sanders, quien cuenta ahora 73 años de edad y no tiene nada que perder, trate de lanzar una campaña independiente, cosa muy difícil debido a que los 50 Estados tienen leyes electorales diferentes, o se una o apoye a la candidata de los Verdes. ¿Quién sabe? Solo podemos confiar. Lo que puede conseguir la campaña de Sanders es popularizar un programa de reformas sociales democráticas, profundizar la discusión sobre el socialismo, unir a activistas sindicales, negros, femeninas y LGBTQ en un movimiento suficientemente cohesionado, lleno de energía y dinamismo e ilusión para seguir construyendo algo después de las elecciones. La campaña de Sanders podría contribuir a lanzar un nuevo periodo de movilizaciones y rebeliones sociales con un mayor nivel de conciencia política, y si lo hace será una gran contribución.
Así, aunque siga siendo miembro registrado de los Verdes y tenga previsto hacer campaña a favor de Jill Stein en las elecciones, me he propuesto colaborar con la campaña de Sanders en el periodo de primarias, con la esperanza -que comparto con otros seguidores de Sanders- de que a partir de esta experiencia podamos construir una nueva izquierda más fuerte en EE UU.
Notas:
1/ «La vida de los negros importa»; se trata de un movimiento masivo de protesta contra los crímenes policiales cometidos en los últimos meses contra jóvenes negros en varias ciudades del país.
2/ Está disponible en inglés en https://berniesanders.com/remarks-senator-sanders-southern-christian-leadership-conference/