Cuando escribíamos que no estaba claro por qué la élite que gobierna EE.UU. impulsaba la candidatura de Hillary Clinton, si por más que lo intentaran ocultar estaba enferma y a ojos vistas, muy enferma, no se esperaba que pocos días después ella misma nos diera la razón y se desmayara delante de todo el mundo. […]
Cuando escribíamos que no estaba claro por qué la élite que gobierna EE.UU. impulsaba la candidatura de Hillary Clinton, si por más que lo intentaran ocultar estaba enferma y a ojos vistas, muy enferma, no se esperaba que pocos días después ella misma nos diera la razón y se desmayara delante de todo el mundo.
Más allá de que como seres humanos le deseemos una pronta recuperación, nos preocupa su estado de salud, que podría convertirse en mal para todos. Y no se exagera, la ambición de llevarla al poder por parte de los sectores belicistas que dominan ese país hace temer cosas peores. Poco después de su desmayo, causado por el calor «asfixiante» de 23 grados, que reinaba en el ambiente, pudieron inventar un cuento más creíble, salieron con el diagnóstico tranquilizador de que tenía neumonía, aunque extraoficialmente se sepa que podría tratarse de un coágulo que se encontraría cerca de su oreja derecha, entre el cráneo y el cerebro, o de algo peor, del mal de Parkinson.
Pero, sea lo que fuera, lo preocupante de este caso es que el periodista del Washington Post, Bennet Omalu, escriba que la candidata del partido demócrata fue posiblemente envenenada por los servicios secretos rusos, en componenda con el candidato republicano, Trump. Parece una broma pesada, de no ser por lo inverosímil de la acusación. Como prueba esgrime lo pasado con el ex agente Litvinenko y con el político ucraniano Yushenko, de cuyos envenenamientos se acusa directamente al Kremlin, sin prueba alguna.
Esta histérica rusofobia, cercana a la paranoia, sería perdonable de no tratarse de un complot sin precedentes, ya que acusar al Presidente de Rusia, Putin, no sólo de intervenir en la campaña electoral de EE.UU. en favor de uno de los candidatos, Trump, sino de atentar contra la vida de alguien con altas posibilidades de llegar a la presidencia de ese país, podría convertirse en causa bélica entre potencias atómicas.
Detrás de esta tramoya, acusar a Rusia de todos los problemas que padece EE.UU., está precisamente el intento por ocultar dichos problemas y la poca voluntad política que tienen sus gobernantes para resolverlos. Pero la mayoría de los norteamericanos ya no se asusta del cuco ruso, prueba de ello es que las dos terceras partes de su población ha dejado de creer en el sistema electoral vigente y no acepta a ninguno de los candidatos de esta elección.
En el caso de que Hillary Clinton, por motivos de salud, abandonara la candidatura, una convención demócrata podría proponer como sustituto al Secretario de Estado, Kerry, ya que el vicepresidente Biden ha declarado que el puesto de presidente es muy grande para él; pero es dudoso que Kerry tenga alguna posibilidad contra Trump, por lo avanzada que está la campaña. Podrían también nominar a Sanders, el único que podría derrotar a Trump, pero en este caso la elite demócrata preferiría al mismo demonio. Por eso intentan convertir a la Sra. Clinton en víctima del oso ruso, para ver si así el pueblo estadounidense se olvida de los achaques de esta candidata, se ganan la conmiseración del votante, que se solidarizaría con la víctima de tan innoble proceder, y a como de lugar la llevan a la Casa Blanca.
Peligroso juego el que se traen, pues en la puerta del horno se puede quemar el pan.
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