En vísperas de las elecciones estadounidenses, Noam Chomsky dijo que Barack Obama «era un blanco que había tomado demasiado sol». Ese comentario fue repudiado por la intelectualidad «progre y bienpensante» del mundo entero pero, en vista de la formación ideológica y los intereses defendidos por las personas recientemente consultadas para elaborar una estrategia de salida […]
En vísperas de las elecciones estadounidenses, Noam Chomsky dijo que Barack Obama «era un blanco que había tomado demasiado sol». Ese comentario fue repudiado por la intelectualidad «progre y bienpensante» del mundo entero pero, en vista de la formación ideológica y los intereses defendidos por las personas recientemente consultadas para elaborar una estrategia de salida de la crisis, la advertencia del gran lingüista del MIT parece plenamente justificada. En efecto: solicitar la opinión de Paul Volcker, ex chairman de la Reserva Federal en los años de Reagan; de Warren Buffett, un megaespeculador del casino financiero mundial; o de Lawrence Summers, ex funcionario del Banco Mundial y secretario del Tesoro de Clinton, al igual que Robert Rubin; a Jamie Dimon, actual presidente del Banco de Inversión J. P. Morgan, y Timothy Geithner, ex gerente del FMI y actual presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, no parece ser el camino más apropiado para quien hizo su campaña predicando incansablemente que representaba el cambio y que iba a garantizar el cambio que la sociedad norteamericana reclamaba con creciente insistencia. Todos estos personajes integran el núcleo fundamental del capital financiero y son responsables directos del estallido de la crisis que hoy agobia a la economía mundial y que -no es un dato menor- ha servido para concentrar aún más el poder que detentaban los más agresivos conglomerados del capital especulativo a escala mundial.
Obama recibió un mandato que le exige escuchar otras voces y guiarse por otros intereses, y está desoyendo ese mensaje. En lugar de reunirse con los agentes de Wall Street tendría que haber convocado a los principales líderes de los movimientos sociales que lo catapultaron a la Casa Blanca; a los organizadores sindicales, perseguidos sin pausa desde hace años, incluso en los años de Clinton; a los economistas heterodoxos, como Paul Krugman, John K. Galbraith hijo o Robert Solow, sin ir más lejos, que ya expresan su preocupación ante el retorno de los talibanes de mercado que originaron la actual tragedia. Su búsqueda de un «acuerdo bipartidario» para enfrentar la crisis y su opción por dialogar con los autores del desastre equivale a pedirle al zorro que cuide el gallinero. Obama tiene poco tiempo, muy poco, para definir lo que será su gobierno. Lo peor que podría ocurrir es que «el negro» de la Casa Blanca -tan celebrado por un periodismo poco cuidadoso como el iniciador de una nueva época histórica- termine siendo lo que en los Estados Unidos despectivamente se conoce como un «Tío Tom»: un negro desclasado que traiciona a los suyos y que se pone al servicio de sus amos. Todavía es prematuro llegar a esta conclusión, pero conviene repensar lo que dijo Chomsky y tratar de evitar tan lamentable frustración.