Hoy es el mejor Aid el-Fitr (tres días de fiesta con los que los musulmanes cierran el Ramadán) de mi vida. Pensaba que Muammar el-Gadafi y su familia nos iban a gobernar durante 200 años». Abdulmonem, impecablemente trajeado, abandonaba ayer la plaza Verde de Trípoli con una sonrisa que no le cabía en la cara. […]
Hoy es el mejor Aid el-Fitr (tres días de fiesta con los que los musulmanes cierran el Ramadán) de mi vida. Pensaba que Muammar el-Gadafi y su familia nos iban a gobernar durante 200 años». Abdulmonem, impecablemente trajeado, abandonaba ayer la plaza Verde de Trípoli con una sonrisa que no le cabía en la cara. Como él, cientos de personas tomaron la calle y, aprovechando el final del ayuno, descargaron la tensión de seis meses de guerra. Para ellos no solo ha terminado un largo en el que no podían comer ni beber bajo el asfixiante calor de Libia. Simboliza también una victoria que dan prácticamente por hecha. «Los leales todavía tienen algunos grupos, pero tarde o temprano caerán», sentencia, eufórico.
Sin embargo, no todo son celebraciones. Los tres días de Aid el-Fitr son también una cuenta atrás. La del ultimátum lanzado por el Consejo Nacional de Transición (CNT) a las localidades que se encuentran bajo control del régimen: rendición o sangre son las únicas alternativas. Sirte, de 100.000 habitantes, es el principal objetivo.
Pero las pick-up insurgentes (apoyadas desde el aire por la OTAN) también enfilan la carretera hacia Beni Walid o Sabha, más al sur. En Trípoli, la euforia de los sublevados se mezcla con una tensión creciente. El fin del mes sagrado del Islam ha coincidido esta vez con el aniversario del ascenso de Gadafi al poder, por lo que los controles se han multiplicado para prevenir un contraataque lealista.
«Estoy orgulloso de estos jóvenes. Han tenido peor educación que nosotros, pero son más valientes. Se levantaron y han logrado terminar con el régimen», asegura Lutfi Dugi-Dugi, biólogo y residente en Trípoli. Cuando comienza a hablar, es interrumpido por un hombre barbudo, ataviado con ropa de camuflaje y que camina apoyándose en una muleta. «Me dispararon en Zintan, pero estoy satisfecho», asegura.
El madrugador rezo de la mañana fue el punto central de las celebraciones. Desde las siete de la mañana, cientos de personas desfilaban por la plaza Verde, ahora rebautizada como plaza de los Mártires. Primero, la oración, con los hombres (mayoría), ataviados con el traje blanco tradicional y enarbolando banderas rebeldes y las mujeres, de negro, relegadas a un segundo plano. Segundo, el éxtasis rebelde. Y eso que la fiesta se había alargado durante toda la noche, cuando cientos de personas se congregaron en la plaza Verde, ahora rebautizada como plaza de los Mártires, para festejar la victoria. Los insistentes tiros al aire no descansaron. Aunque los shebabs del gatillo fácil estuvieron menos activos que otras noches. El Consejo Nacional de Transición está intentando frenar esta práctica que cada vez molesta a más tripolitanos y que ya ha causado alguna víctima mortal. «Hemos colocado carteles en la plaza y nuestros milicianos tienen orden de hacer parar a los que disparan», aseguraba un hombre en la calle Omar al- Mujtar, una de las principales arterias de Trípoli, después de encararse con un adolescente que se negaba a soltar su Kalashnikov. El ambiente de la capital libia se parece, cada vez más, al de Bengasi, el bastión rebelde. Progresivamente, la población se suma a las manifestaciones de fervor insurgente y la plaza Verde ya no es una concentración de milicianos compitiendo por ver quién hace más ruido con su arma.
En otros barrios, como Abu Salim, el último distrito en ser asaltado por los sublevados, no hay motivo para tantas celebraciones. Y aunque sea difícil encontrarlos (hay miedo a las posibles vendettas y se escuchan rumores sobre razzias nocturnas), también hay quien exhibe su gadafismo en la Medina tripolitana. «Te pueden contar lo que quieran, pero esta ciudad quiere a Gadafi. No sé lo que piensan los habitantes de Misrata o de Bengasi. Si te fijas, aquí hay mucha gente de fuera. Esta es una ciudad de dos millones de personas pero casi no hay compradores», protesta Mohammed Jamal, propietario de una tienda de ropa deportiva en una de las callejuelas del casco antiguo de la capital.
Casualmente, el fin del Ramadán ha coincidido con la que debería de haber sido la conmemoración del 42 aniversario del ascenso al poder de Gadafi. Por eso, la ciudad está en alerta. Los controles, hasta ahora relajados, se han intensificado. Nadie se acerca a la plaza Verde sin ser cacheado al menos en tres ocasiones. Los rebeldes quieren hacer valer su autoridad. Por eso, mientras que insisten a la OTAN para que bombardee los feudos de Gadafi rechazan una misión de cascos azules, tal y como confirmó ayer Ian Martin, asesor de la ONU para la gestión postconflicto.
La de ayer era, en el bando rebelde, una jornada de reencuentros y celebración. Pero también de despedidas. Buena parte de los milicianos que participaron en la toma de Trípoli se ponían en marcha para lo que consideran que será la batalla final. «Estamos preparados para entrar en Sirte. El sábado, si no aceptan rendirse, comenzaremos la ofensiva». Ruben Mansour lidera uno de los batallones de Misrata. Son fácilmente reconocibles. Exhiben una particular estética mezcla de muyahid islámico y pandillero. Sus vehículos, pintados de negro y equipados con la artillería más potente, son también característicos. Además, saben lo que se hacen. Después de soportar el asedio más intenso de todo el conflicto, están bien entrenados. «Nos reagruparemos en Misrata y esperaremos órdenes. Confío en que acepten nuestras condiciones. Ya se ha derramado mucha sangre», señala este joven de pelo largo, que se oculta bajo unas enormes gafas de sol y que antes de guerrillero ejerció como comerciante en Alemania.
armas francesas
Tuaregs malíes que han regresado a su país tras haber combatido a favor de Gadafi disponen de armas enviadas mediante paracaídas por el Estado francés a los rebeldes libios, según informó France Presse citando varias fuentes en Bamako.
china
El viceministro chino de Exteriores, Zhai Jun, asistirá a la cumbre de jefes de Estado y Gobierno de los «Amigos de Libia» convocada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, para hoy en París, pero lo hará en calidad de observador.
sirte y Bani walid
La OTAN informó ayer de que ha incrementado sus ataques contra las ciudades de Sirte y Bani Walid, donde, según fuentes rebeldes, podría haberse refugiado Muammar el-Gadafi. En total, el martes la OTAN llevó a cabo 38 ataques.
Seif Al-Islam llama a resistir por televisión desde un barrio de Trípoli
Uno de los hijos de Muammar el-Gadafi, Seif al-Islam, afirmó ayer que se encuentra en un barrio del extrarradio de Trípoli y llamó a resistir a pesar de la entrada de rebeldes en la capital libia, en un mensaje de audio difundido por la televisión Arrai, con base en Damasco (Siria).
«Os hablo desde un barrio de Trípoli. Queremos tranquilizar al pueblo libio, seguimos estando ahí, la resistencia continúa y la victoria está cerca», dijo Seif al-Islam, una de los miembros de la familia Gadafi más buscado por los rebeldes, según este mensaje.
«Cada libio es Muammar el-Gadafi, cada libio es Seif al-Islam. Allí donde os encontréis frente a un enemigo, combatidle», añadió.
«El guía se encuentra bien», declaró.
La cadena árabe Arrai difundió hace diez días mensajes de su padre, mientras la televisión libia se encontraba en manos rebeldes.
Junto a ello, Seif al-Islam advirtió a los rebeldes de las consecuencias que podría tener una eventual ofensiva contra Sirte, destacando que 20.000 hombres armados están dispuestos para el combate en la ciudad natal de Gadafi.
«Si piensan que la batalla de Sirte será un paseo, están en un grave error. 20.000 hombres armados se encuentran en la ciudad y están dispuestos para el combate», añadió.
Otro hijo del coronel, Saadi el-Gadafi, en cambio, declaró a la televisión emiratí Al-Arabiyah que su padre le ha autorizado a negociar con los rebeldes para intentar lograr una salida al conflicto.
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20110901/288266/es/Un-Ramadan-euforico-mirando-hacia-Sirte