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Un retrato de la crisis en Kenya

Fuentes: Rebelión

La presentación de la actual crisis en Kenya ligada a las diferencias y rivalidades étnicas, es ver únicamente un trozo de la fotografía. La lucha por el poder de las élites del país es la clave para comprender mejor el complejo escenario que se está desarrollando en el país africano, y el uso maquiavélico de […]

La presentación de la actual crisis en Kenya ligada a las diferencias y rivalidades étnicas, es ver únicamente un trozo de la fotografía. La lucha por el poder de las élites del país es la clave para comprender mejor el complejo escenario que se está desarrollando en el país africano, y el uso maquiavélico de éstas de las rencillas y enfrentamientos entre los grupos étnicos.

Muchos en Occidente se preguntan ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?, máxime si tenemos en cuenta que para esas mismas fuentes, Kenya se presenta como un oasis en las turbulentas aguas de esa región de África, e incluso como «una de las economías africanas más estables». Y aquí es donde encontramos la parte de la fotografía que nos quieren ocultar, el trozo de historia que no nos quieren contar.

El legado colonial y la influencia de los poderes coloniales en las élites posteriores son un factor para entender mejor el mal endémico que afecta a muchos países africanos. El apoyo de las metrópolis a los gobierno corruptos fue una fase post-colonial clave para que aquellas mantuvieran el control sobre las riquezas del país y el futuro de sus habitantes. La creación de unas nuevas élites dispuestas a sustituir a las fuerzas coloniales, aunque manteniendo un sistema que en muchas ocasiones posibilitaba «la tiranía, la opresión y la pobreza», basado todo ello en la filosofía colonialista de «divide y gobierna», y aprovechándose también de las divisiones artificiales entre países o entre grupos étnicos que impulsaron los colonialistas encaja perfectamente en una de las raíces del actual conflicto.

Así, estos días podemos ver cómo las élites actuales utilizan las mismas técnicas que usaron los británicos para masacrar a los Mau Mau y a los grupos étnicos que les apoyaron. Por un lado se suceden las matanzas en poblados remotos, y al mismo tiempo se pone en marcha una potente campaña mediática demonizando y minimizando al enemigo.

Las frustraciones de grandes sectores sociales son utilizadas por los dirigentes políticos para sus propios intereses. Una juventud con mayores cotas de educación ve con desespero que tras su formación no hay muchas oportunidades para desarrollar sus conocimientos. Además, el gobierno ha fracasado en su lucha contra la corrupción y no ha cumplido sus promesas de redistribución de la riqueza.

Aquí es donde aparecen con más fuerza los llamados factores económicos, ya que la población percibe que los beneficios se reparten entre unos pocos. Y mientras algunos se lamentan del colapso de la «economía estables de Kenya», no nos dicen que la mayoría del país vive bajo la pobreza, con un sesenta por ciento subsistiendo con menos de dos dólares diarios. Un analista local señalaba estos días que «las élites de todas las étnias viven a expensas de la mayoría de las masas pobres de las mismas. Hay que resaltar que los pobres de los diferentes grupos étnicos tienen más en común entre sí que con los dirigentes de su propia étnia».

Otro de los factores lo encontramos en torno a la propiedad y distribución de la tierra, todo un símbolo para entender muchos de los cleavages en Kenya, y para muchos «un asunto de identidad cultural». Aquí también vemos cómo las élites post-coloniales han utilizado el sistema colonial y sus reglas para asegurarse el control de grandes propiedades de tierra.

El drama para la mayoría de la población en Kenya es tener que estar sometidos a esta clase política y a sus aliados internacionales. Es evidente que nadie opta por desarrollar estructuras y fórmulas que permitan un cambio profundo en el país, sino que más bien utilizan los partidos y alianzas políticas para hacerse con el poder y enriquecerse a costa del bienestar de su pueblo. «La lucha para tener acceso al rico panal que es el estado, controlar la maquinaria estatal y llenarse los bolsillos» es lo que mueve a la mayoría de la clase política del país, y para ello no dudan en utilizar las diferencias étnicas.

En la actual crisis podemos observar cómo el gobierno del actual presidente Mwai Kibaki, aliado de la política estadounidense en la región, ha sido incapaz de cumplir las promesas que le auparon al cargo en las anteriores elecciones. Sin embargo la alternativa que dice presentar Raila Odinga y su ODM puede significar más de lo mismo.

Frente a quines hablan de actos espontáneos, fruto de la frustración por la manipulación electoral, hay otros hechos que muestran que el guión estaba escrito hace tiempo. Un documento confidencial del pasado mes de septiembre, detalla con todo lujo de detalles la estrategia y los fines diseñados por el ODM. En ese plan de actuación se resalta la necesidad de contactar con la poderosa diáspora en Nigeria, Europa o EEUU; utilizar la alienación Kikuyu y el sentimiento contra esa étnia, como en la campaña del referéndum de 2005; elevar los sentimientos de frustración hacia el gobierno entre las clases desfavorecidas; mostrarse pro-Occidente y aprovechar el distanciamiento entre los países occidentales y Kibaki; «usar todos los medios para conseguir la victoria, con campañas sucias si fuere necesario»; profundizar en el control de los medios de comunicación…

En el desarrollo de la citada hoja de ruta se puede ver la mano de Dick Morris, uno de los arquitectos de las llamadas «revoluciones de colores». El nombre del ODM (Movimiento Democrático Naranja), en clara relación con las naranjas ucranianas, la falta de una dirección política coherente, más allá de la alianza («pentágono» la denomina el propio Odinga) coyuntural contra Kibaki y el PNU. Como dice un analista local, el ODM, 2más que un movimiento popular es un instrumento para consolidar el capital internacional y la política exterior estadounidense, una fórmula para consolidar una democracia neoliberal». Las actividades de esta estrategia están detalladas en el referido documento. Desde la «cruzada anti-Kikuyu», acentuando los sentimientos contra esa etnia con artículos especulativos, dando centralidad a los casos de corrupción del gobierno y sus aliados; hasta «preparar el terreno en caso de resultados desfavorables y «utilizar agentes del ODM para aumentar las tensiones étnicas en algunas zonas».

La destrucción, el caos y las muertes violentas se suceden estos días, y nos quieren hacer creer que es fruto de las diferencias étnicas. Pero en Kenya, la lucha es sobre la riqueza del país y su reparto, sobre la tierra, sobre las tribus, sobre todo un abanico de termas que los sucesivos gobiernos y sus oponentes no han sabido o no han querido afrontar y solucionar. Las transformaciones que necesita el continente africano deben estar en mano de sus protagonistas, la mayoría de la población, y no en poder de las corruptas clases políticas ni del doble rasero que utiliza la comunidad internacional, sólo así se podrá lograr un cambio y una transformación que beneficie a los pueblos del continente.

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)