Un sábado cualquiera en Soweto. Como cada fin de semana, el más grande distrito urbano de Sudáfrica, devastado por el virus del sida, se prepara para enterrar a sus muertos. Los coches fúnebres, seguidos por largas procesiones, surcan las calles del antiguo gueto negro ubicado al suroeste de Johannesburgo. En los cruces de carreteras, decenas […]
Un sábado cualquiera en Soweto. Como cada fin de semana, el más grande distrito urbano de Sudáfrica, devastado por el virus del sida, se prepara para enterrar a sus muertos. Los coches fúnebres, seguidos por largas procesiones, surcan las calles del antiguo gueto negro ubicado al suroeste de Johannesburgo. En los cruces de carreteras, decenas de agentes tienen que ser desplegados para controlar la circulación.
En el cementerio de Avalon, donde yacen algunos héroes de la lucha contra el apartheid, las fosas abiertas esperan a los nuevos difuntos, mientras que pequeños montículos de tierra señalan las tumbas cubiertas recientemente.
«En nuestros días, los jóvenes se mueren como moscas», lamenta Modise Selebogo, de 27 años, que asiste al entierro de un amigo. La ceremonia no será larga: «Las carpas y los omnibus ya esperan a otro entierro. El coche fúnebre también». Los cánticos se elevan en torno a la sepultura, y pronto se mezclan con los que proceden de otra ceremonia: a menos de cinco metros, se da tierra a otro joven víctima del sida.
Sudáfrica, con más de 5,5 millones de seropositivos sobre una población total de 48 millones de habitantes, es el país del mundo más afectado por el virus, que siega sobre todo las jóvenes generaciones. «Las muertes en el grupo de edad de 30 a 34 años aumentaron en un 212% entre 1997 y 2005», destaca el Instituto de Relaciones entre las Razas en un reciente informe.
El sida no puede mencionarse como causa de la muerte en el certificado de defunción, pero la multiplicación de los casos de tuberculosis y pulmonía, de las enfermedades que se aprovechan de la immunodeficiencia de las personas seropositivas, sugiere que la mayoría de las muertes «tienen un componente vinculado al VIH», según se recoge en el citado informe.
«Cada semana entierro jóvenes con edades de 18 a 40 años», confirma el reverendo Gijimane Radebe, que predica desde hace cuatro años en una iglesia de Orange Farm, el barrio de chabolas más grande del país, a unos 45 kilómetros al sur de Johannesburgo. Este pastor y sus colegas están respaldados sicológicamente por otros responsables de la parroquia. «Saben en qué tensión trabajamos. Y, a veces, nos afecta», comenta.
Además de su responsabilidad religiosa, el reverendo Radebe es pródigo en dar consejos prácticos a su rebaño. «Yo les insto a no gastar demasiado en el entierro. En la cultura africana, se debe matar a una vaca y prepararla para comer, y gastan fácilmente 20.000 rands (2.000 euros) en ello. En algunas familias mueren muchos de sus miembros, y ya es muy duro tener que enterrarlos a todos». Pero la mayoría de los fieles no le escucha. «La gente me responde `qué van a decir mis vecinos’, y terminan por endeudarse cuando podrían haberlo evitado», relata.
Como sucede con otras desdichas, alguien saca partido de todo esto. Cientos de empresas funerarias se abren en este contexto, haciendo florecer las vallas publicitarias sobre las paredes de Soweto y emitiendo anuncios en las cadenas de radio.
En el cementerio de Avalon tienen lugar entre 250 y 275 enterramientos cada semana. El sábado los entierros se hacen en cadena y, tras los funerales, la gente espera en la cola para regresar a la ciudad.
Esta multitud comienza a plantear un problema a la ciudad de Johannesburgo, que prevé abrir nuevos cementerios. Intenta también convencer a la gente para que incinere a sus allegados, «un verdadero reto», según subraya Alan Buff, responsable técnico municipal.
La ciudad ofrece también a las familias la posibilidad de enterrar a dos o tres personas en la misma tumba. «Así lo hacen en el Reino Unido. Eso permite ahorrar espacio», apunta Buff. Pero esta idea solivianta a muchas personas, como Lucy Skosana, de 46 años, trabajadora doméstica: «Si me entierran sobre mi abuela, ¡ella me va a preguntar qué es lo que pretendo, ¡allí -exclama-, encima de ella!».
Fallecimientos
El Consejo de Investigación Médica (Medical Research Council, MRC) constató que en el año 2000 el sida fue la causa de un 30% de los fallecimientos.
1.000 pacientes
En el Chris Hani Baragwanat de Soweto, uno de los hospitales más grandes del mundo, atienden cada día a más de mil pacientes con VIH.
Más de la mitad
De los 5,5 millones de personas seropositivas que viven en el país, alrededor de 3 millones, es decir más de la mitad, son mujeres, según datos de la ONU.
Una de cada tres
Una de cada tres embarazadas es portadora del virus del sida. Este dato se desprendía de una encuesta hecha en 2005 entre 16.510 sudafricanas.
46664
El número que tuvo en la cárcel el ex presidente Mandela simboliza hoy la lucha contra el sida. El 1 de diciembre se celebró el Concierto 46664 en Johannesburgo.
Vacuna
3.000 personas participarán en una investigación impulsada por la Iniciativa Sudafricana para la Vacuna contra el Sida (SAAVI) y la red internacional HVTN.
Como en otros muchos países a uno y otro lado del umbral que divide al planeta entre ricos y pobres, en Sudáfrica el sida ha sido un tema tabú hasta en las más altas esferas.
Hace ahora tres años, en enero de 2005, el premio Nobel de la Paz Nelson Mandela hacía estas declaraciones: «Anuncio que mi hijo ha muerto de sida. Hablar abiertamente sobre el sida es la única forma de que esta enfermedad deje de ser considerada como algo extraordinario y de acabar con la idea de que por este mal la gente va al infierno y no al cielo». Makghato Mandela, de 54 años y único hijo varón que le quedaba vivo al ex presidente, murió en un hospital de Johannesburgo en el que recibía tratamiento antirretroviral.