Las acciones bélicas de la administración de Barack Hussein Obama, previo a las elecciones para representantes del 4 de noviembre próximo, tanto en territorio iraquí como en Siria, tienen, según lo señalado públicamente, el combate al movimiento takfiri Daesh (o Estado islámico) sin embargo, el proyecto estratégico tras estas acciones se enmarcan en la decisión […]
Las acciones bélicas de la administración de Barack Hussein Obama, previo a las elecciones para representantes del 4 de noviembre próximo, tanto en territorio iraquí como en Siria, tienen, según lo señalado públicamente, el combate al movimiento takfiri Daesh (o Estado islámico) sin embargo, el proyecto estratégico tras estas acciones se enmarcan en la decisión de derribar el gobierno de Bashar al Assad y al mismo tiempo, intensificar el cerco contra Irán y Rusia.
TURQUÍA Y SU JUEGO MORTAL
Esta política estadounidense, que cuenta con el apoyo cómplice de Arabia Saudita, las Monarquías del Golfo, Jordania y algunas potencias europeas, ha intensificado el número de muertes, destrucción e inestabilidad en la zona de Oriente Medio, sumando más actores a un conflicto que puede desbordar la zona donde opera Daesh. Ampliándose al conjunto del Levante Mediterráneo, el Magreb e incluso la zona del Golfo Pérsico. Lo señalado ha conformado un clima de tensión y recrudecido las acusaciones de inacción del gobierno de Turquía frente a las acciones militares de Daesh en la zona de Kobani – capital del Kurdistán Sirio y gobernado por el Partido de la Unión Democrática (PUD)
La lucha en Kobani, asediada por Daesh desde el 16 de septiembre, ha significado la huida de decenas de miles de kurdos sirios y la posibilidad de otra crisis humanitaria por la presencia de miles de estos refugiados a ambos lados de la frontera turco-siria. Unos, queriendo huir de la zona en conflicto y los otros que desean proteger a sus hermanos y combatir a Daesh, ingresando a territorio sirio. Deseos reprimidos por un Ejército Turco que juega al debilitamiento tanto de Daesh como de las fuerzas Kurdas, que son consideradas enemigas del régimen de Erdogan y aliadas del Partido Kurdistán del Trabajo (PKK), que ha sostenido un cruento conflicto con Ankara y que mantiene en prisión a su máximo líder, Abdullah «Apo» Öcalan, condenado a prisión perpetua por los cargos de terrorismo y separatismo armado.
El aumento de los combates de las milicias Kurdas contra Daesh y los bombardeos a posiciones del grupo Takfirí por parte de aviones de Estados Unidos y algunos aliados árabes como Jordania, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, muestran una dimensión ampliada del conflicto, donde Turquía ha señalado que actuará en el combate frontal contra Daesh, siempre y cuando se le garantice la caída de Bashar al Assad, de ahí su inmovilismo, la pasividad y el dejar hacer a las milicias takfirí contra la población civil de Kobani. Para los turcos, no es más enemigo el integrismo islámico de Daesh que Damasco y en esa lógica, es mejor que ambos se desangren y de pasada debilitar a las fuerzas kurdas.
La analista Nazanin Armanian, ante la conducta del gobierno turco señala que esta inacción se entiende en función de sus propios intereses políticos y estratégicos en la zona: «ante las peticiones del PUD e incluso de Estados Unidos, de intervenir para salvar Kobani, Ankara ha señalado las siguientes condiciones: que el PUD abandone su idea de autodeterminación y abandone al PKK. Que se una a la lucha para derrocar a Bashar al Assad. Que integre las Unidades de Protección Popular -brazo armado del PUD- al Ejército Libre de Siria. Que permita a las tropas turcas gestionar la seguridad de la zona kurda de Siria, controlando las entradas y salidas de las personas, creando así una segunda Gaza. Erdogan lo que pretende con esto, es la abdicación del PUD a sus reivindicaciones, destruir al PKK en Siria y así sacar ventajas políticas de la negociación con la izquierda turca de Anatolia. Turquía induce al suicidio político al PKK-PUD. Todas ellas propuestas estériles, para que el mandatario turco pueda seguir respaldando a su criatura del Estado islámico, que al más puro estilo de la Yeni Cheri (Fuerzas Especiales Otomanas) arrasan pueblos enteros en su camino»
Se une a lo señalado en Medio Oriente, lo que podemos denominar como el Frente Euroasiático, que ha intensificado sus señales antirrusas por parte de la administración de Obama, que acusa al gobierno de Moscú de ser responsable de la situación de desestabilización del gobierno de Kiev a manos de los separatistas del sudeste ucraniano. Bajo esta imputación, Estados Unidos pone en práctica el viejo sueño de cercar al gobierno de Putin, con el objeto de cumplir su objetivo geoestratégico mayor: liderar el proceso de europeización de las ex repúblicas soviéticas, con todo el potencial gasífero e hidrocarburífero que esa zona del mundo posee. Ante esa conducta de la política exterior estadounidense, Moscú ha respondido con dureza, señalando – a juicio del canciller ruso, Serguei Lavrov – que «la crisis en Ucrania es utilizada por Washington como un irritante en las relaciones Rusia con la Unión Europea, con el objetivo de imponer su liderazgo en el espacio euro-atlántico. Estados Unidos pretende con sus declaraciones y acciones poner a «Rusia en su sitio»
Respecto al tema de la lucha contra Daesh, el jefe de la diplomacia rusa fue enfático «en la lucha contra el terrorismo seremos aliados con Teherán y Damasco y así lo hemos comentado a nuestros colegas europeos cuando a la Conferencia de Ginebra – por la paz en Siria – no fue invitado Irán como tampoco a una Conferencia sobre Irak a lo cual también se le negó la participación a Siria. No se puede establecer la paz en la zona sin ambos países. Tanto Irán como Siria, objetivamente, son aliados en la lucha contra el terrorismo. Seguiremos ayudando a Siria combatir el terrorismo incluso con armamento»
Las operaciones bélicas en Siria e Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados, mantienen la política de hostigamiento y desestabilización del gobierno de Bashar al Assad. Bajo el argumento esgrimido por Obama en los discursos ante la nación el 10 de septiembre pasado y posteriormente ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, bajo la coartada que se combate a Daesh, son la expresión crónica de la política exterior estadounidense. Política que suele plantear, en el plano internacional, la resolución de sus problemas internos. Generando con ello cohesiones frente a enemigos reales o inventados de tal forma de levantar la imagen, no sólo del presidente estadounidense sino también de su partido político y de esa forma tratar de primar en la cámara alta, teniendo una mayoría tal que no cuestione las políticas implementadas durante su administración.
Es un juego interno, que repercute trágicamente en la vida de miles de personas en zonas del mundo donde esa política exterior estadounidense se manifiesta con muerte y destrucción. No es casual que las intervenciones de los gobiernos estadounidenses en terceros países, ya sea en forma directa como fue en Irak y Afganistán o a través de la estrategia de Barack Obama del Leading from Behind, son claros antecedentes de elecciones presidenciales o de representantes parlamentarios y en ese contexto, el complejo militar-industrial estadounidense suele jugar un papel fundamental, en el marco de las nuevas estrategias globales, donde los enemigos de ayer no son los mismos de hoy. Pero se les ataca con la misma saña.
DESDE LOS ROGUE REGIMES A DAESH
Hasta el fin de la Guerra Fría, los estrategas del Pentágono estaban preocupados por la amenaza planteada por los denominados – según el nombre dados por los creativos políticos estadounidenses – Rogue Regimes (regímenes parias o Estados Canallas) del Tercer Mundo. Pero, desde finales de la década de los noventa del siglo XX han sido cada día más numerosos los expertos militares, que alertan a la administración estadounidense, de la hipotética manifestación y lo que pueda deparar esa aparición de un «oponente de potencia comparable» (peer competitor), es decir, un Estado con la fuerza suficiente, para poder enfrentarse a Estados Unidos con posibilidades casi iguales de derrotarlo en distintos campos, no sólo en lo militar.
El Profesor de Relaciones Internacionales del Hampshire College, autor del ya clásico ensayo «la Nueva Estrategia Militar de los Estados Unidos Michael Klare sentenciaba a inicios del año dos mil, que ese oponente todavía no existe – aunque se visualizara bajo el nombre de China y/o Rusia – pero la eventualidad de su aparición ha modificado las perspectivas estratégicas de Estados Unidos. «La política oficial en ese plano ha cambiado, pues si hasta fines de la administración de George W. Bush la prioridad era mantener una fuerza militar suficiente, para llevar a cabo y ganar simultáneamente dos «grandes conflictos regionales»: uno de ellos en el Golfo Pérsico (claramente especificado contra Irán) y el otro en Asia (contra Corea del Norte) hoy los nuevos enemigos se han multiplicado. Irán y Corea del Norte siguen siendo considerados blancos y enemigos de las estrategias de dominación de Washington pero, agregando nuevos nombres, sobre todo tras el derrocamiento de la Libia de Gaddafi
La postura oficial planteada por Klare, cambió a medida que los analistas militares estadounidenses, con la llegada a la Casa Blanca del Premio Nobel de la Paz Barack Obama comenzaron a inclinarse hacia escenarios distintos. Léase: Un conflicto con Moscú por los recursos hidrocarburíferos, oleoductos, gaseoductos y materias primas de la zona del Mar Caspio y una guerra contra Beijing, para garantizar la libertad de navegación – según la libertad que entiende Estados Unidos junto a sus socios japoneses y de Corea del Sur -en el Mar de la China. Libertad de navegación que esconde el propósito mayor: limitar a China sus capacidades de comerciar con el mundo de la manera que lo está haciendo, pasando de ser una potencia regional a una de carácter global.
Es este horizonte de pugnas políticas, económicas y militares, lo que ha generado la aprobación de ingentes sumas de dinero, para desarrollar una estrategia política-militar, en condiciones económicas recesivas en Estados Unidos y que bajo la administración del premio Nobel de la paz, Barack Hussein Obama se eleva a los 600 mil millones de dólares (en comparación a los 100 mil millones de dólares que significa el presupuesto de Defensa de China y los 100 mil que corresponden a lo presupuestado por Rusia). Recuerdo en ello un análisis de algunos años atrás, pero plenamente vigente, de la editora de la revista Challenge, Roni Ben Efrat, quien sostenía que los presupuestos de defensa de Washington reflejan, bajo sus condiciones económicas una amenazadora fusión «ya que la combinación de ese poder militar y una crisis económica es sumamente peligrosa. Induce a los fuertes a resolver los problemas económicos por medios militares. Esa es la mezcla que engendró el fascismo y permitió un holocausto. Estamos de nuevo ante la misma intersección»
La pregunta que se hacía la citada analista, en la época de George W. Bush, adquiere especial actualidad y la interrogante no es saber si el mundo puede vivir con Daesh, Kim Jong-un o algún enemigo de turno. Más bien la pregunta es ¿puede el mundo vivir con Barack Obama? A lo que agregaría ¿Puede vivir el mundo con Obama y sus socios europeos, prestos a intervenir donde mande el premio Nobel de la paz. Con las Monarquías del Golfo y sus creaciones takfirís, con Israel y sus agresiones a Palestina, con el Reino de Marruecos y la ocupación del territorio que pertenece al pueblo saharaui?
Las dificultades internas, en este caso económicas y políticas que sufre Estados Unidos, han sido siempre una condicionante importante a la hora de definir caminos de arreglo, entre ellas las aventuras militares, utilizando el complejo militar industrial como motor de desarrollo. Si consideramos que el neto de la deuda externa de Estados unidos en los últimos 25 años (desde la invasión a Irak por George Bush padre) es la acumulación de un cuarto de siglo de grandes gastos, sobre todo en defensa y de gran déficit comercial y que está proyectado que alcance, en el año 2014, cerca del 25% del PIB, es decir 3 billones de dólares. El Estados Unidos que surja de sus aventuras militares en Libia, Egipto, Irak con remake incluido, Siria, Afganistán y una nueva aventura militar, sea en el Golfo Pérsico o en el Lejano Oriente, será distinto a aquel país que atacó Irak a principios de los noventa. La disyuntiva que enfrenta ahora es si saldrá más fortalecido, con acceso a más recursos energéticos e influencia o tendrá que contender con el resurgimiento de la potencia rusa y las ambiciones chinas en el globo.
El triunfalismo de Wall Street avizoraba que los mercados del mundo se abrirían ante las corporaciones estadounidenses, cosechando los dividendos de un campo socialista extinto y la participación estadounidense en Irak y Afganistán, generando multimillonarios negocios para inmobiliarias, empresas energéticas y el complejo militar-industrial . Hoy, sólo sus socios incondicionales: Inglaterra e Israel, parecen querer acompañarlo en sus afanes belicistas, con alguna participación menor de parte de Francia y las obligaciones de las derruidas Monarquías del Golfo. La Europa de los 28 cada día es más renuente a participar de las aventuras de Washington. Latinoamérica se opone decididamente, así como China y Rusia, no sólo como aliados de Siria, por ejemplo, sino ejerciendo su derecho a veto en el seno del Consejo de Seguridad frente a los llamados de intervención multilateral.
Incluso, con leves atisbos pero esperanzadores, la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha elevado sus críticas a la forma de actuar de Estados Unidos y sus socios, sobre todo con Israel en Palestina. En esta perspectiva, parece claro que quien siembre vientos recogerá tempestades. Nuestro mundo ha sufrido, bajo la conducta de los gobiernos estadounidenses del último cuarto de siglo los efectos de vientos de guerra que han ocasionado millones de muertos, heridos y la destrucción de países y sus posibilidades de desarrollo. Esos vientos de guerra alcanzaron la categoría de huracán, con el objeto perverso de satisfacer la avaricia y los intereses corruptos de empresarios, políticos y militares unidos en una cofradía mortal, que lucran con las guerras y el sufrimiento humano. Que en sus balances anuales las muertes y penurias son sólo haberes que van a sus bolsillos y deberes que generalmente serán pagados por otros.
Señalábamos que Washington ha estado enfrascado en las administraciones de Obama en una escalada armamentista, con el objetivo de alcanzar la plena hegemonía militar a escala global. El gasto en defensa del año 2014 alcanzará los 600 mil millones de dólares, una cifra equivalente al PIB de toda la Federación Rusa. Ninguna lógica explica ese nivel de gasto, a no ser el deseo de devenir en el Imperio Global por excelencia, dominar el planeta económica y militarmente, incluyendo el espacio exterior, como ha ido el sueño explicitado desde la época del ex presidente Ronald Reagan y su iniciativa de Defensa Estratégica.
La cifra mencionada, no incluye el presupuesto asignado a la CIA, desde fuentes tanto oficiales como reservadas, para financiar sus operaciones encubiertas. Según datos de Jane´s Defence Weekly, el presupuesto total de inteligencia del año fiscal 2014 se eleva en «unos 50.000 millones de dólares que claramente no incluye los ingresos multimillonarios que fluyen de las arcas de la CIA de empresas tapaderas y pantallas que esta posee, procedentes del tráfico de estupefacientes en Afganistán, por ejemplo o del contrabando de petróleo desde las zonas de combate en el Norte de Irak y Siria, aupado por la dirigencia kurda corrupta del Kurdistán iraquí y del propio Daesh, que apoyado por los mismos que se supone combaten, vende el petróleo robado a sirios e iraquíes en el mercado turco, jordano e incluso europeo.
EL EJE DEL MAL: UN VIEJO CONCEPTO PARA UNA PRÁCTICA CRÓNICA
En enero del año 2002 los escritores de discursos para Bush, Michael Gerson y David Frum, desarrollaron la idea denominada Eje del Mal» (The Axis of Evil) que incluía a: Irán, Libia, Irak y Corea del Norte. Clasificación bastante contradictoria, pues no abundan elementos comunes entre ellos, excepto en lo que se refiere a la fabricación y transferencia tecnológica en materia de misiles de mediano y largo alcance, algunos otros proyectos bélicos y en sus difíciles relaciones con Estados Unidos. Con esta idea, Washington pareció encontrar una buena justificación, para continuar con el proyecto Rumsfeld del escudo de defensa antimisiles y con ello favorecer la solicitud de un incremento substancial en defensa, reflejando así, una de las características más criticadas de la política exterior estadounidense: el manejo de visiones estereotipadas.
Ese «Axis of Evil»reactivó la visión surgida bajo Clinton respecto a los Rogue States (Estados Villanos) que vista las críticas generadas, dio paso a los States Concern (Estados preocupantes), valoración más reflexiva, asumida por Clinton en medio del debate sobre estrategia exterior, y que involucraba aplicación de bloqueos y embargos, posibles de sustituir por políticas de «compromiso constructivo». Por ello, colocar a Irán en un plano de amenaza para Estados Unidos, resulta no sólo inexplicable sino que absurdo tomando en consideración los pasos de diálogo y apertura que el gobierno de Teherán ha venido aplicando, sobre todo en materia de su programa nuclear, estigmatizado por la poderosa influencia del lobby judío en la capital estadounidense mediante el denominado American Israel Public Affairs Committee (AIPAC).
Si alguien, en el plano de la aceptación, sin ton ni son, de lo que inventan como denominaciones, arquetipos u otras patrañas ideológicas los analistas estadounidenses, desea aceptar como presente esta vieja denominación del «eje del mal» resulta risible, en ese marco, que Arabia Saudita, en la lógica norteamericana, no forme parte de esta arcaica inventiva, aunque sea público que es el Estado patrocinador mundial de los grupos takfirís más extremos del mundo, incluyendo a Daesh. Las acciones estadounidenses son un tipo de política extremadamente simplista, rayana en la ramplonería, un grave error y parte de una política exterior enloquecida.
Con el inicio de la segunda década del siglo XXI Estados Unidos aplicó otra batería de acciones bajo el marco del leading from behind dando origen a la denominada «Primavera Árabe» continuación de las llamadas «Revoluciones de Colores» todo ello parte de la estrategia global de desestabilización de gobiernos considerados hostiles por Estados Unidos o por objetivos vinculados a intereses económicos. En el caso de la mediáticamente llamada Primavera Árabe, creada en los burós occidentales, avalada, financiada y amplificada bajo la excusa de democratizar a los Estados árabes, se esconde el objetivo de derrocar al gobierno de Bashar al Assad, cercar a Irán y de paso comenzar a acusar a Rusia de potenciar la desestabilización en Ucrania. Estas acusaciones no sólo son una burla, sino una vulgar manera de poner en marcha la maquinaria bélica estadounidense, bajo espurios objetivos. Forma parte de un proceso casi ritual. Se centra la atención en determinadas zonas del mundo – pobres, bajo detestables dictaduras (generalmente puestas allí y apoyadas por los propios estadounidenses – y se les presenta luego como la máxima expresión del mal.
El prestigioso dramaturgo inglés Harold Pinter ha sido categórico en su apreciación sobre Estados Unidos, signado por un famoso discurso dado al recibir el titulo Honoris Causa en la Universidad de Turín donde señalaba «a principios de año fui operado de cáncer. La cirugía y sus efectos me provocaron una pesadilla, sentí que no podía nadar bajo agua en un interminable y profundo océano, pero no me ahogué y me alegro de estar vivo. Sin embargo, supe que emerger de una pesadilla personal era entrar en una pesadilla pública infinitamente más avasallante – la pesadilla de la histeria, la ignorancia, la arrogancia, la estupidez y la beligerancia norteamericana; la nación más poderosa que el mundo ha conocido, lidiando contra el resto del mundo. Esta pesadilla pública nos muestra, que la administración norteamericana, es una bestia sedienta de sangre, que ha desarrollado nuevos escenarios de guerra por todo el planeta e intensificado aquellos que ha mantenido por años. Las bombas son su único vocabulario y a menos que el mundo reúna la solidaridad, la inteligencia, el valor y la voluntad para resistir el poder de Estados Unidos, el mundo mismo se hará merecedor de la declaración de Alexander Herzen «nosotros no somos los médicos, nosotros somos la enfermedad»
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