En varios sitios porno se promueve que los visitantes voten por Kerry. Y es que la industria de entretenimiento sexual ha sido perseguida por los embates ultraconservadores del actual gobierno, especialmente por figuras como el procurador general, John Ashcroft, del que, se dice, ¡mandó a cubrir las estatuas desnudas del Departamento de Justicia! Por supuesto, que los demócratas no quieren escuchar nada de ese aporte de «la industria del cuerpo»
Fechados en cualquier punto cardinal, una buena parte de los centenares de despachos sobre las elecciones en EE.UU. que circulan hoy en el mundo, provocarían risa de no tratarse de una situación tan seria.
Las agencias de prensa se han hecho eco, y no es para menos, de que el vicepresidente Dick Cheney durante el debate con el candidato demócrata a ocupar ese cargo, John Edwards, invitó a los televidentes a visitar el sitio www.factcheck.com para que comprobaran que él no tuvo relación con el escándalo de Halliburton. Pero, ese sitio es del multimillonario George Soros, crítico feroz de Bush y Cheney, quien ha invertido millones de dólares para asegurar su derrota en las elecciones del dos de noviembre. Quizás Cheney lo que intentó fue enviar a sus votantes a www.factcheck.org, un sitio favorable a él y a Bush y por su error hizo campaña por John F. Kerry.
Y hablando de Internet, ahora el sexo forma parte de la campaña, o por lo menos se intenta. En www.fthevote.com (o fuck the vote) se encuentran fotos y una breve descripción de voluntarios y voluntarias para tener sexo con cualquier conservador a cambio de que vote por el candidato demócrata. Todo muy serio: se firma un contrato en el que se acepta cambiar su voto por sexo y se asegura que ya hay más de 500 personas dispuestas a «desvestir a los conservadores y desnudarlos de su poder» (y de algo más debe suponerse).
En el sitio se puede leer «aún el ideólogo derechista más enraizado puede ser manipulado con sexo… las personas mienten, engañan y hasta matan por sexo. Uno puede estar seguro de que cambiarán su forma de pensar (y de votar) a cambio de sexo».
Parece una versión burda de Lisístrata, el personaje de Aristófanes, que en la guerra entre Atenas y Esparta llevó a las mujeres a una huelga de sexo para terminar el conflicto.
La acción sexual no queda ahí: el empadronamiento es compulsado por Antros de encueratrices. Por ejemplo, «en Austin, Texas, se realizó el acto Burlesque en el voto, que ofreció 14 actos de desnudistas en una noche de «arte erótico». The New York Times reportó que se presentaron 300 clientes, quienes fueron empadronados ahí mismo.»
Se calcula que en 800 de los cuatro mil antros estadounidenses se ponen en lista unos 200 sufragantes por negocio, como promedio.
«Porno por Kerry», es el título de una cinta de video de la floreciente industria del sexo. En esta «pieza», considerada de pornografía dura, un actor representa a George Bush quien se encuentra en un hot tub con un jefe de Estado árabe petrolero.
En varios sitios porno se promueve que los visitantes voten por Kerry. Y es que la industria de entretenimiento sexual ha sido perseguida por los embates ultraconservadores del actual gobierno, especialmente por figuras como el procurador general, John Ashcroft, del que, se dice, ¡mandó a cubrir las estatuas desnudas del Departamento de Justicia! Por supuesto, que los demócratas no quieren escuchar nada de ese aporte de «la industria del cuerpo».
Entre tanto, para los fanáticos de los videos juegos, una compañía asentada en Nueva York, la Kuma Reality Games, ha producido El Swift Boat PCF-94. Con él se juega a ser John Kerry, cuando cumplía misiones en Vietnam en 1969, actos de los que el senador se ufana.
Esta compañía asevera que basa su producción en hechos históricos, pero no hay ninguno que narre la derrota de EE.UU. en Vietnam ni la situación actual de Iraq.
A estos esfuerzos, en un país donde todo vale -hasta la pornografía- se unen otros empeños, avalados por la sensatez, como los del cineasta Michael Moore. Este artista ahora empeñado en el «Recorrido para despertar a los vagos», por 60 estadios y salas grandes en unos 20 estados, recurre a repartir sopa y ropa interior entre los indecisos para que se inscriban para votar. Moore conoce perfectamente que el gran triunfador de los comicios en EE.UU. es el abstencionismo, de gente que no espera nada de un cambio presidencial. En Michigan, estado del cual es originario el cineasta, representantes republicanos demandaron sin éxito a la justicia a detener las acciones de Moore. Estiman que el director de Fahrenheit 9/11 practica el soborno al distribuir artículos entre quienes estén dispuestos a inscribirse por primera vez en listas electorales. «Hice inscribir a centenas y, algunas noches, a miles de electores», se congratuló el cineasta.
Contra Moore camina una campaña que incluye varios documentales: Michael Moore hates América (Michael Moore odia América), dirigido por Mike Wilson que arremete contra el director de Bowling for Columbine y habla de cómo es posible deformar la realidad a través de una película. También se exhibe Michael and Me (que imita el nombre de Roger and Me, realizado por Moore en 1989) en el que el presentador televisivo Larry Elder instruye a Moore sobre la segunda enmienda de la Constitución estadounidense, la que establece el derecho a poseer armas (en clara alusión al filme Bowling for Columbine). A su vez, dirigida por Alan Peterson y que cuenta como narrador con el topoderoso consultor político Dick Morris, se comercializa en DVD Fahrenhype 9/11, que según sus creadores trata de aclarar las aparentes mentiras en las que cae el director, e invita, tras su visionado, a la lectura del libro homónimo en el que «se aclaran las verdades» sobre la polémica cinta, ganadora de la Palma de Oro, este año en Cannes. Alexandra Pelosi, con Diario de una turista política, se suma a las cintas antiMoore.
Como para demostrar que contra el polémico cineasta se juega en serio, la Universidad George Mason en Richmond, en el estado norteamericano de Virginia, canceló a pedido de los republicanos una charla suya. Se acusó a la universidad estatal de malgastar dinero de los impuestos para pagarle al realizador un honorario para que mantenga un discurso de campaña contra el presidente. El documentalista anunció que de todas maneras llevará a cabo una charla en Richmond y que «defenderá el derecho a una libre expresión».
Otro importante artista, Bruce Springsteen, lidera la gira «Vote for Change» (vote por el cambio), en la que participan también R.E.M., Pearl Jam y la Dave Matthews Band.
Springsteen, suerte de dios del rock -de ahí su calificativo «The boss» – con millones de fans, históricamente ha estado al margen de declaraciones políticas, pero «este año, hay demasiado en juego como para mantenerse al margen», dijo al The New York Times luego de comentar que «personalmente, durante los últimos 25 años, me mantuve un paso alejado de la política partidista». El grupo ofrecerá 34 conciertos en nueve estados, con un gran cierre el 11 de octubre en Washington.
El empresario de rap Sean P.Diddy Combs organiza la gira «Citizen Change», que pretende conseguir la participación en las elecciones de los jóvenes negros. Además de conciertos de rap y anuncios televisivos, el grupo, con Alicia Keys, 50 Cent, Usher y Mary J Blige, lanzó la campaña «Vote or Die» (Vota o muere), que cubrió las carteleras de todo el país con fuertes imágenes.
«Por primera vez en la historia, tenemos una campaña que se dirige directamente a gente joven que trabaja», dijo Combs. «Nuestro ‘Vota o muere’ está comprometiendo a esos olvidados, que en última instancia decidirán sobre el próximo presidente de los EE.UU.».
Indudablemente que los esfuerzos de Moore, Bruce Springsteen, Sean P.Diddy y numerosos figuras públicas norteamericanas, son serios y ejemplifican a personas lúcidas en una sociedad signada por la esquizofrenia política.
Las encuestas sostienen que la mayoría de los estadounidenses cree que Bush maneja mal la economía, que está llevando al país por un camino equivocado y expresan temor por el futuro si continúa al mando, pero… se inclinan a votar por él.
Parece cosa de locos y casi lo es. El razonamiento más simple que avala esta actitud es que un grupo de dementes atacó a ese país el 11 de septiembre de 2001. Es un enemigo peligrosísimo, dispuesto a todo, incluso a volarse a sí mismo en pedazos, con tal de causar daño al país símbolo de la libertad. Para enfrentar a tan terrible amenaza se requiere de un líder que logre entender esa mentalidad, igual de determinado, y también dispuesto a todo, como es George W. Bush; un mandatario que no dudó en hacer la guerra contra Iraq, sin el apoyo de la ONU y sin tener pruebas del vínculo de esa nación con Al Qaeda. Hoy se sabe por la propia CIA que Osama Ben Laden no estaba relacionado con Bagdad y los expertos comprobaron que en el estado árabe no existía la producción de armas de la que fue acusado. A Bush, un alcohólico fundamentalista, no le tiembla la voz cuando sigue asegurando que el mundo es más seguro con Sadan Hussein preso. Tampoco vacila para asegurar que hará guerras preventivas y para firmar la ley «US Patriot», por la cual se limitaron las libertades civiles de las que EE.UU. se siente históricamente orgulloso.
Las encuestas de Gallup de septiembre indican en política exterior, economía, Iraq y otros temas, que la mayoría está en contra de la forma en que el mandatario actúa pero, en la guerra contra el terrorismo, ahí sí recibe aprobación: un 62 por ciento, contra un 36 por ciento de desaprobación.
La intención de voto es por un protector del terrorismo para EE.UU., el líder en que más confían para evitar otro 11 de septiembre. Es mejor entonces tener carencias médicas, desempleo, y menos libertades que estar muertos, parecen decir los encuestados.
Pero se puede pensar también que se gesta, a partir de años de desinformación y manipulación, una manera de pensar que hace que los norteamericanos se vean superiores a otros pueblos, y por tal razón pueden atacar, matar, colonizar a todo aquel que se le enfrente. Si este pensamiento creciera, entonces el mundo presencia hoy el desarrollo de un monstruo fascista.
Sin llegar ni por asomo a tal calificativo, uno de los hombres más preocupado (y ocupado) por las próximas elecciones es el ex presidente James Carter.
«Hay preocupantes indicios de que una vez más, a medida que se acercan las elecciones presidenciales, algunos de las principales autoridades del estado (la Florida) tienen intereses políticos que evitan las reformas necesarias», señaló el político que de ninguna forma puede ser catalogado como subversivo o antinorteamericano. Agregó que «Varios miles de votos afroamericanos fueron rechazados en el 2000 por problemas técnicos. Recientemente, se hizo un torpe intento de descalificar a 22 000 afroamericanos (probablemente demócratas), pero solo a 61 hispanos (probablemente republicanos) como «presuntos delincuentes».
«Es inconcebible, puntualizó Carter, que se perpetúen las prácticas electorales fraudulentas o interesadas en cualquier país. Es especialmente grave cuando se da entre nosotros, los americanos, que nos hemos enorgullecido de ser el ejemplo mundial de la democracia pura. Ya que las reformas son poco probables en esta última parte de la campaña electoral, quizá el único recurso sea focalizar la máxima atención pública posible sobre el sospechoso proceso de Florida».
Válida esa advertencia pero no solo para la Florida. El dos de noviembre solamente no se estará eligiendo un presidente, con más o menos carisma, sino una forma de gobernar e interrelacionarse con el mundo en el país más poderoso de la Tierra. Si entre los reales votantes, el abstencionismo y el posible fraude, Bush es reelegido en su mandato, cada terrícola debe estar consciente de que la Casa Blanca estará presidida por un símbolo muy cercano al Reichstag.