No es necesario insistir en el carácter excepcional del tiempo que estamos viviendo. Tampoco parece necesario demostrar que el grueso de la ciudadanía que abraza valores solidarios en el sentido más amplio del término, está esperando de todas las fuerzas políticas e iniciativas antineoliberales una aproximación de posiciones en torno a un programa común, a […]
No es necesario insistir en el carácter excepcional del tiempo que estamos viviendo. Tampoco parece necesario demostrar que el grueso de la ciudadanía que abraza valores solidarios en el sentido más amplio del término, está esperando de todas las fuerzas políticas e iniciativas antineoliberales una aproximación de posiciones en torno a un programa común, a una puesta en común de acciones.
El aumento de los votos cosechados por IU en las últimas elecciones es una buena noticia para todos. En parte es el resultado de un proceso de apertura del PCE, que es quien hoy por hoy manda en la coalición, a los movimientos sociales y a otras sensibilidades de la izquierda. Pero sería un error imperdonable considera los votos cosechados el 20-N como «votos al PCE». El PCE tiene sus luces y sus sombras y ha sido una organización política decisiva en la historia política de la izquierda española a lo largo del siglo XX. Su evolución interna no sólo le concierne a sus militantes sino al conjunto de la izquierda. Pero es poco realista pensar que el PCE representa por sí mismo toda la pluralidad y la diversidad de la izquierda alternativa. Y no sólo porque hay sectores reformisas que reclaman un espacio en la izquierda antineoliberal y que, por tradición, por razones personales o por cualquier otro motivo, no se incorporarían nunca a una especie de espacio trasero del PCE. Además, hay muchos ciudadanos y ciudadanas con profundas convicciones anticapitalistas que, o ya no están o nunca han estado ni estarán en el PCE. Muchos están agrupados en la asociación político-cultural de «Socialismo XXI», otros se mueven en la órbita de Izquierda Anticapitalista, la mayoría no se sienten vinculados a ningún espacio organizativo en particular. La crisis está provocando un aumento de este último grupo de ciudadanos en busca de un espacio cómodo para hacer valer políticamente sus intuiciones anticapitalistas. Por tanto la realidad sociológica e ideológica de la izquierda alternativa se corresponde más con un mosaico que con una bandera por mucho que esta se estire para ampliar su superficie y así incorporar más gente bajo su superficie. Nadie le puede pedir al PCE que se disuelva. Pero ningún miembro del PCE le puede pedir al resto de la izquierda alternativa que acepte la conversión de la izquierda mosaico en el satélite de una sola sigla, por mucha elastina que se le incorpore a la vieja bandera.
Hoy la estrategia de la satelitización arroja cuatro peligros sobre la izquierda alternativa:
uno: que los sectores que intentan reducir la «izquierda mosaico» a una sucesión de satélites que han de girar alrededor de las siglas del PCE lean los avances electorales como un apoyo a dichas siglas o que los instrumentalicen para empujar su modelo de satelitización. Esto puede provocar que tal vez la mitad de los votantes nuevos que ha recibido Izquierda Unida, y que han sido un apoyo tácito a una izquierda plural de signo antineoliberal, tengan la sensación de que su voto ha sido utilizado para un proyecto que en ningún caso comparten. Generaría una sensación de fraude electoral y un rápido y fatídico desencanto.
dos: más concretamente: esta dinámica alejaría del eje que hoy representa Izquierda Unida a aquellos votantes y simpatizantes que se han identificado con el 15-M, pero que han expresado no pocas críticas a «la clase política» en general, muchas con bastante fundamento. Estos incluyen sectores nuevos de la ciudadanía que hasta ahora resultaban inasequibles para la izquierda antineoliberal. Esto ahondaría la separación entre movimientos sociales e izquierda organizada, separación que ha a hipotecado la izquierda estatal durante décadas y que ha conocido un (¿breve?) paréntesis en las últimas elecciones generales. Sería una vuelta a una tradición política inviable nacida en los años del fordismo que reduce el poder a su manifestación institucional.
tres: también existe el peligro de que esta dinámica también aleje del eje antineoliberal que se ha empezado a configurar alrededor de Izquierda Unida a aquella parte de la ciudadanía que no sólo tiene convicciones anticapitalistas sólidas, sino que ADEMAS las mantiene sin sectarismo (el anticapitalismo sectario no tiene demasiado interés casi para nadie). Este grupo social no es mayoritario pero tiene un peso cualitativo importante en cualquier proyecto opuesto al neoliberalismo: es gente de convicciones profundas, activistas infatigables muchas veces, gente con cosas importantes que decir. Además, tras el derrumbe de 2008 hay ciudadanos que poco a poco reconocen el carácter estructuralmente injusto e insostenible del capitalismo y que hoy son sólidos aliados potenciales para un cambio profundo en las relaciones de producción y de distribución. La apuesta por la satelitización dispersaría el voto anticapitalista entre varios grupos y, sobre todo, mandaría a muchos a la abstención, el principal ganador de las estrategias equivocadas.
cuatro: otro peligro que genera la ingeniería política de la satelitización es que puede alejar a sectores con convicciones socialdemócratas que durante décadas han votado al PSOE, que incluso siguen siendo sus militantes, pero que están buscando un nuevo acomodo personal y político en un campo al margen del neoliberalismo. Esta sería una pérdida cuantitativa importante: el abstencionismo procedente de votantes del PSOE asciende a varios cientos de miles. Es verdad: estos sectores no abordan la desigualdad a partir de la esfera de la producción tal y como hacen -o deberían hacer- los que abrazan una causa más explícitamente anticapitalista. Pero hoy por hoy hacerlo a partir de la esfera de la distribución es un acto de radicalidad que no debería subestimarse. El neoliberalismo es sobre todo una forma determinada de producir que se plasma en una determinada «distribución» primaria, es decir, en el reparto del excedente entre trabajo y capital. Pero antes de esa incursión radical en la esfera de la producción los neoliberales forzaron con éxito una redistribución secundaria al menos igual de radical y que estaba basada en la reducción de la presión fiscal a los ricos y a las rentas del capital. Esto, a lo que se suma el problema ambiental, aproxima a «reformistas socialdemócratas» y a los «anticapitalistas» en un espacio que podría ir va más allá de la mera táctica política. Coquetear con la satelitización en este momento es poner en peligro una convergencia que podría poner fin a la división que viene sufrido el rojo desde la Primera Guerra Mundial.
El grueso de los afiliados del PCE tiene un sentido del realismo al menos igual que el del resto de los que se reclaman de una izquierda alternativa. Entre sus dirigentes hay muchos que se han conseguido ganar la confianza de muchos ciudadanos identificados con un proyecto tipo «izquierda mosaico». Sin embargo no hay que subestimar el peso de los sectores inmobilistas de su dirección . Consiguieron bloquear o, al menos, posponer la refundación de Izquirda Unida sine die en contra de la opinión mayoritaria de su militancia plasmada en aquel acto de Fuenlabrada que concentró a miles de militantes ilusionados de todo el Estado. Por tanto esto es un llamamiento a los militantes del PCE desde fuera del PCE: ¡asumid con responsabilidad la importancia de vuestra organización para el conjunto de la izquierda alternativa!, ¡convenced a los que coquetean con la satelitización que el futuro estratégico de una organización como el PCE está en otra parte!, ¡recordarles a vuestros dirigentes que vuestro partido escribió sus páginas más importantes cuando reconoció y decidió incorporarse a un amplio magma político en el que acertó a reconocerse como uno más entre muchos!
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