Los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto, Yemen, Argelia…han supuesto un aluvión de noticias y análisis sobre lo que está ocurriendo y lo que puede devenir en el llamado mundo árabe, hay quien se ha atrevido incluso a anunciar el «fin de una era». Sin caer en lecturas cortoplacistas y sensacionalismos baratos, lo cierto es que […]
Los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto, Yemen, Argelia…han supuesto un aluvión de noticias y análisis sobre lo que está ocurriendo y lo que puede devenir en el llamado mundo árabe, hay quien se ha atrevido incluso a anunciar el «fin de una era». Sin caer en lecturas cortoplacistas y sensacionalismos baratos, lo cierto es que lo que está sucediendo en las calles árabes, independientemente del final que tenga todo ello, el futuro ya no será igual para muchos de esos regímenes que durante tantos años se han mantenido en el poder, a base la represión política, y una corrupción endémica, fruto de lo cual, la mayoría de la población se ha visto abocada al paro y a la pobreza, mientras que unas pocas familias, controlando todos los resortes del poder, han ido llenando sus propios bolsillos.
La importancia de Egipto.
Si las protestas en Túnez fueron el inicio de lo que luego se ha desarrollado en otros estados árabes, la situación de Egipto puede ser clave. Este gigante siempre ha sido considerado como el centro de gravedad del mundo árabe, y cualquier cambio estructural que suceda tendrá una incidencia directa en otras realidades.
En Egipto la población ha ido perdiendo el miedo al régimen y las movilizaciones buscan el derrocamiento de Mubarak, y si de momento no lo han logrado, lo que sí se ha materializado ya es la derrota de las intenciones sucesorias de éste, quien difícilmente podrá ver a su hijo Gamel (sin el apoyo del ejército y el rechazo popular) ser elegido presidente en las elecciones de septiembre. Además, si el pueblo egipcio sigue los pasos del tunecino, los llamados autócratas árabes pueden ver peligrar su futuro en el poder, lo que acabaría convirtiéndose en un tsunami de difíciles consecuencias.
El factor islamista.
La importancia cuantitativa y cualitativa de los Hermanos Musulmanes (MB) es otro factor a tener en cuenta. Históricamente, el peso de dicha organización islamista ha logrado mantenerse, a pesar de la dura represión que los diferentes gobiernos, tanto en Egipto como en otros estados árabes, han mantenido contra la misma.
El pulso entre el faraón (los sucesivos dirigentes egipcios en las últimas décadas) y el profeta (el movimiento islamista) ha sido una constante de la historia moderna egipcia. Al mismo tiempo hay que tener en cuenta que más allá de esa rama del islamismo político que representan los Hermanos Musulmanes, en Egipto han surgido otras tendencias en clave jihadista, e incluso uno de los dirigentes, y para muchos el ideólogo clave, de al Qaeda, Ayman al-Zawahiri ha sido un de los dirigentes de la Jihad Islamista de Egipto.
En el futuro escenario que tenga lugar en el país el papel de unas u otras tendencias será clave. La mayoría de observadores siguen con atención el papel que están jugando los MB, conscientes que la influencia que ejercen a través de sus redes caritativas le confiere un importante apoyo popular, que sin duda alguna se verá reflejado en caso de que tengan lugar una elecciones «libres y democráticas».
A todo ello habría que añadir la reconfiguración que supondría la hasta ahora política de Egipto hacia Israel, ya que los MB han manifestado su apoyo al pueblo palestino y su rechazo a los acuerdos entre Mubarak y el estado sionista.
El papel de los militares.
Uno de los soportes de este tipo de régimen corrupto y autocrático siempre ha sido el ejército, en ocasiones en colaboración con las fuerzas policiales. En Egipto el factor de los militares es más que visible (Nasser, Sadat o el propio Mubarak han pertenecido al ejército), e incluso los intentos de «reforma» del propio Mubarak han pasado por el nombramiento de Shafiq (alto militar del ejército del aire, la rama más influyente) o de Suleiman (el responsable del todopoderoso servicio de inteligencia).
Otra característica que complica todavía más la ecuación es la propia composición del ejército, que es un fiel reflejo de la diversidad que podemos encontrar en la propia sociedad egipcia, así como las históricas rivalidades, o desavenencias, con las fuerzas policiales. De momento nadie duda de su papel en el futuro escenario, aunque son pocos los que apuestan por un golpe sangriento que perpetúe aún más al caído en desgracia Mubarak. E incluso algunas voces alertan de posibles tensiones en torno a la sucesión en los mandos militares.
El efecto dominó.
Las diferencias entre las realidades de los diferentes estados árabes son más que evidentes también, por ello algunos apuestan porque el llamado efecto dominó no acabará produciéndose, mientras que otras fuentes sostienen lo contrario, basando sus análisis en las similitudes de algunos factores (juventud frustrada, desencantada y con pocas perspectivas de mejorar, paro endémico, represión política, control económico y político en manos de pocas familias, corrupción galopante, irrupción de nuevas tecnologías, el papel de medios como Al Jazzera…)
De momento tras la explosión en Túnez (que por desgracia parece haber caído en una especie de apagón mediático en Occidente) que ha visto cómo el dictador Ben Alí ha tenido que abandonar el país, muchas miradas se están posando en otros estados. En el norte del Magreb, Marruecos y Argelia sobre todo, las aguas no se presentan calmadas para sus dirigentes. El monarca marroquí ha viajado al estado francés esta semana para intentar frenar cualquier efecto de contagio de las protestas en su país, mientras que en la vecina Argelia, Bouteflika ha conseguido de momento desactivar a la oposición islamista y de izquierdas a través de ofrecerles un pedazo del pastel político o comprando directamente su fidelidad, aunque las tensiones internas (juventud descontenta, movimientos islamistas radicales, Kabila…) pueden alterar los planes del dirigente argelino.
Otro centro que requiere la atención es Yemen, donde las protestas de estos días han congregado a miles de personas contra el gobierno, lo que unido al conflicto armado que Sanaa mantiene con las fuerzas chiítas en el norte o con las fuerzas separatistas del sur, sin olvidar la presencia de movimientos jihadistas como Al Qaeda de la Península Arábiga, hacen del escenario yemení un candidato perfecto para que el desequilibrio de fuerzas altere profundamente la situación.
Tampoco deben estar durmiendo tranquilos los dirigentes reales en Jordania, donde se encuentran las mismas claves que en los países mencionados, y donde además el papel de los perseguidos Hermanos Musulmanes puede recobrar fuerza y protagonismo en los próximos días o semanas.
El paraíso dorado puede hacer aguas.
El futuro que les puede deparar a las llamadas monarquías del Golfo tampoco parece halagüeño para sus dirigentes y valedores. Con una población que empieza a sufrir los efectos negativos de la crisis mundial mientras ve cómo sus dirigentes viven en la opulencia y reciben a los dictadores del mundo en este exilio dorado, unido a la presencia de células islamistas e importantes ideólogos del jihadismo transnacional, o el propio pulso que mantiene con Irán por hacerse con el control o el protagonismo en la región, unido a las tensiones y divergencias que surgirán a la hora de la sucesión (si no han surgido ya) del octogenario Abdalça bin Abdelaziz, son pocos los que se atreven a augurar un futuro calmado en Arabia Saudí.
Si el escenario saudí entra en una dinámica similar a la que estamos viendo estos días, su alianza estratégica con Estados Unidos puede verse seriamente comprometida, y el efecto de cualquier transformación «no deseada» tendrá sus consecuencias directas en las otras monarquías del Golfo.
Al Qaeda y la teoría del caos.
En este puzzle no podría faltar un actor como al Qaeda, quien bien directamente o a través de alguna de sus franquicias locales intentará jugar sus bazas y aprovecharse de cualquier resquicio para imponer su ideología en la región. En ese sentido, algunos analistas sostienen que el caos es el mejor aliado de esa organización, quien no ha dudado en aprovecharse en el pasado de situaciones similares en Afganistán, Iraq o Somalia para fomentar sus ideas y afianzar su presencia.
Las consecuencias de la ocupación de Afganistán por tropas extranjeras al mando de EEUU entra en ese guión que desean los dirigentes de al Qaeda. Recientemente se ha constatado la presencia de movimientos islamistas de corte jihadista en las repúblicas de Asia Central, y en algunos foros se está repitiendo la idea de que Uzbekistán es el próximo objetivo. No podemos olvidar que la mayoría de las nuevas repúblicas de esa zona comparten factores que hemos mencionado anteriormente, con regímenes corruptos, una juventud harta de los dirigentes, con una importante represión hacia la disidencia y con la presencia activa de movimientos islamistas de diferente corte.
A lo que cabría añadir además, la colaboración que esos líderes mantienen con EEUU y las consecuencias de esas alianzas.
Los intereses de EEUU y Occidente.
A pesar de que a Washington y a las cancillerías europeas se les llena la boca con grandilocuentes declaraciones sobre «democracia, libertad, derechos humanos…», las poblaciones de estos estados asisten impotentes hasta ahora a la colaboración de esos supuestos defensores de la paz y la libertad con los dirigentes locales, quintaesencia de los dictadores. Y todo ello no hace sino generar rechazo a lo que pueda representar EEUU y sus aliados occidentales o locales.
Estas semanas hemos visto el silencio sepulcral de la Unión Europea sobre lo que estaba aconteciendo en Túnez o Egipto. Desde Washington se ha incidido en la necesidad de «reformas ordenadas», o lo que es lo mismo cambiar las figuras sin alterar el sistema. Para EEUU Egipto y la región es clave de cara al control del petróleo del Golfo Pérsico, así como para el tránsito de petroleros y barcos militares (canal de Súez); para sostener el estado sionista de Israel (verdadero valedor de esos dirigentes rechazados por sus pueblos, y a los que ha manifestado su apoyo públicamente) y para todo ello le es necesaria la «estabilidad de sus aliados locales» (Ben Alí, Mubarak, Abdalá II, Mohamned VI…) a los que ha regado con importantes sumas de dinero y un enorme arsenal militar.
Transición versus ruptura.
A la vista del desarrollo de los acontecimientos los hasta ahora aliados de los dictadores locales, sobre todo EEUU y la Unión Europea, han salido a la palestra para solicitar que la calma perdure y que se encaminen estos procesos hacia una transición moderada (algunos se han apresurado a poner el ejemplo del estado español). En definitiva, que los que en su momento han sido bastiones del régimen corrupto y dictatorial sigan rondando o acomodados en el poder, bajo otro nombre y con caras nuevas en la dirección.
De momento los protagonistas de las protestas siguen apostando por la ruptura total con todo lo que tenga relación con el antiguo régimen, así lo hemos visto en Túnez y así lo están solicitando en Egipto o Yemen. No obstante, no debemos perder de vista las maniobras que EEUU intentará llevar adelante, proponiendo nuevas figuras de corte «liberal o moderado» que sirvan más a sus propios intereses que a las demandas populares.
La calle árabe se ha levantado contra la «hogra», la injusticia por parte de los poderosos, y ahora queda saber si será capaz de mantener el pulso ante los actores poderosos que ya han comenzado a maniobrar contra ella. El apagón mediático que vuelve a sufrir Túnez desde Occidente puede verse acompañado de maniobrar distorsionadoras hacia Egipto y otras protestas, pero a pesar de ello la capacidad de transformación y cambio sigue estando en manos de los protagonistas que a día de hoy han hecho tambalear, y pueden seguir haciéndolo, a esos regímenes corruptos, aliados de EEUU y Occidente.
Txente Rekondo.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)