Traducción de Susana Merino
Los atentados del 11 de septiembre 2001, lograron mucho más de lo que Osama bin Laden podría haber imaginado. Esto es no sólo debido a que produjeron cerca de 3.000 muertes, ni tampoco porque golpearon en el corazón del poder financiero y militar estadounidense. Los resultados fueron sólo un cebo, para que los Estados Unidos cayeran en la trampa.
LA HISTORIA
Nueve años después de 9 / 11, es hora de dejar de ayudar a bin Laden
Una guerra más costosa de lo que pensábamos
¿Dónde estaba usted el 9 / 11?
El objetivo de cualquier ataque terrorista organizado es incitar a un enemigo mucho más poderoso a una respuesta excesiva. Y en los últimos nueve años, Estados Unidos ha caído en la trampa del 9 / 11 reaccionando una y otra vez exageradamente. Bin Laden merece nuestra hostilidad, nuestra angustia nacional y nuestro desprecio pero además se merece ser tomado en serio como el táctico astuto que es. Sin embargo gran parte de lo que ha conseguido lo hemos hecho nosotros y lo seguiremos haciendo. Bin Laden no merece que nosotros, aún sin darnos cuenta, le ayudemos a cumplir muchos de sus inimaginables sueños.
No tendría que haber sido así. La respuesta inicial del gobierno de Bush era justa. La equilibrada combinación de agentes de la CIA, fuerzas especiales y fuerza aérea quebró a los Talibán en Afganistán y obligó a bin Laden y a los restos de al-Qaeda a merodear por la frontera pakistaní. La reacción estadounidense fue rápida, potente y eficaz – una clara advertencia a cualquier organización que intentara otro ataque terrorista contra los Estados Unidos. Ese fue el momento en que el presidente George W. Bush debería haber declarado: «misión cumplida», con la advertencia, sin entrar en detalles, de que las agencias de EE.UU. y el ejército continuarían en la búsqueda del líder de Al Qaeda. El mundo habría entendido y la mayoría de los estadounidenses hubieran quedado probablemente satisfechos.
Pero lo insidioso del terrorismo es que no existe la seguridad absoluta. Cada incidente provoca la sospecha de que algo peor puede suceder. La administración Bush se convenció de que las mentes que conspiraron para convertir aviones de pasajeros en misiles balísticos podrían descubrir la forma de incorporar a esos «misiles» armas químicas, biológicas o cargas nucleares. Y eso se convirtió en una pesadilla existencial que dio lugar, en lo inmediato, a una progresión de hipótesis sin fundamento: que Saddam Hussein había desarrollado armas de destrucción masiva, incluso armas nucleares; que existía una conexión entre el líder iraquí y Al Qaeda.
Bin Laden no tuvo nada que ver con el fomento de esas falsas ideas. Nada de eso tenía conexión real con el 9 / 11. No hubo en ese momento ningún grupo conocido como «al-Qaeda en Irak». Pero el clima político existente superó la débil oposición a que se debía invadir Irak y Estados Unidos entró en un segundo teatro de guerra, un teatro que demostró ser mucho más difícil y doloroso y drenante que lo que sus partidarios habían imaginado.
Cuando el presidente Obama declaró sólo recientemente, que el papel de combatiente de los EEUU en Irak habían terminado, pasó por alto la probabilidad de que decenas de miles de soldados de los EE.UU. tendrán que permanecer posiblemente allí, por varios años más porque Irak carece de capacidad militar para protegerse contra agresiones externas (léase: Irán) La ironía final es que Hussein, con el objeto de mantener a sus vecinos en jaque, permitió que el resto del mundo creyera que podía tener armas de destrucción masiva. Provocó con ello su propia destrucción, así como la actual necesidad de las fuerzas de los EEUU. de llenar el vacío que él y su amenazadora presencia produjeron.
En cuanto a los 100.000 soldados de EE.UU. desplegados en Afganistán muchos de ellos permanecerán también allí en los próximos años, – no a causa del compromiso de los Estados Unidos de instalar allí una democracia que funcione, ni mucho menos por lo que lo que les sucedería a las niñas y mujeres afganas si los Talibán recuperaran el control. Tiene que ver con las armas nucleares. Pakistán tiene un arsenal de 60 a 100 ojivas nucleares. No se sabe cuales serían las consecuencias si algunas de ellas llegaran a caer en manos de los aliados fundamentalistas de Al Qaeda en Pakistán.
Una vez más, este dilema es parte de nuestra propia fabricación. La guerra estadounidense contra el terrorismo es ampliamente percibida en todo Pakistán como una guerra contra el Islam. Un fuerte fundamentalismo islámico está allí ganando terreno y amenazando la estabilidad del gobierno, del cual dependemos para garantizar la seguridad de las armas nucleares. Aunque una nutrida presencia militar de EE.UU. en Pakistán es insostenible para el gobierno de Islamabad, decenas de miles de soldados EE.UU. permanecerán probablemente desplegados en Afganistán durante algún tiempo.
Quizá Bin Laden preveía algunos de estos resultados cuando lanzó su operación 9 / 11, desde las seguras bases de los Talibán en Afganistán. Dado a que las naciones víctimas de grupos terroristas abandonan rutinariamente una parte de sus tradicionales principios, puede haber previsto también algo así como lo de Abu Ghraib, «sitios negros,» rendiciones extraordinarias y hasta la prisión de la Bahía de Guantánamo. Pero en estas y en muchas otras acciones, Bin Laden necesitaba nuestra involuntaria colaboración, y se la hemos proporcionado – más de mil millones se han gastado en las dos guerras, más de 5.000 de nuestros soldados han muerto, decenas de miles de iraquíes y afganos también. Nuestras fuerzas armadas están tan sobrecargadas que las pocas industrias que siguen creciendo en nuestra maltratada economía son la de las empresas contratistas privadas que proporcionan toda clase de servicios desde los interrogatorios hasta la seguridad en los sectores de inteligencia.
Hemos corrido a Afganistán y a Irak, y más recientemente a Yemen y a Somalia, hemos creado un aparato de seguridad nacional hipertrofiado y estamos tan absortos en nuestra propia furia y tan ajenos a las intenciones del enemigo que convertimos la construcción de un centro islámico en el Bajo Manhattan en un debate nacional y permanecemos impotentes, mientras un ministro protestante en la Florida ultraja hasta a nuestros amigos del mundo islámico con la amenaza de quemar ejemplares del Corán.
Si bin Laden no previó todo esto, seguro que no tardó en entenderlo. En un mensaje de vídeo de 2004, se jactó de conducir a los Estados Unidos al camino de su propia destrucción. «Todo lo que tenemos que hacer es enviar dos mujaidines… con un pequeño trozo de tela en el que esté escrito «al-Qaeda» para poner en carrera a los generales y causarles pérdidas humanas, económicas y políticas a los EEUU»
A través del gasto inicial de unos cientos de miles de dólares, entrenando y luego sacrificando a 19 de sus soldados de a pie, Bin Laden ha visto a su relativamente pequeña y todo menos anónima organización de unos pocos cientos de fanáticos contar con la franquicia más internacionalmente conocida después de McDonald’s. ¿Podría haber logrado más con menos algún enemigo de los Estados Unidos?
¿Podría Bin Laden, haber tenido, en su más locas fantasías, la esperanza de provocar un caos mayor? Ya es hora de reflexionar sobre lo que nuestros enemigos buscaban y todavía se proponen llevar a cabo – y cómo los hemos ayudado
Ted Koppel, quién fuera jefe de redacción de la «ABC» Nightline «desde 1980 hasta 2005, es un analista que colabora con la BBC World News America.