La iglesia de San Jorge, en Addis Abeba; Ciego y Lazarillo; Corán; Hombre Atómico; Mezquita en construcción; Mike con ídolo; Geometría equívoca; la serie de 20 retratos… Son algunas de las fotografías de Juan Manuel Castro Prieto incluidas en la serie «Etiopía». El público puede visitarlas en el séptimo Festival Internacional de Fotoperiodismo «Photon», que […]
La iglesia de San Jorge, en Addis Abeba; Ciego y Lazarillo; Corán; Hombre Atómico; Mezquita en construcción; Mike con ídolo; Geometría equívoca; la serie de 20 retratos… Son algunas de las fotografías de Juan Manuel Castro Prieto incluidas en la serie «Etiopía». El público puede visitarlas en el séptimo Festival Internacional de Fotoperiodismo «Photon», que se celebra en Valencia entre el dos y el seis de mayo. La muestra es el resultado de cuatro viajes realizados por el fotógrafo -«no soy fotoperiodista», matiza- a Etiopía entre 2001 y 2006. Cuando en 1990 viajó a Cuzco, en Perú, se trataba de captar vivencias con las que componer una suerte de cuaderno de viajes, un diario, pero en el país africano tenía otro objetivo.
Castro Prieto se planteó la realización de un estudio fotográfico-antropológico de este país excepcional, Etiopía, con una gran diversidad social, cultural y religiosa; y que no fue colonizado, salvo por el imperialismo italiano durante cinco años (1936-1941). «Después los italianos fueron expulsados, y apenas dejaron huella», explica el fotógrafo en el Centre La Nau de la Universitat de València. Esta singularidad histórica permite hallar en el siglo XXI escenas y lugares ancestrales, de hace uno o dos milenios. Pero además, en las zonas más recónditas de Etiopía se pueden encontrar pinceladas de la cultura occidental, lo que agudiza los contrastes. Existe la posibilidad de que el fotógrafo se tope en una aldea remota con alguien que ingiere un refresco de cola; o con una persona que ataviada con ropa de hace 500 años, se saque del bolsillo un celular.
A la pregunta de si la presencia del fotógrafo -elemento de la cultura occidental- podría implicar un factor de «alteración» al visitar las sociedades tradicionales, Castro Prieto responde del siguiente modo: «No conozco ningún lugar del planeta que se mantenga virgen». Reportajes de televisión que anuncian lugares remotísimos, como emplazados en los confines del mundo, cuando el autor los ha observado en la pequeña pantalla le han resultado familiares. De hecho, ha podido identificar a personas y paisajes que antes había conocido en sus viajes.
La muestra de Juan Manuel Castro Prieto sobre Etiopía permanecerá abierta al público hasta el 18 de junio en el Octubre Centre de Cultura Contemporània de Valencia. Economista de formación, el autor comenzó su vinculación con la fotografía -de modo autodidacta- en 1977. Como reconocimiento a su trayectoria, en 2015 recibió el Premio Nacional de Fotografía. Además la obra de Castro Prieto ha sido reunida en numerosas publicaciones y exposiciones, como «Perú, viaje al sol», «Extraños», «Esperando al cargo», «Paseo por el amor y la muerte», «Perú: Martin Chambi-Castro Prieto» o «Cespedosa». Su obra sobre el Perú es el producto de nueve viajes durante 11 años a este país. Allí no fotografió, como tampoco hizo en Etiopía, magnos acontecimientos, sino la vida cotidiana. Retratos, paisajes, escenas de ambiente… Las imágenes revelan uno de los rasgos distintivos en el trabajo de Juan Manuel Castro: las infinitas capas de lectura que puede albergar una fotografía. Lo demuestra, por ejemplo, con el retrato de un campesino; la foto contiene además el magüey o pitaca, planta que simboliza a uno de los espíritus protectores indígenas. Una lectura añadida es la del maíz, componente esencial de la alimentación andina; la cuarta posible interpretación procede de un campesino que masca coca.
Castro Prieto considera al fotógrafo indígena Martín Chambi como uno de sus grandes maestros. En él se inspira para retratar a un grupo de campesinos, que pese a vivir a la manera tradicional, dejan entrever elementos de la «modernidad», como unas bolsas de plástico y unas zapatillas. En la fotografía, dos de los campesinos se muestran al espectador intercambiando hoja de coca. Cuando el fotógrafo retorna a algunas de las cuatro regiones de Perú -Costa, Altiplano, Selva y Ceja de Selva-, muestra a los retratados las fotos que ha «tomado» en anteriores viajes, y los fotografía junto a ellas. Se trata de otro de los recursos empleados por el autor.
En Cespedosa de Tormes el autor de la muestra «Etiopía» comenzó a realizar fotografías hace cuatro décadas. Es este municipio de la provincia de Salamanca su «laboratorio», el lugar del que parte toda su obra posterior. Allí investiga, aquilata la técnica y perfecciona la plástica. La primera fotografía, del año 1977, se la realiza a su abuelo. «Los retratos constituyen como un registro de la memoria familiar», explica; «quería recoger para siempre esas imágenes importantes -la familia, los interiores, aquello que me rodeó de niño- que un día se podría perder». Pero después se difumina un tanto el fin de salvaguardar la memoria, y Juan Carlos Castro empieza a «tirar» fotografías en las que la belleza cobra mayor relevancia. En el fondo del viraje trasciende una explicación filosófica: «Si la imagen es tan sólo concepto sin belleza, se queda en algo puramente intelectual; pero si sólo existe lo plástico y bello, deviene una imagen vacía». En Cespedosa de Tormes ya se empezó a manifestar una evolución en la obra, con la introducción de elementos oníricos. Poco a poco, del blanco y negro se va pasando al color y a la cámara de formato grande (20×25), con la que actualmente realiza el 90% de sus fotografías. «Mi trabajo casi siempre oscila entre la realidad y la fantasía», afirma durante la conferencia en la universidad.
La serie «Extraños» se publicó en 2004 en forma de libro, pero no quedó cerrada entonces. El fotógrafo ha ido alimentándola y haciéndola más extensa a partir de sus diferentes trabajos: «Es como la destilación y el compendio de toda mi obra». La serie se caracteriza por las fotografías en blanco y negro, generalmente en formato cuadrado, con imágenes unidas en forma de díptico y en la que el autor mantiene la idea de los diferentes estratos de lectura. Así, una vaca desollada es algo más que un animal al que se le lamina el pellejo. Significa, también, que el autor se está abriendo en canal ante el espectador y la imagen pasa a ser un espejo en el que el fotógrafo se mira. «Se trata de una foto hacia el exterior, pero además me estoy fotografiando a mí mismo; de hecho, hay que leer todas estas imágenes como una metáfora», explica. Tampoco en «Extraños» Juan Manuel Castro busca significados cerrados, prefiere que el sentido de la fotografía quede abierto a la interpretación de cada espectador.
Además distingue en la serie hasta cuatro ejes temáticos: la infancia, el sexo (símbolo del ciclo de la vida y la muerte), la religión; y tanto la familia como el ámbito personal. Con la evolución de su obra, los cuatro elementos se reducen a dos: la religión y la muerte. El autor explica su idea de la imagen como espejo autobiográfico, mediante una fotografía con dos personajes despedazando un objeto. Se trata de una composición en forma de díptico, en cuya segunda parte aparecen la mujer e hijo del fotógrafo. Las dos imágenes, juntas, adquieren una significación especial: los miedos del autor; «pero cada persona puede interpretar lo que quiera», matiza Castro. Asimismo «los dípticos son como un juego, cuando se cambia una de las imágenes se modifica el sentido de la fotografía, y también de la historia».
Esta polisemia fotográfica en ocasiones es buscada por Juan Manuel Castro, pero otras veces surge de modo inconsciente. Señala como ejemplo el retrato de un campesino de Perú, imagen que incluye un pez (símbolo del cristianismo y de la influencia de la religión en el Altiplano peruano); en un estrato de complejidad mayor, el número 61, que remite a la canción «Autopista 61», de Bob Dylan. «Es una metáfora de la carretera y el viaje», revela. Tampoco el uso del color es algo baladí. Puede aportar un punto singular a la fotografía, que no proporciona el blanco y negro. «Una atmósfera especial», señala Castro. Así, puede lograrse la frialdad con la utilización de los azules. En cada trabajo fotográfico del autor de «Perú, viaje al sol» predomina un color. En «Etiopía», los primarios rojo, verde y amarillo.
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