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Vigilancia

Fuentes: La Jornada

 La senadora Dianne Feinstein denunció que fue víctima de espionaje con un drone que voló cerca de una ventana de su casa; sin embargo, la organización antiguerra Código Rosa dijo que varios de sus simpatizantes emplearon un drone de juguete en el domicilio de la congresista para protestar contra la vigilancia a los ciudadanos estadunidenses. […]

 
La senadora Dianne Feinstein denunció que fue víctima de espionaje con un drone que voló cerca de una ventana de su casa; sin embargo, la organización antiguerra Código Rosa dijo que varios de sus simpatizantes emplearon un drone de juguete en el domicilio de la congresista para protestar contra la vigilancia a los ciudadanos estadunidenses. La imagen, en una feria de productos electrónicos en Las Vegas Foto Ap

La poderosa senadora Dianne Feinstein, presidenta del Comité de Inteligencia, reveló que fue víctima de espionaje con un drone (aeronave manejada a control remoto) que voló afuera de la ventana de su casa; contó el episodio ante una audiencia del Comité de Comercio la semana pasada sobre políticas de drones. Por ello, sugirió la necesidad de proceder con cautela ante tales invasiones potenciales al autorizar el uso de los aparatos para fines comerciales.

Pero resulta que todo indica que el drone no fue más que un juguete empleado por manifestantes de la organización antiguerra Código Rosa contra el espionaje doméstico.

Nancy Mancias, organizadora de Código Rosa, confirmó que estaban ahí en junio por la fecha que mencionó Feinstein, en una manifestación contra el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y contra las declaraciones de la legisladora de que el filtrador Edward Snowden había cometido un acto de traición. Aunque no está segura de si a eso se refería la senadora, Mancias recuerda que habían llevado dos pequeños helicópteros de juguete pintados de rosa que hicieron volar frente a esa casa. Si fuimos nosotros, yo digo: misión cumplida, comentó al Daily Beast. Señaló que es interesante que Feinstein es defensora del uso de drones con fines de inteligencia y que, «queríamos simular el espionaje doméstico sobre su casa, para darle la sensación de lo que un ciudadano ordinario está sintiendo -y temiendo- todo el tiempo».

Todo lo cual lleva a la gran pregunta aquí: ¿quién determina quién debería ser vigilado, y quién vigila a los que están espiando?

A finales de la semana pasada, el presidente Barack Obama fue obligado a responder a las revelaciones basadas en los documentos secretos filtrados al público por Snowden, pero en su discurso, en el que detalló algunos cambios ambiguos, el objetivo principal no fue una reforma de fondo a los programas de vigilancia masiva, sino intentar recuperar la confianza del público de que éstos no han violado ningún derecho ni se ha abusado de ellos, y que son esenciales para la seguridad del público en este mundo tan violento y encabronado. Al final quedó claro que casi todos los programas continuarán, algunos tal vez con nuevas reglas, y sólo se suspenderá el espionaje contra líderes aliados y amigos (aunque no se detalló cuáles son esos y cuáles no).

En el Directivo Presidencial emitido por Obama el mismo día del discurso, donde se detallan las modificaciones, se afirma que Estados Unidos no recauda inteligencia con «el propósito de suprimir… crítica o disidencia», ni para fines económicos y comerciales, sino exclusivamente donde hay un propósito de inteligencia extranjera o contrainteligencia para apoyar las misiones nacionales y departamentales y no para ningún otro propósito. Afirma que la inteligencia electrónica es necesaria en Estados Unidos para avanzar en sus intereses de seguridad nacional y política exterior, y proteger del daño a sus ciudadanos y los ciudadanos de sus aliados y socios.

Sí, pero todo ese vocabulario se ha empleado siempre, y con ese mismo vocabulario se ha abusado del poder (programas secretos ilegales de represión contra movimientos locales, incluido el de Martín Luther King en los 60 y 70, así como la larga lista en el exterior de operaciones clandestinas ilegales como Irán-contras, o declarar terroristas a personas como Nelson Mandela), se ha engañado al público para lanzar guerras e intervenciones (Vietnam, invasiones de Grenada y Panamá, acciones contra Cuba y Venezuela, Irak, entre tantos más) y se han justificado decenas de acciones que organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos han documentado como graves violaciones de derechos y leyes internacionales. El directivo, como el discurso, solicita que la gente simplemente confíe en que el gobierno decida cómo definir todos estos términos.

Al parecer, a los vigilantes no les gusta que los vigilen y tal vez por eso demandan, ante propuestas para ser más transparentes y rendir mayores cuentas al público, que el público simplemente acepte que todo esto se hace por su propio bien y deje de hacer tantas preguntas, y mucho menos permitir revelaciones sobre lo que se hace.

De hecho, rehúsan revelar lo que se hace incluso a un legislador federal. El senador independiente Bernie Sanders recientemente envió una carta a la Agencia de Seguridad Nacional con una pregunta sencilla: ¿la NSA espía a legisladores estadunidenses? El jefe de la agencia, el general Keith Alexander, respondió sin responder: la NSA no hace nada ilegal, punto. Afirma que los legisladores gozan de los mismos derechos de privacidad que todo ciudadano estadunidense. Peor aún, ofrece un argumento maravillosamente cantinflesco para no responder: la NSA no puede hacer una búsqueda de sus datos para averiguar si se han incluido llamadas telefónicas de cualquier legislador porque eso sería ¡una violación de los derechos de privacidad de los legisladores!

Las revelaciones y el debate detonado por Snowden, así como el caso de Chelsea Manning, Wikileaks y otros filtradores, demuestran una y otra vez que es mucho lo que se oculta al público en nombre de la democracia. No sólo eso, sino que se castigará a cualquiera que se atreva revelar lo que se hace en nombre del pueblo, acusándolo de poner en peligro la seguridad de ese mismo pueblo. Pero la historia moderna de Estados Unidos está llena de ejemplos de cómo el gobierno secreto abusa del poder, y de que, a veces, el peor peligro para la democracia es lo que se hace en su nombre en secreto.

Tal vez la única solución es desplegar miles de drones de juguete sobre las casas y las oficinas de todos los que piden que se les confíe obrar en secreto, y así vigilar a los vigilantes. Se les puede asegurar que sus secretos no serán revelados si ellos no revelan los nuestros.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/01/20/opinion/025o1mun