A Ocupar Wall Street merece ya el nombre de movimiento nacional: se ha extendido a decenas de ciudades importantes de EE.UU. con idénticas consignas, consigue apoyo sindical y estudiantil. Es un movimiento pacífico, como prueba la reacción de los ocupantes de Oakland: el martes respondieron con una marcha sin mayores incidentes al brutal ataque policial […]
A Ocupar Wall Street merece ya el nombre de movimiento nacional: se ha extendido a decenas de ciudades importantes de EE.UU. con idénticas consignas, consigue apoyo sindical y estudiantil. Es un movimiento pacífico, como prueba la reacción de los ocupantes de Oakland: el martes respondieron con una marcha sin mayores incidentes al brutal ataque policial contra su campamento que terminó con cien arrestos y un agredido baleado y en estado de coma. Es pacífico pero no pasivo y el miedo empresarial pasa sigiloso por las calles del centro financiero más importante del mundo.
Es notorio que estos indignados se declaran representantes del 99 por ciento infortunado de la población estadounidense y que sus reclamos están dirigidos al opulento uno por ciento del país. Forbes invitó a varios multimillonarios de sus listas a visitar de incógnito a los reunidos en el Parque Zuccotti, ahora de la Libertad, para conocer de primera mano las demandas de los ocupantes. Sólo aceptó Jeff Greene, magnate del negocio inmobiliario al que la revista le calcula un capital de 2100 millones de dólares, y éste fue su comentario: «Por ahora es como una manifestación estudiantil, una muestra de la frustración de la clase media, pero podría eventualmente desembocar en la violencia, el próximo paso a temer» (www.forbes.com, 19/10/11).
No falta el ejecutivo que contactó a una agencia privada de seguridad «solicitando ayuda para planear su huida de EE.UU. en el caso de que el gobierno federal fuese derrocado», informa el New York Times. Ni el banco que distribuye entre sus empleados un manual de seguridad ad hoc con instrucciones como éstas: «Evitar las zonas pobres o aisladas que los tornan vulnerables a un ataque». O: «Eludir confrontaciones y contactos innecesarios con los manifestantes», «No portar la identificación o algún logo del banco», «No caminar o conducir solo», «No razonar o argumentar con los manifestantes», «Si le parece que está en peligro o si observa actividades sospechosas o ilegales, llame a la policía o marque 911», «Sea un buen testigo y procure recordar al máximo posible los detalles de lo que ocurra» y otras del mismo tenor (www.truthout.org, 16/10/11).
Hay, sin embargo, seres felices en medio de esta paranoia: los fabricantes de dispositivos de seguridad y los directores de las agencias del ramo. Ejecutivos de bancos, compañías financieras y aseguradoras llaman cada vez con más frecuencia a las firmas que se ocupan de proporcionar seguridad. Paul M. Viollis, confundador de Risk Control Strategies -que vende protección a algunos de los ejecutivos más importantes de Wall Street-, espera «duplicar con creces sus ingresos este año» (www.nytimes.com, 18/10/11). Christopher Falkenberg, director de Insite Security, dice que los suyos aumentarán un 40 por ciento. Las tarifas son picantes.
Un guardaespaldas fornido y entrenado del «servicio profesional de protección» puede costar 200 dólares la hora y un chofer full-time hasta 150.000 por año. La vigilancia de locales y oficinas se cobra por metro cuadrado y el precio de un sistema completo de seguridad para viviendas oscila entre los 100.000 y 1,5 millón de dólares. Se ofrecen -y se venden- además ventanales a prueba de balas y artefactos de vanguardia como cerraduras biométricas que sólo se dejan abrir si la huella digital es la correcta, cámaras de infrarrojo que graban aunque la oscuridad sea total y sensores especiales que detectan movimientos de algún posible intruso. La panoplia es amplia. Y cara.
En tanto, los indignados multiplican acciones novedosas. Instan a escribir cartas con los agravios bancarios padecidos y enviarlas a los gigantes financieros como Goldman Sachs, Bank of America o Wells Frago y aun personales a unos 180 de sus ejecutivos prolijamente elencados (www.occupytheboardroom.org). El propósito es irónico: como «la vida de los de arriba se ve rodeada por una creciente y terrible soledad», esas cartas les permitirán saber «que alguien está pensando en ellos». No deben de ser pensamientos halagadores para los CEO de Morgan Stanley o del Citigroup. Los ocupantes proyectan inaugurar un tribunal público para juzgar los delitos contra los estadounidenses cometidos por Goldman Sachs.
El grupo Anonymous probó su eficacia hackeadora bloqueando a megaempresas como Master Card, Paypal, Visa y Amazon en apoyo de Wikileaks. Ahora promete acciones en favor de los indignados y el asalto más peligroso para el sector financiero estadounidense no se detendrá con ventanas blindadas ni cerraduras biométricas. Las nuevas técnicas electrónicas son algo serio.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-180406-2011-11-03.html