Cientos de condenados a muerte a la espera de ejecución rezan en Zambia por una intervención divina que permita al verdugo poner fin a su infierno sobre la Tierra, según un recluso recién liberado. «Es tan doloroso estar en el limbo que rezábamos para ser ahorcados», dijo a IPS Churchill Malama, de 33 años. Pero […]
Cientos de condenados a muerte a la espera de ejecución rezan en Zambia por una intervención divina que permita al verdugo poner fin a su infierno sobre la Tierra, según un recluso recién liberado.
«Es tan doloroso estar en el limbo que rezábamos para ser ahorcados», dijo a IPS Churchill Malama, de 33 años. Pero el verdugo está de brazos cruzados desde hace 11 años.
Malama pasó tres años esperando la ejecución en la cárcel de máxima seguridad de Mukobeko, en la central localidad de Kabwe. Pero la Corte Suprema de Justicia revocó en marzo su condena por asesinato.
El «tormento» y el «trauma» que sufren estos desesperados sólo se alivia con las oraciones y el diálogo con otros reclusos. «Allí no hay actividades para relajar la mente», explicó Malama.
Describió como «dolorosas y degradantes» las condiciones de vida para los condenados, hacinados en 48 celdas. «Cada una, de apenas dos metros y medio por dos metros, está prevista para albergar a uno o dos reclusos, pero había cinco o seis de nosotros con dos colchones para compartir», explicó.
No había saneamiento o ventilación. «Improvisábamos retretes cortando contenedores de plástico de cinco litros o de dos litros y medio», aseguró Malama.
Durante el día, se dejaba a los condenados a muerte –un total de 306 al momento de la liberación de Malama– salir de sus celdas. Pero el angosto pasillo por el que podían circular era de apenas 90 metros cuadrados, dijo.
Malama recordó el traumático 10 de febrero de 2005, fecha en que fue condenado a muerte por la Corte Suprema en Lusaka. Había pasado cuatro años en prisión preventiva.
Se lo acusaba de asesinato y robo luego de ser atacado por una pandilla armada. Malama custodiaba entonces una central eléctrica urbana con otros seis miembros del Servicio Nacional de Zambia, cuerpo militar que colabora con proyectos civiles. Dos oficiales fallecieron en el ataque.
«Informé sobre el caso a las autoridades, pero la policía se volvió en mi contra. El juez que me condenó me llamó conspirador. Soy inocente y nunca esperé ese pronunciamiento: ‘Usted está condenado a morir en la horca.’ Sentí que el mundo se cerraba sobre mí. Hasta perdí el conocimiento», relató.
Desde su condena, el personal de la prisión, que antes era amigable, lo trató como un delincuente peligroso.
Malama fue trasladado en un camión a alta velocidad a Kabwe, junto con otros cinco reclusos condenados ese mismo día. «En vez de las dos horas que normalmente insume llegar a Kabwe, demoramos una», recordó.
Dos veces en los años posteriores asistió a audiencias de apelación en la Corte Suprema. Pero su caso era suspendido una y otra vez. En la tercera ocasión, este año, el alto tribunal dispuso su libertad.
«No podía contener las lágrimas. Estaba fuera del infierno. Era increíble. Mi familia tampoco lo podía creer, ni aun cuando llegué a casa. Era como si yo hubiera resucitado. Lloraba toda la familia, incluso mi padre y mi madre», expresó.
Ahora Malama se dispone a unirse a la campaña contra la pena de muerte en Zambia. Pero hasta los activistas manifiestan escepticismo al respecto.
La comisión que estudia una reforma constitucional decidió mantener la pena de muerte como las posibilidades de castigo, dijo a IPS el abogado Kelvin Hang’andu.
«Como activistas, no hemos hecho suficiente para comunicar el mensaje», dijo Leonard Kalinde, otro abogado y abolicionista. «Necesitamos más educación sobre la pena de muerte. Como nación civilizada, ya debíamos haberla abolido. Ahora deberíamos estar dedicados a la reforma del sistema penal.»
«Las imperfecciones de nuestro sistema de justicia penal hace que no todo sentenciado a muerte haya sido, en realidad, culpable de un delito», dijo a IPS el obispo Enocent Silwamba, director ejecutivo de la filial zambiana de Prison Fellowship International.
Una delegación de la Comisión de Derechos Humanos y de los Pueblos de la Unión Africana llamó a Zambia a abolir la pena capital.
Pero la relatora especial para la libertad de expresión del bloque, Pansy Tlakula, manifestó el mes pasado su beneplácito porque en Zambia no se haya ejecutado a ningún condenado desde 1997.
En respuesta, el ministro de Información y Transmisiones, Mike Mulongoti, dijo que era la Convención Nacional Constituyente será la que finalmente decidiría sobre el asunto.
Desde la independencia de Zambia, en 1964, las autoridades ejecutaron en la horca a 53 condenados, según estimaciones informales.
En 2004, el presidente Levy Mwanawasa prometió no firmar ninguna condena a muerte mientras ocupara el cargo. En 2007 fue reelecto por otro periodo de seis años.