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483.832 razones para no creer en los «derechos humanos» de EE.UU. y Gran Bretaña

Fuentes: La Jornada

Antecedentes. El lema de los derechos humanos se había convertido en un arma omnipotente letal en el arsenal propagandístico de Estados Unidos que lo usa(ba) de forma discrecional. Existían obscenas excepciones (v.gr. las carnicerías de Acteal y Aguas Blancas de su aliado Zedillo), pero en términos generales el arma disuasiva de los derechos humanos le […]

Antecedentes. El lema de los derechos humanos se había convertido en un arma omnipotente letal en el arsenal propagandístico de Estados Unidos que lo usa(ba) de forma discrecional. Existían obscenas excepciones (v.gr. las carnicerías de Acteal y Aguas Blancas de su aliado Zedillo), pero en términos generales el arma disuasiva de los derechos humanos le rindió suculentos dividendos a EE.UU. para presionar a China y desestabilizar a Rusia (con mayor ferocidad en la etapa de Breznev), ya no se diga otras vulnerables potencias medianas arrasadas por las revoluciones de colores caleidoscópicos de Baby Bush.

Desde Carter, los derechos humanos cobraron una relevancia exquisita con los que EE.UU. se había convertido en juez supremo universal para cobrarse facturas geopolíticas con sus rivales y hacer avanzar su agenda unilateral -no pocas veces sincronizadas trasatlántica y armónicamente con el otorgamiento faccioso de muy polémicos premios Nobel de la Paz (que confiere la petrolera Noruega, miembro duro de la OTAN) y de Literatura (que adjudica Suecia, cada vez más cargada a la extrema derecha neonazi e islamófoba).

Muchos países naufragaron entre el Escila de los derechos humanos (en sincronía con ciertos Nobel de la Paz y de Literatura) y el Caribdis de las gradaciones financieras de la descalificada tripleta de calificadoras de EE.UU. Hasta el megaespeculador cosmopolita George Soros, instrumento de los banqueros esclavistas Rothschild, todavía ostenta su presunta institución de vigilancia de los derechos humanos (Human Rights Watch), mientras descuartiza financieramente a los ciudadanos de los países rivales (y amigos como México) de EE.UU. y Gran Bretaña.

También es cierto que desde la espeluznante exhibición de las torturas en la siniestra cárcel de Abu Ghraib, al unísono de la cruel misantropía en la base de Guantánamo, la dupla Cheney-Baby Bush había sido puesta en la picota por quienes aún creemos que los derechos humanos constituyen un valor universal inalienable de primer orden -quizá uno de los pocos valores rescatables que le quedan a los países valetudinarios para defenderse del asedio irredento de los omnipotentes- y no la exclusiva propiedad monopolista de la hipócrita virtud excepcional de la dupla anglosajona hoy vilipendiada por el ultraje universal.

Hechos. Hoy existen 483.832 razones adicionales para dejar de creer en los barbáricos derechos humanos de la invasora dupla anglosajona de EE.UU. y Gran Bretaña, amparadas por la divulgación masiva por Wikileaks de 92.000 documentos secretos (15.000 todavía por publicar) hace tres meses sobre la guerra en Afganistán (entre 2004 y 2009) y otros 391.832 más recientes de la guerra en Iraq bajo el estigma del homicidio gratuito y la tortura atroz de CIVILES.

Los documentos redactados crudamente por soldados estadunidenses de rango menor exhiben el grado de barbarie sádico-hedonista que han alcanzado los ejércitos anglosajones y su caterva de mercenarios consustancialmente inimputables (que no pueden ser juzgados), a fortiori si se demuestra su consuetudinaria psicopatía multiasesina.

Más allá de los perturbadores orígenes primigenios de Wikileaks y la controversia que pende sobre su polémico director, el australiano Julian Assange hoy a salto de mata, varios analistas se han dedicado a clasificar sus macabros hallazgos donde, en esta ocasión, resaltan los crímenes y torturas de CIVILES por empresas privadas anglosajonas con quienes Donald Rumsfeld (secretario de Defensa bushiano) y el ex vicepresidente Dick Cheney pretendieron privatizar, deslocalizar (outsource) y globalizar las guerras permanentes de EE.UU. y Gran Bretaña.

Sean Rament, de The Daily Telegraph (24/10/10), destaca la orgía de asesinatos, torturas y abusos físicos conducidos a escala industrial (¡súper sic!), relatados con detalle nauseabundo y ante los cuales los comandantes cerraron los ojos.

Hamid Karza, presidente de Afganistán, fustigó de forma estridente a EE.UU. por exportar los asesinatos mediante «la contratación de empresas privadas de seguridad (…) financiadas por el gobierno (¡súper sic!) estadunidense» y quienes son responsables de la letanía de crímenes sanguinarios (sic) contra el pueblo afgano (NYT, 25/10/10).

Le Monde (23/10/10) evidencia el papel ambiguo de los mercenarios en Iraq, donde el ejército estadunidense recurrió en forma masiva (sic) a las empresas privadas de seguridad, como Xe (ex Blackwater) quienes seguido (sic) estuvieron implicadas en incidentes que cobraron la vida de civiles. El rotativo galo comenta que los mercenarios de las empresas privadas, por su naturaleza, no están sometidos a las mismas reglas de vida en las casernas que los soldados estadunidenses y su papel exacto (sic) es muy nebuloso.

James Glanz y Andrew W. Lehren (de TNYT (23/10/10) consideran que el uso de contratistas (sic) se agregó al caos en Iraq. De forma alarmante confiesan la necesidad imperativa de contratistas para ayudar a los militares. No dicen número, pero calculan que existen más contratistas que militares de servicio en Afganistán. Ergo, existen más mercenarios que soldados anglosajones en Iraq y Afganistán. Ben Farmer (The Daily Telegraph, 25/5/10) calculó que a finales de este año habría 98.000 soldados estadunidenses en Afganistán. ¿A cuántos miles ascenderá el número de contratistas y subcontratistas de la muerte en Iraq y Afganistán, respectivamente?

Glanz y Lehren abordan de forma tangencial y superficial las crueles hazañas de las empresas privadas de mercenarios expuestas por Wikileaks: las británicas Global, Aegis y Armor Group; las estadunidenses KBR, Xe Services (ex Blackwater), Custer Battles, DynCorp Intl y EOD Technology; la australiana Unity Resources Group (con sede en Dubai), y la fantasmagórica Danubia Global Inc (con sede en Rumania).

Sin alterarse, comentan que se espera que crezca el uso de contratistas conforme las fuerzas estadunidenses se reduzcan. Refieren que en julio pasado, la comisión de contratistas en periodo de guerra del Congreso estimó que solamente el Departamento de Estado duplicará (¡súper sic!) el número de contratistas para proteger (sic) la embajada de EE.UU. y sus consulados en Iraq.

Es decir, el problema en Iraq no es ahora el vacío de poder debido a la retirada oficial del ejército de EE.UU, sino su sustitución por mercenarios de las empresas privadas de seguridad que asesinan sin discriminación a los CIVILES.

Conclusión. El problema es más profundo: proviene de la fracasada Revolución en Asuntos Militares (RAM) de Rumsfeld, que pretende privatizar y globalizar la guerra con mercenarios, además de automatizar y robotizar sus escuadrones masivos de la muerte, con o sin drones, a imagen y semejanza de las contrataciones y subcontrataciones de sus nocivas trasnacionales, en particular de sus bancos cleptomaniacos y sus petroleras depredadoras.

¿Cuál es la diferencia entre la globalización militar y su gemela globalización financiera, cuyo común denominador consiste en diseminar indiscriminadamente la muerte por sus mismos actores: obscenamente visible en la primera y por la mano invisible de la segunda?

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/27/index.php?section=opinion&article=020o1pol

rCR