Ya Sun Tzu, quinientos años antes de nuestra era, como se lee en su tratado «El Arte de la Guerra», se refería a ésta diciendo que «es un asunto serio; da miedo pensar que los hombres pueden emprenderla sin dedicarle la reflexión que requiere». Es evidente que Bush no había leído esto cuando desencadenó aquella […]
Ya Sun Tzu, quinientos años antes de nuestra era, como se lee en su tratado «El Arte de la Guerra», se refería a ésta diciendo que «es un asunto serio; da miedo pensar que los hombres pueden emprenderla sin dedicarle la reflexión que requiere». Es evidente que Bush no había leído esto cuando desencadenó aquella nefasta guerra contra el terrorismo cuyos efectos está sufriendo hoy la humanidad y, sobre todo, los pueblos musulmanes sobre los que el rayo del Pentágono descargó con mayor virulencia y menor reflexión.
Al enumerar el filósofo chino lo que él llama los cinco factores fundamentales para ganar una guerra, dice: «El primero de estos factores es la influencia moral». La moderna traducción de los vocablos de la antigua China se presta a discusión, pero es esta influencia moral la que, también según Sun Tzu, hace que «el pueblo [la base de todo ejército] olvide el riesgo de la muerte» y se lance a la batalla «con la alegría de superar las dificultades».
En todas las academias militares del mundo se enseña la importancia del factor moral en la guerra, y la historia bélica muestra que, en muchas ocasiones, una superioridad moral puede compensar con creces la inferioridad en armas u otros factores.
Desde principios de 2015, un equipo de investigadores ha estado trabajando sobre el terreno en los frentes de combate contra el Estado Islámico (EI), precisamente para investigar ese factor moral, es decir, para evaluar la capacidad de los combatientes para sacrificarse por sus compañeros y por la causa que defienden, luchando e incluso muriendo.
Sus resultados se han publicado en septiembre pasado en la revista Nature – Human behaviour, bajo un título que puede traducirse como «La voluntad de combatir del participante abnegado y la dimensión espiritual de los conflictos humanos» (The devoted actor’s will to fight and the spiritual dimension of human conflict).
Descubrieron en ese tipo de personas, a las que denominan participantes abnegados (devoted actors), tres factores esenciales: (1) la dedicación a unos valores indiscutibles, sagrados o espirituales, y al grupo al que pertenecen; (2) la disposición a abandonar a la familia o los parientes para defender esos valores; y (3) la sensación de que la fortaleza espiritual del grupo frente a los enemigos es más importante que la fortaleza material.
Los investigadores entrevistaron a muchos participantes en esta guerra. Lo que observaron difería a veces mucho de lo que los medios de comunicación vienen informando. El jefe de una milicia árabe suní, que ahora lucha contra el EI junto al ejército iraquí y las milicias kurdas, confesó que inicialmente dio la bienvenida al EI. Pero, como otros jefes tribales, cambió de bando cuando el EI inició una lucha de clases, incitando a los más pobres a apoderarse de los bienes de la élite privilegiada.
Una conclusión inquietante de la investigación es que el EI, aunque ha perdido el control de gran parte del territorio suní en Irak, ha mentalizado a toda una generación de jóvenes árabes suníes que creen firmemente que la sharia es el único modo de gobernar la sociedad, un valor por el que están dispuestos a luchar y morir. «La sharia no es el gobierno de los hombres sino el de Dios», declaró un joven en un campo de refugiados.
Según los investigadores «las personas que entrevistamos y evaluamos asociaban casi siempre la democracia con la debilidad humana y la perfidia; es lo mismo que vivir bajo una mayoría chií elegida a instigación de EE.UU., que solo les había traído la tiranía». En opinión de otro joven «la democracia lleva directamente a las guerras y a la desconfianza entre el pueblo. No la quiero… EE.UU. desea imponer la democracia para dividir a los suníes; el EI nos trajo esperanza con la sharia…».
La conclusión definitiva de esta investigación no deja mucho lugar al optimismo. El Estado Islámico puede haber perdido gran parte de la base territorial del Califato, pero no ha perdido la lealtad de los árabes suníes de esta zona, cuyo valor fundamental es el sometimiento total a la ley islámica.
Las circunstancias básicas del conflicto político y religioso que hizo que los pueblos aceptaran al EI apenas se han modificado. A menos que no cambien esas circunstancias en el sentido de una mayor tolerancia -lo que implicaría modificar el peso de la ley islámica en la sociedad suní de Irak- «el espectro del Estado Islámico seguirá rondando esta región», afirman los investigadores.
Artículo publicado originalmente en República de las ideas