La organización de Naciones Unidas para la Alimentacion y la Agricultura (FAO) sigue lanzando alertas constantes sobre el peligro que representan para África del Norte las plagas de langosta que desde esta primavera amenazan con destruir las cosechas en el Magreb. No todos los años hay plaga. La última de excepcional envergadura se produjo entre […]
La organización de Naciones Unidas para la Alimentacion y la Agricultura (FAO) sigue lanzando alertas constantes sobre el peligro que representan para África del Norte las plagas de langosta que desde esta primavera amenazan con destruir las cosechas en el Magreb. No todos los años hay plaga. La última de excepcional envergadura se produjo entre 1984 y 1987, y acabó con los cultivos de amplias zonas de Mauritania, Marruecos y Argelia, causando estragos estimados en más de 300 millones de euros. Por el momento, los enjambres gigantes de saltamontes devoradores se hallan al sur de la cordillera del Atlas, pero sobre todo en los países del Sahel: Mauritania, Mali, Níger, Chad. Pero van avanzando hacia Libia y Sudán donde, con el comienzo de la estación de las lluvias, está resurgiendo la vegetación. Se ha dado el caso que se adentren hacia el Nilo (en la Biblia aparecen como una de las peores plagas de Egipto ) y el Oriente Próximo, crucen Mesopotamia y Persia para alcanzar Pakistán y hasta India.
La langosta del desierto ( Shistocerca gregaria ) es un insecto que llega a medir entre doce y quince centímetros. Cuando es adulta se hace gregaria y se desplaza en nubes de millones de saltamontes que engullen todos los vegetales que encuentran. Cada insecto pesa unos dos gramos, y puede comer el equivalente de su propio peso de materia verde cada día. Un enjambre pesa alrededor de tres toneladas por hectárea y devora esas mismas toneladas de vegetación cada día. Una tonelada de langostas se zampa a diario, según la FAO, la misma cantidad de vegetales que diez elefantes, 25 camellos o 2.500 personas. El paso de un solo enjambre puede arruinar el trabajo agrícola de aldeas enteras de campesinos. Si un enjambre se posa en un campo, engulle toda la cosecha en menos de una hora. Sus manjares preferidos son el trigo, el centeno y los pastos naturales, pero cuando ya no quedan atacan cualquier otra cosecha. En 1956, en el valle del Souss, al sur de Marruecos, lo devoraron todo, se comieron hasta la corteza de los naranjos¿
Si este año toca plaga es por culpa del verano del 2003. Al inmovilizarse el anticiclón de las Azores durante semanas sobre Europa occidental -lo cual causó la letal canícula del estío pasado-, las lluvias procedentes del Atlántico fueron desviadas por las altas presiones hacia el sur. En verano, la langosta pone sus huevos, los entierra en el suelo, en el sur del Sahara. El verano del 2003 fue terriblemente lluvioso en esa zona. Y la mayoría de los huevos prosperaron en tierra húmeda. Ayudadas por el viento dominante, las langostas que nacieron entonces, agrupadas en enjambres gigantes, empezaron a subir hacia el norte y, por primera vez en diecinueve años, atravesaron el Sahara. Ya en el Magreb, a finales de otoño, volvieron a poner huevos¿
Cuando los vientos ayudan, pueden cruzar el Estrecho y llegar a España. En 1941 alcanzaron Zaragoza. En 1956, Extremadura. Durante la última gran plaga, en 1987, se aparecieron por Roma¿ Para evitar que se extienda la amenaza, la FAO patrocina un programa de fumigación intensiva con pesticidas. Participa en él España, que ha enviado nueve aviones al sur del Atlas para tratar de contener la invasión.
Para los campesinos del Magreb, el uso de pesticidas es una segunda catástrofe. Porque vuelve incomestibles las langostas. Pues hay que saber que esos saltamontes se comen. Muchas veces hasta constituyen, para una población desnutrida, la única fuente anual de proteínas. Otros los usan como remedio milagro contra ciertas patologías. En estos momentos, en la región de Tiznit, el saco de 50 kilos de langostas vale unos 20 euros.
Por paradójico que parezca, los años de plaga son, para muchos labriegos pobres, períodos de festín. Yo recuerdo, de niño en Marruecos, aquellos veranos de langosta en Larache o Mequinez como épocas de divertida fiesta callejera. Por todas partes se improvisaban puestecillos ambulantes donde se asaban esos saltamontes gigantes que se vendían en cucuruchos de papel. Y se comían bien salados como deliciosas patatas fritas.