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El reflejo de Kosovo en Georgia

Fuentes: La Estrella Digital

 Para empezar a poner las cosas en su justo punto en cualquier análisis del conflicto ruso-georgiano, es conveniente cerrar los ojos ante algunos de los principales medios de comunicación y buscar la realidad de lo ocurrido, por difícil que esto pueda parecer. Que no lo es tanto, desde el momento en que a través de […]

 Para empezar a poner las cosas en su justo punto en cualquier análisis del conflicto ruso-georgiano, es conveniente cerrar los ojos ante algunos de los principales medios de comunicación y buscar la realidad de lo ocurrido, por difícil que esto pueda parecer. Que no lo es tanto, desde el momento en que a través de Internet se pueden obtener valiosos testimonios de lo que allí ocurre minuto a minuto, si se es capaz de filtrar lo que de propaganda bélica puedan éstos contener.

Así, por ejemplo, el por otra parte prestigioso diario International Herald Tribune aludió a la «ofensiva rusa contra Georgia» como causa iniciadora del actual conflicto, ocultando que fue el gobierno de Tiflis el que lo desencadenó -eligiendo el cuándo, cómo y dónde- al invadir Osetia del Sur el pasado 7 de agosto, y ocupar y destruir parcialmente, por la fuerza de las armas, su capital Tsijinvali, iniciando la primera ola de limpieza étnica y de población civil expulsada de sus hogares.

La contraofensiva rusa se inició un día después y con ella se desencadenó otra limpieza étnica de signo contrario. Se atacó tanto por tierra en Osetia del Sur y zonas próximas, como por aire contra instalaciones militares y nudos de comunicaciones en el interior de Georgia. Podrá esta acción ser tenida por desproporcionada o cruel (incluso por quienes no ven crueldad ni desproporción en la invasión angloamericana de Iraq) y hasta hay quien la aprovecha para traer a colación al «oso ruso» o afirmar que «la verdadera faz de la violencia rusa ha quedado al descubierto», desfogando así sus fobias personales, pero lo que no puede hacerse es invertir el orden de los acontecimientos para apoyar argumentos falsos.

Así que el interrogante inicial que es necesario plantearse es por qué el presidente georgiano decidió emprender una acción militar agresiva que, sin duda alguna, sabía que traería serias consecuencias a su país, en primer lugar, a la región caucásica, después, y a la comunidad internacional, acto seguido. El tiempo irá desvelando esta incógnita, no solo atribuible a la volatilidad de un presidente a todas luces inmaduro para las responsabilidades que sobre él recaen, por muy democráticamente que haya sido elegido. Deberían producir escalofríos en el Cuartel General de la OTAN sus últimas declaraciones afirmando que la invasión rusa se ha producido por la negativa de la Alianza a admitir a Georgia como nuevo miembro. La OTAN convertida en último salvavidas para dirigentes irresponsables en regiones de alta conflictividad augura un futuro muy agitado para sus miembros.

También sería conveniente averiguar hasta qué punto el Alto Mando ruso en la zona estaba informado de las intenciones georgianas. La rapidez de la respuesta militar induce a sospechar que existían unidades del ejército ruso próximas a la frontera entre las dos Osetias y listas para actuar. ¿Participó Rusia en una trampa en la que cayó el irreflexivo presidente georgiano? También el tiempo lo aclarará a no mucho tardar.

El principal problema de hoy es alcanzar un acuerdo que silencie las armas. No parece tarea fácil. Y no lo es porque este conflicto es un reflejo especular del que enfrentó a Serbia y a la comunidad internacional en relación con la provincia secesionista de Kosovo. Abjasia y Osetia del Sur son, en relación con el Gobierno de Tiflis, el eco de lo que para Belgrado supuso la independencia de Kosovo, aunque Albania y Rusia no desempeñen en ambos casos análogo papel. Se trata de dos territorios, oficialmente georgianos, cuyos pueblos no se sienten parte de esa nación y aspiran a la independencia o a una vinculación más estrecha con Rusia. De hecho, vienen gozando de una autonomía de facto que en los años noventa obtuvieron por la fuerza de las armas, enfrentados a las tropas enviadas por Tiflis para subyugarlos.

La fórmula que usó EEUU, con apoyo de varios Estados europeos, para impulsar la independencia de Kosovo ante la oposición de Moscú, es ahora utilizada por Rusia en Georgia. En febrero pasado escribí en estas páginas que una consecuencia de la secesión kosovar sería que «Rusia podría apoyar a los independentistas de los dos territorios georgianos que aspiran a depender de Moscú mientras en Tiflis se sueña con la OTAN y con el apoyo inmediato de EEUU. El conflicto está servido». Y ha tardado poco tiempo en estallar.

Europa está cogida entre dos fuegos. Se ve forzada a abrirse camino entre las políticas que se adoptan en Washington y Moscú -ninguna de las cuales suele responder directamente a sus intereses- y asiste, con lamentable frecuencia de modo pasivo, al enfrentamiento entre los intereses de Rusia y EEUU. Si la canciller alemana regaña a Medvedev por la invasión de Georgia, Washington aprovecha para oficializar el despliegue de unos inútiles «misiles antiterroristas» en Polonia -a sabiendas que esto aumenta la presión sobre Moscú- y Sarkozy se adorna con los laureles de unos acuerdos de paz a los que no se ven más posibilidades de éxito que a las fracasadas conversaciones de Annápolis del pasado noviembre. Europa sigue sin una voz única. ¿No será porque todavía sus ciudadanos no están lo suficientemente atemorizados como para desear ser gobernados por un «comandante en jefe», enérgico e iluminado por la divinidad, como sucede al otro lado del Atlántico Norte?


* General de Artillería en la Reserva