Es curioso lo que sucede con los vicepresidentes que eligieron los actuales candidatos a gobernar EE.UU.: el republicano John McCain, que anunció su decisión de combatir enérgicamente el calentamiento global, irá a las elecciones de noviembre próximo en compañía de Sarah Palin, gobernadora de Alaska, miembro de la Asociación Nacional del Rifle y una convencida […]
Es curioso lo que sucede con los vicepresidentes que eligieron los actuales candidatos a gobernar EE.UU.: el republicano John McCain, que anunció su decisión de combatir enérgicamente el calentamiento global, irá a las elecciones de noviembre próximo en compañía de Sarah Palin, gobernadora de Alaska, miembro de la Asociación Nacional del Rifle y una convencida de que el fenómeno no es producto de la actividad humana. En tanto, el demócrata Barack Obama, que se distingue por haber votado contra la invasión a Irak y no cesa de enrostrárselo a su oponente, será acompañado por Joseph Biden, senador durante cuatro períodos seguidos que apoyó sin reservas la invasión a Irak y ahora la critica y se arrepiente. Bien decía René de Chateaubriand: «En política, el resultado casi siempre contraría lo previsto».
Es evidente la pelea de ambos por arrancarse votos. McCain cree que una compañera de fórmula le atraerá los sufragios de demócratas mujeres todavía enojadas porque Hillary Clinton no fue la elegida. Obama piensa que un conservador como Biden puede arrimarle votos de los llamados «halcones liberales», practicantes de una extraña ideología que incluye las políticas de guerra. La elección del republicano sorprende menos que la del demócrata: Biden insistió en que Obama no estaba preparado para ejercer la presidencia hasta que éste le ofreció compartir la fórmula. Pero lo central pasa por otro lado: la guerra contra Irak.
Biden fue uno de sus defensores más acérrimos y así proporcionó una cobertura bipartidaria al peor desastre de la política exterior estadounidense en las últimas tres décadas. En su calidad de presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, en julio de 2002 -nueve meses antes de la invasión- convocó audiencias sobre la guerra ya preparada a las que no citó a especialistas y organismos que ponían en tela de juicio el pretexto: que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. A finales del 2002, Biden defendió el derecho de W. Bush a invadir Irak y votó a favor de todas las partidas presupuestarias destinadas a financiar la ocupación que exigió la Casa Blanca. Hizo más: propuso la división del país invadido según alineamientos étnicos con gobiernos regionales y una autoridad central débil. Fue demasiado: la mayoría de los legisladores iraquíes impugnó la idea.
Steven Zunes, catedrático de la Universidad de San Francisco, se refiere a esta contradictoria situación: subraya que una de las cartas más fuertes de Obama frente a McCain es precisamente su casi solitaria posición contra la guerra. «Al elegir a Biden, sin embargo, quien fue tan partidario de la guerra como el candidato republicano -señala el politólogo-, Obama está diciendo ahora que eso realmente no importa y cohíbe así una de sus principales ventajas. La ‘experiencia’ de Biden es la de un militarista cuyo desprecio por el derecho internacional se puso de manifiesto tanto en sus duras posiciones sobre Irak como en otras cuestiones críticas de la política exterior» de EE.UU. (www.alternet.org, 23/8/08). ¿Entonces?
En el discurso que pronunciara al aceptar la candidatura a presidente por el Partido Demócrata -que la prensa internacional calificó de histórico-, Obama prometió el cambio de políticas en distintos campos, pero explicó la necesidad de retirarse de Irak para concentrar la acción en «el frente principal de la guerra antiterrorista»: Afganistán. Los tonos belicistas de Biden fueron similares. Esa es la «guerra justa», según los halcones liberales, la de Irak, no. Así se encuentran los dos candidatos demócratas y cabe imaginar que Biden se convertirá en el Dick Cheney de Obama. Es notorio cómo el vice de W. Bush resolvió sin mayor trámite que los atentados del 11/9 eran obra de Saddam y manipuló la información para «probarlo». Cheney es la eminencia gris de la llamada «guerra antiterrorista» y siempre hubo dudas acerca de quién era el verdadero número uno en la materia. Dicho de otra manera: gane quien gane, el partido de la guerra seguirá en la Casa Blanca.
La situación en Afganistán es cada vez más engorrosa para las fuerzas de la OTAN encabezadas por EE.UU.: no están vencidas, pero tampoco pueden ganar y de ahí el clamor de los «halcones-gallina» pidiendo más tropas estadounidenses cumplir de una vez los proyectos energéticos trazados hace más de veinte años. Y siguen los «daños colaterales» de civiles afganos causados por los bombardeos aliados: 90 muertos en Herat, de los que 60 eran niños, tres niños en la provincia de Paktika y dos de un año y dos años de edad en los arrabales de Kabul. No sorprende que, en lo que va del año, los talibán aumentaran en un 40 por ciento sus ataques en relación con el 2007. Si sale electo, al tándem Obama-Biden le espera otro pantano.