Los presuntos avances que el gobierno estadounidense de Barack Obama se atribuye en la guerra que libra en Afganistán contra el movimiento extremista Talibán se sustentan en acciones cada vez más violentas contra la población civil. Los «progresos» que publicita Washington se basan en la toma militar de tres distritos rurales cercanos a la sureña […]
Los presuntos avances que el gobierno estadounidense de Barack Obama se atribuye en la guerra que libra en Afganistán contra el movimiento extremista Talibán se sustentan en acciones cada vez más violentas contra la población civil.
Los «progresos» que publicita Washington se basan en la toma militar de tres distritos rurales cercanos a la sureña ciudad de Kandahar, capital de la provincia homónima. Pero esos avances tácticos implicaron profundizar la debilidad estratégica original que Estados Unidos tiene en Afganistán: el generalizado rechazo a la presencia extranjera en todo el sur del país, donde predomina la etnia pashtún.
La ofensiva en Kandahar, abiertamente rechazada por las autoridades provinciales, se acompañó con una variedad de tácticas caracterizadas por la creciente brutalidad. La peor fue la demolición masiva de casas, tanto de aldeanos que habían huido o que permanecían en sus aldeas cuando se inició la operación comandada por Estados Unidos y fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Esa acción sin precedentes y otras igualmente duras indican que el general David Petraeus -que comanda tanto a las tropas de su país como a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF)- dejó de lado su pretensión de ganar el respeto de la población local en los bastiones del Talibán.
En los distritos de Arghandab, Zhari y Panjwaii las tropas estadounidenses emplearon topadoras blindadas, potentes explosivos, misiles y ataques aéreos para «destruir casi todas las viviendas o granjas desocupadas en las zonas donde operan», dijo el diario The New York Times el 16 de noviembre. Fue la primera noticia sobre demolición de viviendas a gran escala.
Ni los funcionarios estadounidenses ni los afganos presentan cifras sobre la cantidad de viviendas demolidas, pero un portavoz de la gobernación de Kandahar dijo al diario que la cifra era «enorme». Al confirmar esas acciones, el coronel Hans Bush, portavoz de Petraeus, argumentó que eran necesarias porque muchas casas eran verdaderas «trampas» de explosivos. Pero Bush también reconoció que las tropas estadounidenses estaban empleando varias «herramientas» para eliminar bosques en los cuales podrían esconderse los guerrilleros y que las demoliciones obedecían, sobre todo, a la preocupación de la ISAF sobre la guerra que el Talibán está librando con el uso de explosivos improvisados.
El periodista Rajiv Chandrasekaran reveló el 19 de junio en el diario The Washington Post que en un operativo en Zhari, los militares usaron más de 10 M58, una cadena de explosivos atados a un cohete que se emplean para detonar y limpiar campos minados y que destrozaron todo, viviendas, árboles y cultivos, abriendo amplias sendas para el pasaje de tanques.
El gobernador de Arghandab, Shah Muhammed Ahmadi, reconoció que aldeas enteras fueron destruidas, y añadió que ya no había población en ellas. Pero el coronel David Flynn, comandante de una unidad de la 101 división del aire y responsable de esa zona, negó que las demoliciones se efectuaran sólo si no encontraba a los habitantes.
Flynn dijo al diario británico Daily Mail que él puso un ultimátum a la población de la aldea Khosrow: o le entregaban toda la información sobre los explosivos que había plantado el Talibán o la aldea sería destruida. Las bajas sufridas por uno de sus pelotones fueron de 50 por ciento. Más tarde, Flynn aseveró que los residentes habían reaccionado limpiando ellos mismos los explosivos, según Carl Forsberg, del Instituto para el Estudio de la Guerra. El investigador Alex Strick Van Linschoten, uno de los únicos dos civiles occidentales que han vivido en los últimos años en Kandahar, sostuvo que la misma información le había llegado por boca de un amigo.
Pero Linschoten dijo a IPS que, según un testigo, otros dos poblados en el área de acción de Flynn fueron arrasados y uno quedó «reducido a polvo».
La amenaza de destruir una aldea si los residentes no suministran información constituye un castigo colectivo contra la población civil que está prohibido por el Convenio de Ginebra Relativo a la Protección Debida a las Personas Civiles en Tiempo de Guerra, en vigor desde 1950. No está claro el alcance que tuvo la amenaza de demolición en Zhari y Panjwaii y cuántas aldeas fueron destruidas ante el rechazo de dar información.
Según datos del Departamento de Defensa, en todo el mes de octubre sólo se recibió información de la población acerca de 13 explosivos improvisados en todo el país. Esto sugiere que nada salió de las bocas de los habitantes de las recién ocupadas aldeas de los tres distritos de Kandahar.
Estas medidas, como los castigos colectivos, forman parte de una estrategia mayor, dirigida a presionar a la población pashtún de la zona sur.
Los ataques de las fuerzas especiales contra supuestos talibanes se triplicaron desde que Petraeus tomó el mando en junio, pese a que su antecesor, Stanley McChrystal, había indicado que despertaban la furia de los afganos contra las tropas extranjeras.
Si bien en esos operativos murieron y fueron capturados muchos jefes talibanes, también afectaron a miles de personas que apoyaban de forma periférica a ese movimiento islamista y radical que controló buena parte del país entre 1996 y 2001.
Esta forma de debilitar a la insurgencia Talibán está destinada a perpetuar el ciclo; más pashtunes prometerán vengarse contra los extranjeros y rechazarán al gobierno central.
El periodista Anand Gopal, especializado en Afganistán y que habla la lengua pashtún, descubrió otra forma de castigo colectivo practicado por Estados Unidos. Habitantes del distrito de Zhari le informaron de dos casos en los que tropas estadounidenses y afganas arrestaban a toda la población de una aldea desde donde recibían disparos de armas ligeras, dijo Gopal a IPS.
Las demoliciones parecen haber afectado a varios miles de personas y «enfurecieron a mucha gente que pasará hambre y frío en los próximos meses», dijo a IPS una fuente estadounidense que pidió anonimato.
Al comando de la OTAN no le preocupa este aspecto. Un alto oficial indicó que obligando a la gente a quejarse ante el gobierno local por el daño a sus propiedades «uno conecta al pueblo con sus gobernantes». El comandante Nick Carter dijo en una entrevista con el canal AfPak que la demolición de casas «permite al gobernador del distrito vincularse con la población».
Habrá conexión, pero de carácter muy negativo. Un jefe anciano tribal de Panjawaii fue citado por el artículo del Post rechazando la compensación por las casas destruidas por tratarse de «una cortina de humo».
La brutalidad aplicada a Kandahar muestra que Petraeus echó por la borda la idea central de su estrategia contrainsurgente basada en que la represión bélica minaría el objetivo central de ganarse a la población.
Pero los jefes en el terreno saben que a la larga así no derrotarán al Talibán. Flynn, por ejemplo, dijo al Daily Mail que «aquí no se puede lograr la victoria matando. A la larga tendrá que haber una solución política».
Gareth Porter es un historiador y periodista de investigación especializado en la política de seguridad nacional de Estados Unidos. Su último libro, «Perils of Dominance: Imbalance of Power and the Road to War in Vietnam», se editó en 2006.