La revolución popular árabe (tunecina y egipcia) completó su primer par de victorias. Cayó Mubarak detrás de Ben Ali. Fueron derrocados por el pueblo dos autócratas pro-capitalistas, representantes de la burguesía compradora que traicionó la causa nacionalista árabe. Les cortaron la cabeza a las burguesías árabes vendidas a los intereses de los EE.UU. y de […]
La revolución popular árabe (tunecina y egipcia) completó su primer par de victorias. Cayó Mubarak detrás de Ben Ali. Fueron derrocados por el pueblo dos autócratas pro-capitalistas, representantes de la burguesía compradora que traicionó la causa nacionalista árabe.
Les cortaron la cabeza a las burguesías árabes vendidas a los intereses de los EE.UU. y de Europa, pero sus cuerpos maltrechos -mantenidos por el flujo del capital transnacional-, van a tratar de impedir la cristalización de los sueños de los heroicos trabajadores y de la juventud tunecina y egipcia. Como la hidra herida ya tienen nuevas testas de reemplazo.
La fuerza de un pueblo unido y de sus soldados -que no quisieron manchar la memoria de Nasser y Bourguiba ni menos la bandera de sus naciones con la sangre de sus hermanos-, se impuso sobre los manejos subrepticios del imperio estadounidense que conspiraba para impedir un triunfo nítido de la revolución popular.
Que el poder haya sido asumido por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas tiene un gran significado. Que Suleiman haya perdido el pulso para suceder a Mubarak, significa que la lucha política y la lucha de clases van a tener – en lo inmediato – como escenario principal el terreno del ejército.
Y no podía ser de otra manera. La burguesía compradora, intermediaria de los intereses imperiales ante el Estado egipcio, es por ahora la única clase social organizada que tiene claramente identificados sus intereses. Van a tratar de administrar la «democracia de fachada» (democracia burguesa), para defender sus rentas. Y su herramienta ideal es el Ejército egipcio.
Esos burgueses egipcios – avezados comerciantes internacionales – tratarán de fortalecer su alianza con la cúpula de oficiales corruptos, que se han enriquecido a costa de la explotación del pueblo, de la malversación de los recursos públicos y de la apropiación patrimonial privada de la «ayuda norteamericana». Pero también intentarán ganarse a los principales dirigentes de la Hermandad Musulmana – que de hecho ya se han mostrado muy vacilantes -, y trataran de comprar a algunos «jóvenes rebeldes egipcios» que pueden caer deslumbrados por las luces de la fama y las amplias posibilidades de ascenso social mediante una «exitosa carrera política».
Es muy posible que el mismo general Annan, jefe del Estado Mayor, u otro alto mando militar, intenten posicionar su propia carrera política con miras a un eventual y próximo proceso electoral Esa elite corrupta del ejército va a pretender «renovar» el partido PND, limpiarlo de «mubarakismo» para mantener la apariencia de nacionalistas y «defensores del pueblo». Son los llamados a «operar y administrar» la «transición democrática» para la cual el gobierno de los EE.UU. ya ofreció su «asistencia desinteresada».
Pero como lo acaba de decir Obama en su reacción a la caída de Mubarak: «Estoy seguro de que habrá días difíciles». Es evidente que las fuerzas revolucionarias del pueblo egipcio no se van a dejar arrebatar fácilmente los resultados de su revolución. Han dado un gran paso pero, si no lo asimilan con gran rapidez para darle continuidad y permanencia al proceso revolucionario, dicho paso se puede reducir – en un santiamén – a un pequeño gateo.
Tendrán que unificar un programa en donde el objetivo es ganarse a los sectores democráticos y populares del ejército. La tarea central es democratizar las fuerzas armadas, nacionalizar en cabeza del poder civil los sectores productivos y grandes propiedades que administra el ejército, y ponerle dientes a la lucha contra la corrupción. Deben presentar propuestas que pongan en evidencia ante el pueblo los estrechos vínculos entre el imperio estadounidense, la burguesía compradora y la cúpula corrupta de las fuerzas armadas.
Además, tienen que exigir el desmantelamiento de la estructura represiva de la policía y de las agencias de inteligencia de Mubarak y de Suleiman, y el fuerte castigo para los altos mandos militares y policiales perpetradores de la persecución política de décadas y de los más de 300 asesinatos que ocurrieron durante las jornadas rebeldes de enero y febrero/11.
A mediano plazo observamos – con esperanza y grandes expectativas – que un anti-imperialismo de nuevo tipo puede aparecer como resultado de esta formidable lucha de los pueblos árabes. Un nacionalismo árabe claramente anti-capitalista parece haber sacado la cabeza en estas jornadas. Nos lo anuncia el papel desempeñado por miles de jóvenes trabajadores que cuentan con una gran calificación laboral y que tienen una visión internacionalista de los problemas del mundo actual.
Nuevas rebeliones y revoluciones que están latentes y creciendo en esta convulsionada región del Norte de África y del Medio Oriente podrán darle forma y realidad a ese nacionalismo revolucionario que es la antesala de verdaderas transformaciones anti-capitalistas. Ojalá así sea.
Una democracia secular universal -construida «desde abajo» y en medio de la lucha-, también alzó sus manos juntando la Cruz y el Corán. Las jerarquías religiosas de todos los colores se quedaron al margen de la revolución y mostraron que los euros y libras egipcias de Mubarak valían más que las plegarias de sus feligreses. Allí hay otro gran avance revolucionario.
La revolución popular árabe con alto contenido social y secular es un fuerte mentís a la reaccionaria teoría del «choque de civilizaciones». Los árabes – tunecinos y egipcios -, nos han enseñado con sangre y valentía lo que es la dignidad de un pueblo.
Un joven colombiano que participó en esas jornadas dijo: «Ahora -después de derrocar a Mubarak- se sienten más egipcios que antes».
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