Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
«Todas las guerras, ya sean justas o injustas, desastrosas o victoriosas, van contra los niños.» (Eglantyne Jebb, fundadora de Save the Children, 1919)
En Kabul, los niños están por todas partes. Puedes verles rebuscando entre la basura. Puedes verles haciendo trabajos manuales en las tiendas, en los talleres, en las carnicerías y en los lugares donde se está construyendo algo. Llevan teteras y vasos de tienda en tienda. Puedes verles moviéndose a través de los atascos de tráfico haciendo girar botecillos con incienso penetrante para repeler a los espíritus malignos e intentar sacarse algunas monedas. Puedes encontrarles durmiendo en los huecos de las puertas o entre los escombros de edificios destruidos. Se ha estimado que en Kabul hay alrededor de 70.000 niños viviendo en la calle.
La gran noticia que la CNN ofrecía esta mañana era la excitación generada en cientos de personas que hacían cola para comprar el último modelo de iphone. No puedo dejar de pensar en los niños sentados en medio de la suciedad del campo de refugiados, o corriendo por los caminos empujando viejas llantas de bicicleta, o al muchacho sentado junto a sus desbordados sacos de detritus recogidos, con una profunda infección en la comisura de su boca que aparecía terriblemente infectada. Esas imágenes contrastan con la estampa de un abuelo anciano vestido con un inmaculado shalwar kameez, acuclillado sobre la acera frente a una inmensa puerta de hierro envolviendo en un gran abrazo a su bella nietecita mientras ambos sonreían ampliamente, en uno de los pocos momentos gozosos que he presenciado por las calles de Kabul.
En Afganistán, uno de cada cinco niños muere antes de llegar a su quinto cumpleaños (el 41% de las muertes se produce en el primer mes de vida). De los niños que consiguen superar ese primer mes, muchos perecen debido a enfermedades evitables y tratables en muy gran medida, incluyendo la diarrea y la neumonía. La desnutrición afecta al 39% de los niños, comparado con el 25% que había al principio de la invasión estadounidense. El 52% no tienen acceso al agua potable, el 94% de los nacimientos no se registran. Los niños no tienen casi protección legal alguna, especialmente las niñas, a las que en muchas regiones aún se prohíbe acudir al colegio, utilizándoselas para saldar deudas y casarlas en matrimonios arreglados hasta cuando tienen diez años de edad. Aunque actualmente no supone un problema, el SIDA amenaza con posibilidades catastróficas porque la drogadicción está aumentando de forma significativa, incluso entre las mujeres y los niños. Sólo el 16% de las mujeres utilizan anticonceptivos y los niños de la calle son vulnerables a la explotación sexual. Por esta razón, el informe publicado en mayo de este año por Save the Children, «State of the World’s Mothers», situaba a Afganistán en el último puesto, con solo Somalia consiguiendo resultados aún peores para sus niños.
El coronel retirado del ejército John Agoglia declaró: «Un punto clave para la seguridad nacional de EEUU a largo plazo y una de las mejores vías para que nuestra nación haga amigos por todo el mundo es promover la salud de las mujeres y los niños en las naciones emergentes». En Afganistán esta estrategia no se ha cumplido en absoluto. No se ha construido ni un solo hospital público desde la invasión. Y no es una cuestión de posibilidad, es una cuestión de voluntad. Emergency, una ONG italiana, dirige tres hospitales y treinta clínicas por todo Afganistán con un presupuesto de siete millones de dólares al año. Ese es el presupuesto mensual de la ISAF (la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de la OTAN) en aire acondicionado.
Las encuestas han mostrado consistentemente que el 90% de los estadounidenses cree que los niños deberían ser una prioridad nacional. Los niños comprenden el 65% de la población afgana. Se ha calificado a Afganistán como el peor lugar del planeta para un niño. En Afganistán, EEUU ha sacrificado a los niños, valorándoles como un daño colateral de nuestra «guerra contra el terror».
Las madres de estos niños en riesgo no están mucho mejor que ellos. La mayoría son analfabetas. La mayoría presentan desnutrición crónica. Una mujer de cada once muere durante el embarazo o el parto, en EEUU muere una de cada 2.100 (la más alta de cualquier nación industrializada). En Italia e Irlanda, el riesgo de muerte materna es menor, una entre 15.000, y en Grecia es de una entre 31.800. En Afganistán, los profesionales sanitarios atienden tan solo el 14% de los partos. La esperanza de vida de una mujer es de escasamente 45 años.
Las mujeres siguen siendo consideradas como propiedad. Hay una ley aprobada por el régimen de Karzai que legaliza la violación marital y que establece que una mujer tiene que conseguir el permiso de su marido para poder salir de la casa. La violencia doméstica es un problema crónico. A la mujer que huye de su casa (aunque sea para escapar de la violencia), se la mete en la cárcel. Cuando cumple la sentencia, es devuelta a su marido. La autoinmolación es un hecho común entre las desesperadas mujeres que intentar librarse de situaciones imposibles.
Poco después de la invasión estadounidense, Laura Bush dijo: «La grave situación en que se encuentran las mujeres y niños en Afganistán obedece a una crueldad humana deliberada, impuesta por quienes buscan intimidar y controlar». El presidente Bush dijo: «Nuestra coalición ha liberado Afganistán y restaurado los derechos humanos fundamentales y las libertades de las mujeres afganas y de todo el pueblo afgano». En la actualidad, EEUU ha facilitado que los antiguos señores de la guerra, responsables de la destrucción, pillaje y violación de Afganistán, vuelvan al poder. En 2007, esos mismos señores de la guerra, ahora parlamentarios, aprobaron un proyecto de ley que garantizaba la amnistía por cualquier asesinato cometido durante la guerra civil. Un periodista local dijo: «Los asesinos son ahora quienes sostienen la pluma, escriben la ley y perpetúan sus crímenes».
Cuando Malalai Joya se dirigió a la Loya Yirga [Gran Asamblea] de la Paz convocada en diciembre de 2003, preguntó valientemente: «¿Por qué permitimos que estos criminales de guerra estén aquí presentes?». La expulsaron de la asamblea. Sin amilanarse, se presentó como candidata al parlamento, ganando un escaño de forma arrolladora. Empezó su discurso inaugural en el parlamento diciendo: «Presento mis condolencias al pueblo de Afganistán…» Mientras continuaba hablando, el señor de la guerra que estaba sentado detrás amenazó con violarla y matarla. Los miembros del parlamento votaron su exclusión del mismo y Karzai ordenó que la expulsaran. Escondida, continuó encabezando los derechos de la mujer. Ha afirmado que las únicas que pueden liberar a las mujeres afganas son las mismas mujeres. Cuando hablamos brevemente con ella por teléfono, afirmó que se sorprendía de estar aún viva y que se veía obligada a cancelar nuestro encuentro, porque era demasiado peligroso en la actual situación de la seguridad. La Cruz Roja afirma que la situación de la seguridad es en estos momentos la peor de los últimos treinta años.
En EEUU, mientras nuestro presupuesto total para defensa se dispara hasta los 667.000 millones de dólares por año, las mujeres y niños están también cada vez peor. En el informe del «State of the World’s Mothers«, EEUU ha descendido este año al puesto 31º desde el puesto 11º, en 2003, entre los países desarrollados. En la actualidad vamos detrás de luminarias como Estonia, Croacia y Eslovaquia. Y caemos aún más respecto a nuestros niños, del 4º lugar al 34º. La pobreza está aumentando, estimándose que un niño de cada cinco vive en la pobreza. Más de 200 millones de niños dependen de los programas escolares de alimentación para no estar hambrientos. La cifra de gente viviendo en la pobreza en EEUU ha crecido en 2,6 millones en solo los últimos doce meses.
Estimado lector, dudo en seguir molestándole con tantas estadísticas, he eliminado los gráficos circulares y las tablas, pero este informe sigue siendo aburrido. Después de todo, el nuevo iphone tiene a Siri, un asistente personal que entiende cuando le hablas. Puedes instruirle verbalmente para que mande un mensaje de texto, ¡y lo hace! ¡Qué excitante! La CNN afirma que no es necesario que cunda el pánico; el almacén de Atlanta está lleno de iphones para cubrir cualquier demanda.
Considerando solo las cifras es fácil evitar la verdad sobre la enorme cantidad de sufrimiento humano que envuelven. Conduzcan a través de las calles de cualquier ciudad estadounidense y esas estadísticas cobrarán vida en las hinchadas filas de los sin techo. Conduzcan por las calles de Kabul y esas estadísticas cobrarán vida con niños hambrientos mendigando una moneda.
Es difícil determinar qué beneficios obtiene EEUU de nuestra continuada presencia militar en Afganistán, aunque la explotación de sus recursos naturales juega realmente un papel. Se están gastando cientos de miles de millones de dólares en una estrategia militar que está haciendo aguas por todos lados. Sin embargo, los políticos de este país continúan apoyando esa estrategia. Comerciantes de armas y contratistas, como G.E. y Boeing, junto a todos los lobbys del Capitolio, continúan cosechando grandes premios económicos y a cambio recompensan a los políticos con su apoyo financiero. Nuestros políticos afirman ser «duros con el terror» y declaran que estamos «ganando». Pero, ¿cómo pueden afirmar eso? La única gente afgana que está beneficiándose de nuestra presencia son quienes apoyan a las fuerzas de ocupación, los señores de la guerra y los señores de la droga. Como los campos de adormidera están consiguiendo rendimientos de record, «los palacios-adormidera» están brotando por todo Kabul como signos ostentosos de que alguien se está beneficiando de nuestra interferencia.
Una medida para juzgar el éxito de una nación es su capacidad para proteger a las poblaciones más vulnerables. EEUU no está triunfando. La grave situación de las mujeres y de los niños en Afganistán sigue siendo un problema de deliberada crueldad humana, perpetrada por quienes buscan intimidar y controlar. ¿Cuándo escucharán nuestros políticos el llanto desesperado de los niños de la calle afganos, quienes, a pesar de todo el incienso del mundo no pueden, sencillamente, sacudirse la malignidad de nuestra ocupación?
Johnny Barber acaba de regresar de Afganistán, de un viaje en el que ha formado parte de una delegación de Voices for Creative Non-Violence. Ha viajado a Iraq, Israel, Palestina, Líbano, Jordania, Siria y Gaza para dar testimonio y documentar el sufrimiento de los pueblos afectados por la guerra. Puede conocerse su trabajo en:
www.oneBrightpearl-jb.
Fuente:
http://www.counterpunch.org/