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Entrevista al historiador Francisco Morente sobre el congreso “España contra Catalunya (1714-2014)”

«Los organizadores, tan próximos al poder político catalán, no hacen sino comportarse como hicieron antes otras instituciones públicas españolas»

Fuentes: El Viejo Topo

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en el estudio de la cultura, la educación y la socialización política de los jóvenes en los regímenes fascistas, entre sus numerosas publicaciones cabe citar La Escuela y el Estado Nuevo. La depuración del magisterio nacional (1936-1943), Libro e moschetto. Política […]

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en el estudio de la cultura, la educación y la socialización política de los jóvenes en los regímenes fascistas, entre sus numerosas publicaciones cabe citar La Escuela y el Estado Nuevo. La depuración del magisterio nacional (1936-1943), Libro e moschetto. Política educativa y política de juventud en la Italia fascista, 1922-1943, y Dionisio Ridruejo. Del fascismo al antifranquismo. Recientemente ha editado las obras colectivas España en la crisis europea de entreguerras. República, fascismo y guerra civil, y (con Ferran Gallego) Rebeldes y reaccionarios. Intelectuales, fascismo y derecha radical en Europa.

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¿Quiénes organizan el congreso de historia que lleva por título «España contra Catalunya (1714-2014)» y que se va a celebrar el próximo diciembre en Barcelona?

El congreso está organizado por el Centre d’Història Contemporània de Catalunya (que depende del Departament de Presidència de la Generalitat de Catalunya) y por la Societat Catalana d’Estudis Històrics (Institut d’Estudis Catalans)

¿Participan los grandes historiadores de este largo período?

Entre los participantes hay, sin duda, algunos historiadores muy relevantes. También hay ausencias muy llamativas. Si me permites el símil, algunos de los que podrían ganar el «balón de oro» no han sido seleccionados (o han declinado participar, no podría afirmar si una cosa o la otra)

¿Qué sentido, si lo tuviera, tiene la expresión, «España contra Catalunya»? ¿De qué España, de qué Catalunya, crees que se habla en el enunciado?

A mí el título del simposio me parece un disparate. No sólo por el «contra», que también, sino muy especialmente por la utilización casi metafísica de los conceptos «España» y «Cataluña», como si se tratase de dos entidades homogéneas, perfectamente definidas e invariables a lo largo de 300 años. No estamos en el terreno de la historia sino directamente en el de una determinada cosmovisión ideológica que nada tiene que ver con el interés por desentrañar seria y críticamente el pasado. De hecho, en la misma justificación de la celebración del congreso ya están explícitas las conclusiones del mismo.

¿No exageras?

No, no creas que exagero; en la presentación del congreso que se hacía en la primera circular del mismo se decía textualmente lo siguiente:

L’objectiu és analitzar amb criteris històrics, des del segle XVIII fins als nostres dies, les conseqüències que ha tingut per al país l’acció política, gairebé sempre de caire repressiu, de l’Estat espanyol en relació amb Catalunya. L’anàlisi tindrà un caràcter transversal des del punt de vista temàtic, cronològic i disciplinari, amb participació d’historiadors, economistes, sociòlegs i lingüistes. Els diversos ponents analitzaran les condicions d’opressió nacional que ha patit el poble català al llarg d’aquests segles, les quals n’han impedit el ple desenvolupament polític, social, cultural i econòmic.

Leído lo cual, en mi opinión, y desde un punto de vista estrictamente académico, se podrían ahorrar (en cualquier sentido que se considere la palabra) el evento en cuestión.

El período que se estudia es muy amplio, tres siglos. No hay muchos congresos históricos que abarquen un período tan dilatado si no me equivoco de mucho. ¿Por qué en este caso? ¿Hay alguna línea de continuidad?

Es cierto que no abundan los congresos que aborden períodos tan extensos, pero tampoco se puede decir que sea una rareza. La larga duración forma parte también del análisis histórico. En este caso no creo que se fuercen excesivamente las cosas en relación con lo que ha ocurrido antes con otros episodios semejantes. Hay una tendencia por parte de los poderes públicos a utilizar efemérides relevantes para intentar trasladar a la opinión pública una determinada visión del pasado colectivo. Ocurrió en su momento con el «Quinto Centenario del Descubrimiento de América» o, más recientemente, con el bicentenario de las Cortes y la Constitución de Cádiz. En esto, las instituciones que organizan el simposio, tan próximas al poder político catalán, no hacen sino comportarse como lo han hecho antes otras instituciones públicas españolas (y en otros países las cosas no son muy diferentes). Más discutible puede ser el contenido que han dado a su iniciativa, claro.

«1714″ es acaso una fecha mítica en parte de la historiografía catalana. También en el ámbito político. Sé que la pregunta es muy general pero debo hacértela. ¿Qué pasó en 1714? ¿Fue una revuelta popular? ¿Catalunya perdió sus «libertades nacionales»? ¿España empezó a ubicar su fuerte y amplia bota reaccionaria en el alma y en la sien del pueblo catalán?

Quiero advertir que yo no soy especialista en ese período y que, por tanto, hay historiadores mucho más cualificados que yo para responder a esas y otras preguntas relacionadas con la cuestión. Con todo creo que se pueden establecer algunas cosas que son poco discutibles, por ejemplo, que la llamada Guerra de Sucesión (cuyo desenlace en territorio peninsular fue la conquista de Barcelona por las tropas borbónicas) fue ante todo una guerra internacional con el trono español en juego y donde se decidían cuestiones fundamentales para el equilibrio político y económico entre las potencias europeas de la época. Fue también una guerra civil en el seno de los territorios peninsulares de la Monarquía hispánica, pero no, como a veces se pretende hacer creer, porque se enfrentaran entre sí los territorios que conformaban la monarquía sino porque la división entre borbónicos y austracistas se produjo en el seno de las diferentes sociedades peninsulares. Ni todos los castellanos apoyaron a Felipe V ni todos los catalanes (pero también aragoneses o valencianos) apoyaron al Archiduque Carlos de Austria. Desde luego, lo que esa guerra no fue, se mire como se mire, fue una guerra entre España y Cataluña, ni, muchos menos, una guerra de secesión catalana. En la guerra se dirimían muchas cosas, entre ellas, pero no únicamente, un determinado modelo de monarquía española. Pero el mantenimiento de dicha monarquía y, por tanto, la pertenencia de Cataluña a la misma, no era objeto de discusión.

Un punto que vale la pena destacar en estos momentos.

El desenlace de la guerra fue contrario a los intereses de los grupos que, en todo el territorio de la monarquía, habían optado por el Archiduque; en el caso de Cataluña, con el agravante de haber mantenido la resistencia de Barcelona cuando las potencias europeas habían dado la guerra por terminada y no cabía esperar ayuda alguna para una causa que ya estaba perdida. De la derrota militar se derivó el Decreto de Nueva Planta y la pérdida, efectivamente, de las instituciones de autogobierno en todos los territorios de la Corona de Aragón, incluyendo a Cataluña. Identificar esa pérdida con la de las «libertades nacionales» es una lectura ideológica que cada uno puede hacer o no hacer, y que presupone la existencia a principios del siglo XVIII de una nación catalana en el sentido moderno del término. Yo me sitúo entre los que creen que hablar de naciones antes de la revolución francesa y del ciclo americano y europeo de revoluciones liberales tiene escaso sentido.

Desde mi punto de vista, lo que cambia es el modelo de funcionamiento de la monarquía; se abandona el modelo «pactista» de la época de los Austrias (que no había estado exento de problemas a lo largo de los siglos) y se impone un modelo de estado crecientemente centralizado en línea con lo que estaba ocurriendo, por ejemplo, en Francia. No creo que eso sea necesariamente sinónimo de modernidad, como algunos sostienen, pero tampoco me parece que supusiera la ruptura de un modelo que conducía casi ineludiblemente hacia una monarquía de carácter constitucional, como argumentan otros.

¿El nuevo modelo fue perjudicial para Cataluña?

Excelente pregunta. Tu respuesta…

Evidentemente pudo resultar perjudicial para los sectores (muy minoritarios) que habían hegemonizado el poder con el sistema anterior y que ahora pudieron verse desplazados por nuevos protagonistas. Me cuesta creer que al grueso de la población, a quienes no habían tenido privilegio alguno con el sistema liquidado, las cosas le fuesen peor con el nuevo modelo de estado; tampoco mejor, quede claro. La gente corriente no mejora o empeora su situación por el cambio de la correlación de fuerzas entre los grupos oligárquicos del país.

Y durante estos tres siglos, ¿Catalunya ha quedado ubicada en un lugar marginal en el desarrollo del conjunto de España? ¿Se ha oprimido siempre su lengua, su cultura, su desarrollo social y económico?

La respuesta a la primera pregunta es que no. Creo que es difícil sostener lo contrario sin retorcer los hechos. La sociedad catalana ha tenido un papel de primer orden en la historia contemporánea española desde cualquier punto de vista que se mire la cuestión. Podríamos discutir si en algún aspecto (por ejemplo, la presencia de catalanes al frente del poder ejecutivo) ese papel podría y debería haber sido mayor (y, en el ejemplo anterior, yo creo que rotundamente sí), pero eso no convierte a «Cataluña» en un agente marginal en la historia española, por supuesto.

Tampoco creo que haya habido una política sistemática, continua y deliberada de frenar el desarrollo económico catalán por parte de los poderes políticos españoles. Si así fuera, habría que concluir que tales planes han resultado bastante ineficaces. Lo cierto es que han sido muchos los momentos de la historia contemporánea española en los que los intereses económicos catalanes han estado bien representados en «Madrid» y, como consecuencia de ello, así como de la capacidad para establecer alianzas con otros sectores poderosos de la economía española, las políticas económicas seguidas por los gobiernos españoles han servido a los intereses de las élites económicas catalanas. El proteccionismo de determinadas épocas o la política colonial de finales del XIX, por ejemplo, respondían a los intereses (no solo, es cierto, pero sí de forma clara) de la burguesía industrial y comercial catalana.

Sí creo que tiene claramente más fundamento la queja sobre las políticas lingüísticas y culturales. Desde la Nueva Planta hay una política oficial de preeminencia de la lengua castellana y de arrinconamiento de la catalana. Esa política se aplica, sin embargo, con grados diversos de intensidad a lo largo de estos trescientos años y, durante largos períodos, sin efectos catastróficos. No por falta de intención, probablemente, sino por falta de medios y decisión política. Lo cierto es que a finales del XIX la población catalana seguía hablando mayoritariamente en catalán, y si muchos catalanes no sabían escribir o leer su lengua, otro tanto ocurría con la mayoría de españoles castellanohablantes, que tampoco sabían leer ni escribir la suya; en la base de esto último estaba la falta de una apuesta clara del Estado por la escolarización general de la población. Así, por razones diferentes (pero con los mismos efectos), los catalanes eran analfabetos en su lengua como lo eran los castellanos, extremeños, aragoneses o andaluces en la suya. Y en proporciones pavorosas.

Esa política discriminadora del catalán sí pasa a tener efectos muy negativos cuando, desde principios de siglo, empiezan a hacerse esfuerzos más o menos significativos en el ámbito de la política educativa que permiten empezar a reducir las tasas de analfabetismo y aumentar poco a poco las tasas de escolarización de la población infantil. Y es entonces cuando etapas como la dictadura de Primo de Rivera o, mucho más, la dictadura del general Franco suponen verdaderos intentos de reducir el catalán a una lengua puramente familiar, sin presencia en el espacio público.

Te pregunto ahora las cuestiones culturales.

De acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.