Finalmente Estados Unidos logró un acuerdo de paz con el Talibán, después de un muy largo y convulso año de reuniones en Qatar y casi veinte de guerra. En un acto protocolar realizado en Doha, la capital qatarí, el pasado sábado 29 de febrero, con la presencia del Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, y el segundo en la escala de mandos de la organización insurgente el mullah Abdul Ghani Baradar, los que en discursos para la ocasión se dirigieron a una importante cantidad de representantes de gobiernos extranjeros como Noruega, Turquía, Uzbekistán, Rusia, Indonesia y otras naciones vecinas que daban marco, a un acuerdo de extremada dificultad para cumplir.
El 9 de septiembre del año pasado, la paz estuvo tan cerca como ahora, aunque Trump canceló el acuerdo que se firmaría en Camp David, tras un ataque que le costó la vida a un soldado norteamericano, pero se volvieron a reanudaron en noviembre, hasta que el 13 de febrero pareció todo listo para la firma de los enviados de Trump y el mullah Hibatullah Akhundzada.
Este final para una de las guerras más devastadoras y la más larga que han librado en su historia los Estados Unidos no deja de despertar muchas dudas para los observadores y fundamentalmente para el gobierno de Kabul. Dos motivos claros refuerzan las verdaderas motivaciones del por qué los Estados Unidos finalmente han concretado dicho acuerdo, que podría estar enmascarando una nueva derrota de Washington, al estilo Vietnam, ya que el talibán, describe el acontecimiento como una “victoria” contundente, mientras nadie los desdice, al tiempo que no hubo ninguna presencia del gobierno de Kabul ni ningún otro afgano salvo los talibanes, a lo largo de las conversaciones de Doha que se iniciaron en septiembre de 2018, por lo que son muchos los que temen que Estados Unidos pueda usar el acuerdo como cobertura para abandonar a su suerte no solo al gobierno del presidente Ashraf Ghani, sino a toda la clase política, el ejército y las fuerzas de seguridad creadas al influjo de los Estados Unidos y a millones de ciudadanos afganos que entre unos y otros eligieron el bando norteamericano, que hoy podría estar utilizando el acuerdo de Doha como un simple salvoconducto para no asumir la una derrota y mucho menos a nueve meses de unas presidenciables en las que hasta hoy un invencible Donald Trump se juega su reelección.
A partir de ahora Estados Unidos se compromete, en el término de catorce meses, abandonar el territorio afgano, el que invadió en 2001, retirando a la totalidad de sus 12 mil efectivos de manera gradual. Lo acordado indica que en los próximos cuatro meses deberán ser retirados unos 8.500 hombres, prácticamente la totalidad de las fuerzas que el presidente Barack Obama había dejado al finalizar su gobierno en enero de 2016, lo que acredita el fracaso de Trump. Estados Unidos también deberá cerrar cinco de las bases que mantiene en el país centroasiático. Los plazos estipulan que a mediados de 2021 todas las fuerzas militares de Estados Unidos, y la del resto de sus aliados fundamentalmente europeos, habrán sido retiradas, lo que ha sido la demanda permanente del Talibán, aunque se creía que Washington mantendría una dotación importante de agentes de inteligencia para monitorear los avances en la guerra contra el Daesh Khorasan y al-Qaeda, en el terreno, de las que el talibán deberá tomar parte.
Además el convenio propicia las conversaciones inter afganas, que hasta ahora habían sido prácticamente inexistentes, entre el poder político de Kabul encabezado por el presidente Ghani y la banda insurgente, que desde siempre ha considerado a la clase política de su país como títeres de los norteamericanos.
Las conversaciones que se iniciaran el próximo 10 de marzo tiene entre varios puntos muy conflictivos a resolver el del intercambio de prisioneros, el que resulta el más urgente y el más difícil ya que la diferencia de prisioneros por bandos es muy notoria. Kabul mantiene unos cinco mil muyahidines en sus cárceles, mientras el Talibán tiene solo unos mil. La discusión se centrara en ese punto, ya que el domingo 1 de marzo, el presidente Ghani, declaró que: “El gobierno de Afganistán no se ha comprometido a liberar a los 5 mil”. Una decisión a la que no le falta lógica, si se tiene en cuenta que de hecho todavía la guerra está activa y no sería extraño que se intensifique a medida que los Estados Unidos se vayan retirando.
El talibán por su parte, con este alto el fuego, en procura de una paz definitiva, podría conocer en verdad cuanta fidelidad tienen sus bases a la cúpula, que les está impidiendo con esta decisión la posibilidad de una victoria indiscutible, después de veinte años de guerra, innumerables sacrificios y miles de hermanos muertos en combate y tortura. Cuantos de los mandos medios del talibán, que están llevando el curso de una guerra en que las que no dejan de anotarse avances, estarán de acuerdo con la firmar de ese acuerdo, que difícil, pero podría producir un cisma en la fuerza comandada por el mullah Hibatullah Akhundzada al mando de la organización desde 2016, tras la muerte de mullah Akhtar Mansour, alcanzado por un dron norteamericano, en Dhal Bandin, cerca de la ciudad de Queta, capital del Baluchistán pakistaní.
Un desfiladero demasiado estrecho
Sabemos que la geografía afgana está construida por cordilleras, valles y desfiladeros, a veces demasiados estrechos para que la paz pueda cruzarlos, sin desbarrancarse como casi siempre. Y como sucedes desde hace más de cuarenta años, el fin de una guerra no conduzca a ningún otro lugar que al comienzo de otra.
La mayoría de los 36 millones de afganos es menor de treinta años, por lo que ninguno de ellos ha vivido un solo día de su vida en paz, y si se confirma que Estados Unidos ha conseguido escapar de esta guerra sin pagar el costo político, Afganistán se precipitará a un nuevo colapso bélico. Los talibanes, desde las redes sociales, no hacen más que anunciar si victoria, lo que confirma la peor de las teorías. Y el punto crítico de este acuerdo, por donde todo el andamiaje levantado en Doha, puede derrumbarse, está en los 5 mil prisioneros talibanes que, según el senador demócrata Tom Malinowski y según el acuerdo, sí o sí deben ser liberados.
Por su parte el poder político de Kabul, más que en revisar el acuerdo de Doha está concentrado en la discusión acerca de quien ganó las presidenciables del año pasado el actual presidente o el presidente ejecutivo y archienemigo de Ghani, Abdullah-Abdullah, como ignorando los viejos antecedentes del país como la suerte corrida por Mohammad Najibullah, brutalmente torturado y finalmente ejecutado por el talibán en 1996.
Aunque el único peligro no es el Talibán, según un comandante del Daesh Khorasan, el acuerdo de paz, redundará en su beneficio, ya que hay muchos efectivos talibanes han prometido unirse al Daesh, si el acuerdo se implementa finalmente.
En una demostración de buena voluntad, el 22 de febrero, Estados Unidos y los Talibanes, comenzaron una reducción voluntaria de operaciones durante siete días lo que se ha logrado, sin conocerse que sucederá una vez vencida el plazo.
De todos modos, de la paz o el salvo conducto están demasiado lejos jugadores importantes en la región, como Pakistán, que ha tenido una injerencia fundamental en su vecino del norte, desde los años de la guerra antisoviética, temeroso de la posible injerencia en Kabul de la India, podría presionar o extorsionar a los talibanes con información muy delicada que dispone de sus líderes o directamente financiar a los talibanes díscolos a los mandos o jugar con el Daesh, o al-Qaeda, que podrían llegar a unirse, como lo acaban de hacer la semana pasada en África occidental, para que la paz no sea posible, como siempre, en Afganistán.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.