Durante años, los conservadores negaron la revolución que recorrió Alemania entre 1918 y 1919 y, cuando admitieron su existencia, la presentaron como producto de la conspiración bolchevique rusa, falsedad que acompañaron de otra mentira: que Alemania había perdido la gran guerra porque el ejército del Reich había sido “apuñalado por la espalda”. Para aplastar esa revolución anudaron una coalición de generales del ejército derrotado del Reich, de viejos industriales de la burguesía y de la socialdemocracia, y de veteranos de guerra que enrolaron los Freikorps: así, asesinó a sus dirigentes más notorios, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, y ahogaron la revolución en sangre.
Gramsci, como Lenin, pregona la grandeza de Liebknecht y Luxemburg. Los archivos guardan muchas imágenes de la revolución, tomadas por los hermanos Haeckel o por Willy Römer, entre otros. En ellas, vemos a Philipp Scheidemann con los brazos abiertos de pie en el alféizar de una ventana del Reichstag proclamando la república alemana el 9 de noviembre de 1918, el dirigente socialdemócrata a quien Liebknecht calificará a finales de diciembre de “fiel servidor de la dictadura militar”. Otto y Georg Haeckel, fotografían asambleas obreras, marchas y mítines; en ocasiones, los fotógrafos prefieren no exponerse a los disparos y recrean después los combates, haciendo posar a soldados u obreros ante las barricadas. Willy Römer capta a Liebknecht subido al techo de un automóvil, ataviado con un grueso abrigo y con el sombrero en la mano, dirigiendo una arenga a soldados y trabajadores en la Unter den Linden, frente al ministerio del interior, en enero de 1919. También fotografía a Scheidemann dirigiéndose a los soldados, marineros armados haciendo guardia la víspera de navidad ante el bombardeado palacio imperial; los combates en el barrio de los periódicos, los parapetos con vagones de carga en la Prenzlauer strasse, los espartaquistas tras las barricadas hechas con bobinas y paquetes de periódicos ante la redacción del diario Berliner Tageblatt, y la multitud en Frankfurter Allee, cuando decenas de miles de personas cargadas con coronas de flores dieron el último adiós a Liebknecht y Rosa Luxemburg en su funeral, el 13 de junio de 1919. Un siglo después, aún desconocemos las dimensiones exactas de la matanza, aunque sabemos que miles y miles de obreros revolucionarios alemanes fueron asesinados en los días del horror por los Freikorps y por las compañías del ejército.
Karl Liebknecht nació en 1871, y su infancia transcurre en su Leipzig natal durante la represión instaurada por el gobierno imperial desde 1878 hasta 1890 para aplastar el naciente movimiento obrerista. Allí vive el encarcelamiento de su padre (Wilhelm Liebknecht, amigo y camarada de Marx) en 1872, acusado de alta traición, y la visita del autor de El capital. Durante el estado de sitio en 1881, su padre y August Bebel son expulsados de Leipzig. En 1890, poco después de la caída de Bismarck, toda la familia se traslada a Berlín. Allí, consigue doctorarse en derecho y ciencias políticas en 1897, y dos años después ejerce de abogado junto a su hermano Theodor e inicia su militancia en el SPD. Liebknecht es elegido concejal berlinés, asiste a los congresos de Bremen y Jena y escribe en 1907 Militarismo y antimilitarismo, folleto prohibido después por el fiscal del Reich, donde aborda el papel de los ejércitos, la rivalidad imperialista y el colonialismo, y su función en el interior de cada país como instrumento burgués de represión. En octubre de 1907, es juzgado por alta traición en Leipzig y condenado a un año y medio de cárcel, que empieza a cumplir en la prisión de Glatz. Durante su encarcelamiento es reelegido como concejal berlinés y diputado del parlamento de Prusia. Cuando recupera la libertad, prosigue su actividad como abogado y militante obrero. En octubre de 1910, Liebknecht viaja a Estados Unidos invitado por los socialistas norteamericanos. En 1911 muere su esposa, Julia Paradies, con la que tuvo tres hijos, y en 1912 se casa con Sophie Ryss y es elegido diputado en el Reichstag. Tiene ya gran relevancia en el movimiento obrero alemán aunque a la sombra de Kautsky y Bebel, preocupado por el militarismo y los enfrentamientos imperialistas. En el congreso de Chemnitz, Liebknecht interviene sobre la misión de los trabajadores ante el imperialismo.
Se interesa por la huelga como instrumento revolucionario y de cambio político: en 1904 escribe un breve texto para el Congreso de Bremen del SPD, “En favor de la huelga política de masas”. Interviene en la vieja disputa entre el movimiento obrero marxista y los anarquistas: la huelga general defendida por los bakuninistas era su instrumento para la revolución social, frente a la huelga política de masas que defendía la socialdemocracia, aunque Liebknecht y la izquierda del SPD pronto fueron conscientes de que la dirección del SPD, con su insistencia en que esa huelga debía ser preparada con sumo cuidado, en realidad se oponía a su convocatoria: su complejidad organizativa era la justificación para, en la práctica, no convocarla. En esos años, Liebknecht mantiene que “la huelga de masas es la forma de lucha específicamente proletaria”, junto a la unidad, la disciplina y la lealtad a los principios del partido obrero. Ya en 1905, Liebknecht era consciente de los límites de la acción parlamentaria: “Vemos claramente que a pesar del triunfo en las elecciones, todo permanece igual que antes”, afirma en el congreso de Jena del SPD. No desdeña la actividad parlamentaria, pero está seguro de que la acción principal está en una política de masas en las fábricas y en las calles, e insiste en el rigor de la militancia obrerista y en la definición de objetivos políticos claros. A lo largo de toda su trayectoria, Liebknecht mantiene una posición internacionalista, y combate el nacionalismo alemán y los rasgos chauvinistas en los partidos de la Internacional.
El estallido de la gran guerra no sorprende a Liebknecht, que llevaba años denunciando el militarismo alemán, asunto ya debatido por la Internacional en el congreso de París de 1889, que en asambleas posteriores denuncia los créditos de guerra, defendiendo el desarme y la lucha por la paz. La actividad antimilitarista de Liebknecht no pasa desapercibida para el gobierno imperial: en octubre de 1907, es juzgado por alta traición y condenado a un año y medio de cárcel, pena que suscitará grandes manifestaciones de protesta de los obreros de Berlín, que volverán a elegirlo diputado: en junio de 1909, cuando recupera la libertad, lo espera una nutrida manifestación obrera. En los años previos a la guerra, Liebknecht dedica muchos esfuerzos a la denuncia del militarismo y de su actuación imperialista, poniendo al descubierto la complicidad del ejército y del ministerio de la Guerra con grandes empresarios y fabricantes de armas, como la empresa Krupp (controlada por Bertha Krupp y su marido Gustav von Bohlen, amigos de Guillermo II; Gustav Krup, quien mantuvo fábricas de esclavos durante el nazismo, acabaría procesado en Núremberg sin ser condenado, por su vejez), engrasada con sobornos, corrupción militar y pillaje de recursos del Estado para comprar voluntades, encargar armamento innecesario y aumentar los beneficios de empresarios de la guerra. En esa denuncia de la guerra que se acerca, Liebknecht es acompañado por Luxemburg, Jaurès, Lenin y los bolcheviques.
Cuando estalla la guerra, apenas catorce diputados del SPD se muestran, en agosto de 1914, en el Reichstag, contrarios a los créditos de guerra, aunque siguen la disciplina socialdemócrata y votan a favor. Esa decisión lleva a Wilhelm Pieck, Franz Mehring, Hermann Duncker, Ernst Meyer y Julian March a encontrarse con Rosa Luxemburg para protestar por el voto de los diputados socialdemócratas. En diciembre, Liebknecht vota en solitario contra los nuevos créditos de guerra: su valentía y su soledad, comportan su expulsión del grupo parlamentario. La izquierda socialdemócrata se agrupa alrededor de Rosa Luxemburg, Liebknecht, Clara Zetkin y Franz Mehring. La detención y encarcelamiento de Luxemburg es denunciada por Liebknecht en la Cámara de Diputados de Prusia (cuyo presidente, el conde Hans Graf von Schwerin-Löwitz, en ocasiones ni siquiera le deja intervenir), y su actividad es saboteada también por la gran mayoría de los diputados. En marzo de 1915, Liebknecht acusa al gobierno y al partido de la guerra por el encarcelamiento de Luxemburg, pese a estar enferma: “Si ella se hubiera dedicado a la venta de esta mercancía tan corriente hoy en día, llamada patriotismo, no solamente no se hubiera producido tan sorprendente ataque, sino que muy posiblemente se le hubiera concedido la amnistía. Pero, señores, se ha esforzado, con todas sus fuerzas, en actuar de acuerdo con el socialismo proletario contra tan alucinante genocidio.”
Clara Zetkin es investigada y encarcelada en julio de 1915. En septiembre, cuando se reúne la conferencia de Zimmerwald donde Lenin encabeza la izquierda, Liebknecht, que tiene cuarenta y cuatro años, es movilizado por el ejército. Luxemburg ya está en la cárcel, Mehring es detenido por la policía, y el mismo mes son apresados Ernst Meyer y Hugo Eberlein. En esos meses, aparece Die Internationale, rápidamente prohibido por el gobierno imperial, y distribuido clandestinamente. Luxemburg escribe en la cárcel su texto sobre la crisis de la socialdemocracia, el folleto Junius, secuestrado también por la policía, donde analiza las causas de la guerra y señala ya la decepción y el desastre: “En la atmósfera de desilusión de la pálida luz del día, resuena otro coro: el severo graznar de los gavilanes y las risas de las hienas del campo de batalla. […] Y la carne de cañón que subió a los trenes en agosto y septiembre se pudre en los campos de batalla de Bélgica y los Vosgos mientras las ganancias crecen como yuyos entre los muertos.”
A comienzos de 1916, en el despacho de Liebknecht, se crea el grupo que, en noviembre de 1918, adoptará el nombre de Liga Espartaco. Liebknecht y sus camaradas distribuyen las Spartakus Briefe, y él mismo analiza en un texto la actuación de los dirigentes del SPD y las razones que mueven a los distintos sectores de la socialdemocracia: distingue entre los “funcionarios a sueldo del movimiento”, y los obreros cualificados que están en buena situación: ambos, reticentes a impulsar el cambio social y cuya protesta contra la guerra se limita a cuestiones formales, y añoran “la tranquilidad del antiguo establo”, son internacionalistas pero creen que no pueden “traicionar” a su patria, y, por otra parte, los obreros no cualificados que no tienen patria ni nada que perder: son los internacionalistas sinceros, y rechaza cualquier organización que condicione el desarrollo del ánimo revolucionario e internacionalista.
Luxemburg sale en libertad en enero de 1916, pero seis meses después es encarcelada de nuevo, y permanece en prisión hasta el final de la guerra. La denuncia de Liebknecht del militarismo es recibida con hostilidad por otros: en abril de 1916, diputados cómplices de empresas de armamento impiden con violencia y griterío que hable en el Reichstag, y le fuerzan a abandonar el estrado. Liebknecht denuncia las causas de la guerra en un valiente documento (“El enemigo principal está en nuestro propio país”); citando el esfuerzo de los internacionalistas italianos contra la guerra, señala con decisión: “¡El enemigo principal de cada pueblo se halla en su propio país! El enemigo está entre nosotros, en Alemania: el imperialismo alemán, el partido alemán de la guerra, la diplomacia secreta alemana”, y denuncia a Alfred von Tirpitz, almirante y miembro del Estado Mayor de la Armada, y al ministro de Guerra, Erich von Falkenhayn.
En mayo de ese mismo año, Liebknecht es detenido por su intervención ante una nutrida manifestación en la Potsdamer Platz donde proclama ¡abajo el gobierno!, ¡abajo la guerra! Tras retirarle la inmunidad parlamentaria y ser acusado por diputados socialdemócratas como Otto Landsberg (quien, en 1918, será ministro con Ebert) de “inestabilidad patológica”, de jugar “a la alta política”, y de protagonizar un episodio “grotesco”, Liebknecht es detenido, su casa registrada, y enviado a la prisión militar de Lehrter strasse; después, es juzgado y condenado a dos años y seis meses de prisión, que el tribunal de guerra de Berlín aumenta a cuatro años y un mes. En diciembre, es confinado en la cárcel de Luckau, en Brandenburg. Allí, escribe, y trabaja, de pie, en el taller de zapatería; forzado a hacer ejercicio caminando por su celda; lee a Shakespeare, a Stendhal, pide los libros de Lesage (quien había adaptado El diablo cojuelo de Vélez de Guevara y escrito el Gil Blas con retazos del Marcos de Obregón de Vicente Espinel), y sueña con la visita de su amada Sophie Liebknecht. En 1917, desde la cárcel, cuatro días después de la toma del palacio de invierno en Petrogrado, Karl Liebknecht saluda con entusiasmo el triunfo de la revolución bolchevique, analiza los acontecimientos en Europa y la marcha de la guerra, y la paz de Brest-Litovsk que suscriben el imperio alemán y el gobierno de Lenin.
El 23 de octubre de 1918, Liebknecht es puesto en libertad. Cuando llega a Berlín es recibido en la estación por miles de obreros, y, de nuevo en la Potsdamer Platz se dirige a una gran manifestación señalando el camino de los obreros rusos y la revolución bolchevique. Al día siguiente, asiste a un acto de bienvenida en la embajada rusa, donde se lee un telegrama de Lenin celebrando su libertad. Durante esos días de octubre, su actividad y la de sus camaradas es frenética: negocia con la escisión izquierdista del SPD que había dado lugar al USPD, participa en grandes asambleas obreras en Berlín. El 4 de noviembre de 1918, los marineros de Kiel izan las banderas rojas en los barcos, los obreros proclaman la huelga general y se apoderan de la ciudad, y la revolución se extiende por Alemania. El 6 de noviembre, Ebert y la dirección del SPD exigen la abdicación del káiser, convencidos de que es la única forma de detener la revolución. Un intento de pacto de Ebert con el canciller, el príncipe Max von Baden, para conseguir la abdicación a cambio de que el SPD estuviera al lado del gobierno, fracasa. Mientras tanto, los obreros se han apoderado de Hamburgo, Bremen, Múnich, Colonia, Hannover. Liebknecht, en el saludo que manda ese día al VI Congreso de los Sóviets de Rusia, escribe: “La revolución del proletariado ha comenzado”, y anuncia que luchará contra el imperialismo y en defensa de la revolución bolchevique: “La república soviética rusa es ahora la bandera de la Internacional en lucha”.
El día 9, en medio de una gran confusión, con los trabajadores y los soldados expectantes, Guillermo II medita su decisión en el cuartel general en Spa, Bélgica: el ejército no quiere ya luchar y no le apoya, y los acontecimientos se precipitan; el canciller Max von Baden (que no conoce todavía la decisión de Guillermo II), hace publicar un comunicado con la abdicación del káiser y su supuesta intención de proponer a Ebert como nuevo canciller con el propósito de detener la revolución. Casi al mismo tiempo, el dirigente del SPD acude a la cancillería y Max von Baden le cede la responsabilidad del gobierno. La primera decisión de Ebert será llamar al orden en Berlín, ignorada por los trabajadores. Poco después, una gran manifestación obrera con banderas rojas, al grito unánime de ¡fuera el káiser!, se detiene ante el Reichstag, donde están Ebert y el ministro socialdemócrata en el gabinete del príncipe Max, Scheidemann, quien en un gesto improvisado se dirige a la multitud subido al alféizar de una ventana del parlamento y proclama la República Alemana. Los obreros revolucionarios han tomado Berlín, y Liebknecht no pierde el tiempo: se dirige al palacio imperial de los Hohenzollern, y desde el balcón que mira a la catedral y al Lustgarten proclama ante la manifestación obrera la República Libre y Socialista de Alemania. El entusiasmo es indescriptible, pero Ebert, el nuevo jefe del gobierno, ya prepara la derrota de la revolución. Después, cuando consiga agrupar las fuerzas del viejo ejército imperial, organizará la matanza.
Para intentar aislarlos políticamente y obligarlos con las decisiones del gabinete, Ebert y el SPD intentan, el mismo día 9, formar un gobierno donde se integren el USPD y Liebknecht. El dirigente espartaquista pone condiciones: que se adopte una política revolucionaria favorable a los trabajadores, requisito que no acepta Ebert, por lo que Liebknecht se niega a formar parte del gobierno. Los trabajadores ocupan las calles de Alemania, arrancan la jornada laboral de ocho horas, pero Liebknecht denuncia el peligro de la contrarrevolución y el proceder de Ebert y los principales dirigentes del SPD. El 25 de noviembre, Luxemburg, Liebknecht, Mehring y Zetkin dirigen un llamamiento a los trabajadores de todos los países, por la fraternidad internacionalista, alertando del imperialismo, llamando a la lucha, sin confiar en gabinetes burgueses: “Ni Lloyd George, ni Poincaré, ni Sonnino, ni Wilson, Erzberger o Schedimann han de concertar la paz. Esto ha de ser la obra de la revolución socialista mundial.” Mientras, Wilson, en París desde mediados de diciembre, y las potencias vencedoras en la guerra, están a punto de iniciar las negociaciones de paz.
Liebknecht y Luxemburg creen prematuro el movimiento revolucionario que ha estallado, pero se unen a él. En diciembre, el gobierno pone precio a sus cabezas: cien mil marcos por su vida. La policía imprime octavillas que reparte por Berlín: ¡Matad a Liebknecht! El gobierno de Ebert, el ejército y la reacción saben dónde está el peligro y los socialdemócratas no se detienen ante nada: Vorwärts acusa a los revolucionarios de recibir oro del gobierno bolchevique. Es muy doloroso para Liebknecht: el periódico obrero que había dirigido su padre, los señala ahora como mercenarios. El 25 de diciembre, aparece en Die Rote Fahne un duro artículo de Liebknecht: “La navidad de sangre de Ebert”, y en el bulevar Siegesallee, en Tiergarten, decenas de miles de obreros escuchan su denuncia del intento de golpe de Estado.
Una semana antes del congreso fundacional del Partido Comunista alemán, Liebknecht pronuncia un discurso en los terrenos del Hasenheide de Neukölln, donde advierte que “el poder político que el proletariado conquistó el 9 de noviembre le ha sido ya arrebatado en parte”. Denuncia que los generales han disuelto los consejos de soldados y que “ya en los primeros días de la revolución prohibieron las banderas rojas y éstas fueron arrancadas de los edificios públicos”. El gobierno de Ebert quiere “conservar intacto el orden de la burguesía” ahogando en sangre a la revolución si es necesario. “Y se atreven a acusarnos de ser nosotros los que queremos el terror, la guerra civil y el derramamiento de sangre”. Mientras, en el Vorwärts, órgano central del SPD, y el Kreuz-Zeitung, la prensa “rebosa de mentiras vergonzosas”, acusa a los espartaquistas de ser “los perros sangrientos más peligrosos y sin conciencia del mundo”. Liebknecht se pregunta ¿qué quiere la Liga Espartaco?: “La lucha de clase proletaria no cesará mientras la burguesía se mantenga sobre las ruinas de su antigua dominación y sólo descansará cuando haya triunfado la revolución social.” Desconfía de Wilson, califica a los partidarios de Ebert y el SPD de “socialpatriotas”, les acusa de haber hecho posible la ruptura de la “unidad internacionalista del proletariado”, y, a la vista de los asesinatos en las calles, los trata de “traidores y criminales”. En los dos últimos días de 1918 y el 1 de enero de 1919 se celebra el congreso constituyente del Partido Comunista Alemán, donde realiza importantes intervenciones, criticando la posición del USPD, denunciando que el propósito del gobierno de Ebert ha sido desde el primer día “impedir la revolución socialista”. Insiste en construir un partido comunista unido que continúe la trayectoria de la Liga Espartaco defendiendo los intereses obreros y la revolución social, y urge a elaborar un programa,
El 4 de enero, Ebert destituye al prefecto de policía de Berlín, Emil Eichhorn (miembro del USPD), quien se resiste, y se inician enfrentamientos. El 5 de enero, centenares de miles de personas se manifiestan en Berlín, y Liebknecht lanza la propuesta de extender la revolución y destituir al gobierno Ebert. Rosa Luxemburg no suscribe la idea porque la considera prematura, y teme un fracaso que llene de sangre las calles. Mientras Ebert intenta ganar tiempo ofreciendo negociar a los dirigentes revolucionarios, prepara con el ejército el asalto a Berlín. El 6 de enero estallan los combates: mientras arden las calles, en las horas de tregua, la ciudad sigue asistiendo a espectáculos. Las grandes bobinas de papel de los periódicos son utilizadas por los espartaquistas para montar barricadas. El 9 de enero, compañías de soldados disparan, y el 12 los Freikorps de Noske penetran en Berlín. Tienen orden de fusilar a quien se resista, y cumplen con creces su misión. El socialdemócrata Noske, ministro de Defensa, no duda en dar órdenes para que disparen a matar.
Liebknecht, Luxemburg y Pieck, que por seguridad duermen cada día en lugares distintos, son detenidos el día 15 en casa de la familia Marcussohn, en el 27 de la Mannheimerstrasse. Conducidos al hotel Edén, junto al zoológico, son maltratados a culatazos y torturados. El capitán Waldemar Pabst habla con Noske, y deciden su asesinato. Liebknecht es sacrificado en el Tiergarten, y el teniente Kurt Vogel descerraja un tiro en la cabeza a Rosa Luxemburg. Después, arrojan su cuerpo al Landwehrkanal. El periódico del SPD, Vorwärts, celebra su muerte: “Han sido víctimas de su propia táctica sangrienta de terror”. El mismo día de su muerte, Liebknecht publica su último artículo para Die Rote Fohne: confirma la derrota de la revolución, los centenares de asesinatos y constata que “el momento no era propicio” para la revolución. “Los Ebert-Scheidemann-Noske han vencido”, pero quiere creer que llegará un momento en que serán juzgados por sus crímenes. “Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana”.
Las proféticas palabras de Liebknecht alertando de que la reacción “ahogará a la revolución en sangre” se confirman con su cadáver todavía caliente: en marzo de 1919, las tropas gubernamentales y los Freikorps consiguen vencer a los revolucionarios. Llegan los fusilamientos en las calles, las torturas, el terror indiscriminado. Noske y el coronel Reinhard lanzan un ataque contra los barrios obreros de Berlín, registran edificios y sacan a sus moradores a la calle para fusilarlos de inmediato. Los días 11, 12 y 13 de marzo los alrededores de la Alexanderplatz y el barrio de Lichtenberg se llenan de sangre: los cadáveres se amontonan por centenares. Noske no se detiene: los Freikorps disuelven a balazos los consejos obreros.
Tras Berlín, Múnich y el resto de las ciudades alemanas padecen una orgía de sangre. Kurt Eisner, que había dirigido el derrocamiento de la monarquía de los Wittelsbach en Baviera y proclamado la república sin ningún muerto en las calles, es asesinado en febrero de 1919 por el conde Anton von Arco auf Valley, un miembro expulsado de la Sociedad Thule, germen de lo que pronto sería el partido nazi. Después, cuando los destacamentos de los trabajadores bávaros son derrotados, se instaura el terror de los Freikorps y del ejército: cuarenta mil hombres armados entran en Múnich, y reciben licencia para matar a cualquier sospechoso de espartaquismo: cada día arrancan a obreros de sus casas y los fusilan en las calles, en una sangrienta matanza de centenares y centenares de personas; el dirigente comunista Eugen Leviné es juzgado y fusilado dos horas después en Stadelheim, ahogando su últimas palabras: ¡viva la revolución mundial!
Ebert y Noske movilizan a cuatrocientos mil hombres en toda Alemania, que se agrupan en las compañías de Freikorps y protagonizan una matanza en todo el país que causará miles y miles de muertos. Ebert y los dirigentes de la socialdemocracia fueron el instrumento de la burguesía y del ejército imperial derrotado en la guerra para aplastar la revolución. Una vez conseguida la victoria, con los cadáveres de los revolucionarios todavía calientes, la coalición reaccionaria acusará también a los socialdemócratas de ser culpables de la capitulación en la guerra. La revolución alemana apenas había cometido excesos, pero el orden burgués restaurado fue implacable y cruel: ¡Matad a Liebknecht!, había ordenado, abrazando al crimen sobre el cielo de Berlín.