El Coronavirus-19 (Covid-19) ha desatado tres crisis en poco tiempo. Lo que comenzó siendo un problema sanitario, identificado en Asia, pronto se plantó ante nuestras mismas narices occidentales.
Esta primera crisis abre la puerta a una segunda, la económica, cuyo resultado todavía es pronto para evaluar en su conjunto, pero que algunos ya anticipan que puede acabar siendo la más grave desde principios del siglo pasado. Y finalmente, la tercera crisis, la política, también se está gestando al amparo del Covid-19, y cuyo desenlace final tampoco se puede anticipar.
La pandemia ha traído otro protagonista, el leviatán del miedo en sus diferentes facetas, lo que también tendrá consecuencias de cara al escenario futuro que podamos encontrar en la esfera internacional.
A finales del siglo XX, tras la desaparición del espacio soviético, el mundo bipolar sufrió una transformación hacia una realidad unilateral, dominada en casi todos los ámbitos por Estados Unidos. El siglo XXI comenzará marcado por los ataques del 11-s, que servirán para que EEUU, con el apoyo y seguidismo de sus aliados, inicien una merma considerable de derechos y libertades, al amparo de argumentos de seguridad.
La crisis económica y financiera que golpeó al modelo neoliberal sustentado por esos mismos protagonistas, fue la nueva excusa para implementar recortes en sanidad, educación y otros servicios básicos. Todo ello siguiendo el guion que a partir de la década de los ochenta materializaron personajes como Reagan y Thatcher. Las consecuencias de esas políticas las estamos pagando con creces estos días, ante la imposibilidad de hacer frente sanitariamente a la pandemia, a pesar de contar con grandes profesionales en ese ámbito.
Finalmente, tendencias políticas que venían presentando en los últimos años, han encontrado una oportunidad en torno a esta situación de pandemia. El auge de tendencias y posiciones ultraderechistas (lo que algunas fuentes han definido como el resultado de las pruebas en los laboratorios de la alt-right) pueden materializarse en los próximos meses en las llamadas “coronacracias”, otra vuelta de tuerca represiva desde las llamadas democracias neoliberales.
Las nuevas tendencias geopolíticas
Los cambios del llamado sistema internacional o nuevo orden mundial han seguido produciéndose en los últimos años. El papel de EEUU como “amo y señor” del mismo ha estado cada vez más contestado por el auge y la estrategia de China, la estrategia en torno a las nuevas rutas de la seda, marítima y terrestre, será un factor clave. Tras el Covid-19 ya podemos apuntar que probablemente esa tendencia seguirá acentuándose. Y es que tal vez estemos ante el comienzo de una era marcada por el continente asiático. La era de la dominación occidental está llegando a su fin. El peso de Asia en el escenario mundial, tanto en lo político como en lo económico, que estaba ocurriendo antes del surgimiento de covid-19, se consolidará en un nuevo orden mundial después de la crisis.
La estrategia de algunos estados asiáticos, con una combinación de capacidades sanitarias, medidas gubernamentales acertadas y con el peso cultural de sus sociedades, se ha mostrado mucho más eficaz que la que han desarrollado los países occidentales.
Como señalaba un prestigioso semanario internacional, “Las semillas del conocimiento, el internacionalismo y el orden en sus sociedades, se han convertido en un respeto por la ciencia y la tecnología, una cultura de pragmatismo, la voluntad de aprender las mejores prácticas de todo el mundo y el deseo de ponerse al día con Occidente. Todo ello, acompañado de profundas inversiones en bienes públicos claves, como la educación, la atención médica y el medio ambiente”.
Frente a ello, es evidente que EEUU continúa con su retroceso internacional, aunque todavía es pronto para dar por finiquitado su papel en dicha esfera. Y también es evidente, que uno de sus aliados tradicionales, la Unión Europea, tampoco pasa por sus mejores momentos.
El fracaso de la Unión Europea está siendo político, económico y sanitario. Los abanderados de las políticas neoliberales, muchas veces ocultas tras el ropaje de “democracias”, han estado ausentes a la hora de asistir a sus socios, el caso de Italia es evidente. La ayuda de China, Rusia o Cuba, muestra este nuevo giro en la geopolítica, y son cada vez más las ciudadanías europeas que miran con recelo, sino rechazo, ese proyecto mercantilista que representa la UE. Medidas como el cierre de fronteras por parte de estados del espacio Schengen, ha supuesto otro golpe al diseño de la UE.
Tal vez, la gran beneficiada, de momento, dentro de la UE, ha sido Angela Merkel, que ha sido capaz de darle la vuelta a una tendencia que no auguraba ningún buen futuro para su país, ni para su partido.
Tampoco se salvan de ese fracasa, algunas realidades transnacionales. Ni el G-7, cuya presidencia pasará a manos de EEUU este año, ni el G-20, bajo la batuta de Arabia Saudita, han sabido afrontar la crisis de la pandemia. Y otro tanto ocurre con Naciones Unidas, el Banco Mundial o el FMI.
Tal vez sea prematuro señalar el fin de la globalización y del sistema que la sustenta. El status quo ha sabido afrontar las crisis anteriores, reinventándose y aplicando medidas que le han fortalecido. Probablemente, la situación pueda repetirse, aunque evidentemente, nada será como antes. Estamos ante un cambio en las tendencias y prácticas, con un auge en la llamada economía digital, el teletrabajo y otras situaciones que influirán en el nuevo diseño globalizante.
Paralelamente, el reforzamiento del protagonismo del estado- nación que estamos viendo estos días, también señale ese cambio que sufrirá la actual globalización. Sin olvidarnos de los llamados acore son estatales, protagonistas en diversos escenarios mundiales.
Las dudas e incertidumbres son muchas, y en este apartado se sitúa el continente africano. El hecho de ser un continente demográficamente joven, puede jugar a su favor, pero una propagación masiva de la pandemia nos llevará a un escenario devastador. Las deficiencias sanitarias y las dificultades de medidas sociales, pueden tener consecuencias sociales y económicas muy graves para un continente que sigue siendo espoliado, y asediado por catástrofes naturales, el hambre y los conflictos armados.