India corre el riesgo de incendiarse en una guerra multireligiosa de la que su mayor responsable es el Primer Ministro Narendra Modi, quien ya desde sus primeros años como gobernador del estado de Gujarat agitó las diferencias religiosas como un arma política para imponer sus concepciones neoliberales en lo económico y ultraconservadoras pseudofascistas en la organización social. Postulados con los que el Bharatiya Janata Party (BJP) lo ha llevado dos veces a la gobernación de Gujarat (2001-2014) así como a Primer Ministro por dos periodos, desde 2014 a 2019 y su segundo periodo que se extenderá hasta 2024 como máxima autoridad de la Unión India.
Modi y el conglomerado político de ultraderecha Sangh Parivar, que brega por imponer el Hindutva, un sistema que propone establecer los valores del hinduismo como ordenador social. Algo extremadamente peligroso en una nación con 1.400 millones de personas en la que si bien aproximadamente 850 millones son hinduistas, existe un importante universo de credos a los que las políticas de Modi han apuntado como enemigo.
Ya hemos visto en estas mismas páginas las persecuciones contra el islam y el cristianismo (Ver: India, Modi, contra los dioses impuros) las dos principales minorías con 200 millones la primera y 27 la segunda. Ahora al parecer está apuntando la comunidad sikh o sij, la cuarta en cantidad de fieles, con 22 millones, y a diferencia de las dos anteriores nacida en India.
La campaña para las elecciones parlamentarias que el próximo año decidirá la conformación de la asamblea del estado de Punjab (Cinco ríos en farsi o persa) gobernado por el histórico Partido del Congreso Nacional Indio y que en esta oportunidad las elecciones están cruzada por las discusiones acerca de la cuestión de castas y religiones, lo que no es poco si se entiende que el Punjab es el único estado indio donde el sijismo es mayoría, con aproximadamente el sesenta por ciento de los 27 millones de sus habitantes. Las discusiones se centran entre los jats (terratenientes) y las castas inferiores fundamentalmente campesinos, braceros y pequeños productores agrícolas y entre hindúes y sikhs. El estado de Punjab, uno de los más pequeños de India que tiene, producto de la partición de 1947, frontera con el Punjab pakistaní, donde aproximadamente viven unos 50.000 fieles y donde se encuentra la tumba de su fundador, el gurú Nanak, en la gurdwara (templo sikh)de Kartarpur, a cuatro kilómetros de la frontera india, lo que la convierte en el lugar más sagrado de esta religión y cuyas procesiones son constantemente interrumpidas por los choques entre Islamabad y Nueva Delhi. El santuario más importante de la comunidad sikh en India es el Harmandir Sahib o Templo Dorado, que se ubica en la ciudad de Amritsar, en el Punjab.
Este último viernes 15 se produjo el linchamiento de Lakhbir Singh, de 35 años, aparentemente desocupado, de la aldea de Cheema Kalan, miembro de la comunidad dalit (impuro) que ni siquiera es considerada una casta y representa lo más “bajo” de la sociedad india, por un grupo de nihangs, acusándolo de haber profanado su texto sagrado el Sarbloh Granth, un extenso poemario donde se narra la historia de dioses y demonios, particularmente seguido por nihangs una orden guerrera sikh. El origen del término Nihang tiene dos versiones, la primera es que proviene del farsi y significa caimán, espada y pluma, y la segunda lo relaciona con la palabra nihshank, proveniente del sánscrito, y se refiere al coraje, la pureza e indiferencia a la riqueza y la vida mundana. Virtudes de las que hacen gala todos los sikh.
El linchamiento del dalit que también era sikh y proveniente Tarn Taran, en el Punjab, se produjo en cercanías de Singhu, una aldea en el noroeste de Nueva Delhi, uno de los muchos campamentos establecidos desde noviembre pasado a las afueras de la capital india donde se sostienen morchas (protestas) de los agricultores que se producen desde el año pasado y están sacudiendo toda India, (Ver: India, cuando la tierra trema).
Según sus familiares y el sarpanch (líder) de su aldea, la víctima, con serios problemas de drogadicción, estaba ausente de su casa desde el martes y además era la única persona de su aldea que había viajado hasta ese campamento a unos 250 kilómetros de su casa.
Los nihangs implicados en el asesinato insisten en que la víctima había sido enviada para provocar una reacción violenta. Sus familiares han reconocido que jamás habían visto a la víctima con las ropas con las que apareció muerto, distintivas de la congregación nihangs. Sus características túnicas azules y grandes turbantes dastar bunga (fortaleza imponente) decoradas con placas de acero y plata.
Según han denunciado los líderes de las morchas, este no ha sido el primer incidente en los campamentos y con respecto a la presencia de los sijs, aunque muchos de ellos lo son, han comunicado que los nihangs no son parte del campamento y que el movimiento campesino había dicho explícitamente que debería quedar al margen de las protestas toda significación religiosa como partidaria.
El sugestivo asesinato de Singh a manos de fanáticos sikhs, notoriamente agitado en la prensa por Modi, lo que sin duda derivará en un juicio y condena de los culpables, será la antesala para protestas de esa comunidad religiosa, con una larguísima historia vinculada a la guerra que se ha trasmitido por generaciones desde mucho antes de la invasión británica a mediados del siglo XVIII y siempre muy asociada a los códigos de honor, por lo que reprimirlos será un verdadero reto para Modi, en búsqueda de una nueva minoría a la que perseguir.
El odio se replica más allá de las fronteras
En Bangladesh, también parte de India, hasta 1947 y separada de Pakistán en 1971, con una población de casi 165 millones de habitantes, con el 87 por ciento de su población islámica y más de un ocho por ciento hinduista, se repite en espejo la realidad india y su persecución religiosa.
Con acusaciones cruzadas entre esas dos comunidades, el miércoles 13 estalló nuevamente la violencia interreligiosa en ese país, tras conocerse la noticia de que el Corán habría sido profanado en un mondir (santuarios hindúes), tras conocerse fotografías y videos donde se veía un ejemplar del libro sagrado en las rodillas del dios hindú Hauman, preparado para el festival sagrado de Durga Puja en honor a la diosa Durga en la ciudad de Cumilla, a unos 100 kilómetros al sudeste de Dhaka, la capital bangladesí, lo que desencadenó protestas, incidentes y vandalismo en esa ciudad. Cuando una turba de musulmanes arremetió contra el templo hindú, la policía abrió fuego matando al menos a siete personas de ellas cinco musulmanas y dos hindúes. Las manifestaciones de protestas por la ofensa al Corán se extendieron por la ciudad atacando otros diez templos hindúes.
Entre el viernes y el sábado la violencia se trasladó a Chandpur, Chattogram, Cox`s Bazar, Bandarban, Moulvibazar, Gazipur, Chapainawabganj y otros distritos, principalmente a Dhaka, así como a la sureña ciudad de Begumganj, donde se reprodujeron los asaltos, fueron saqueados templos y varias personas murieron, por lo que el Gobierno ordenó el despliegue de fuerzas de seguridad en 22 distritos del país, que después se expandió a 64, lo que no pudo impedir que más de ochenta santuarios fueron atacados, dejando dañados unos 150 hindúes.
El viernes la primera ministra, Sheikh Hasina, adelantó una dura respuesta contra los manifestantes: “Nadie se salvará. No importa a qué religión pertenezcan. Serán perseguidos y castigados”, dijo Hasina. Mientras líderes religiosos hindúes dijeron que los ataques eran parte de una conspiración para atacar a su comunidad, mientras se celebraba la festividad religiosa, la mayor de la comunidad hindú del país que este año se realizó entre el 11 y el 16 de octubre, para la que se levantaron más de 32.000 pabellones en todo el país en honor a la diosa Durga.
En agosto pasado otros cuatro mondir fueron atacados en el distrito de Khulna, la tercera ciudad más grande del país, y en marzo, mientras se desarrollaba una visita del Primer Ministro indio, grupos fundamentalistas islámicos atacaron varios santuarios hindúes y realizaron importantes protestas en la capital, en las que murieron cuatro personas y quizás Modi haya sabido qué significa no ser el elegido de los dioses, al menos por un rato.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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